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La dudas Hamletianas de la democracia cristiana chilena

La izquierda chilena cree a pie juntillas que la Democracia Cristiana es de derecha. La derecha cree con fe de carbonero que la Democracia Cristiana es de izquierda. Y la propia Democracia Cristiana cree ser de centro. ¿A quién creerle?

La historia avala las tres perplejidades. Cuando Eduardo Frei ganó el gobierno, lo hizo a caballo de la derecha. Cuando Radomiro Tomic perdió las presidenciales, lo hizo a caballo del centro. Y cuando Patricio Aylwin ganó el gobierno, lo hizo a caballo de la izquierda. La soledad no le va a la DC: se pierde en las divagaciones de la nada. Y como diría Hegel: no por culpa suya, sino de la cosa misma. Se es o no se es. Medio ser es imposible.

Basta recordarla en la circunstancia más trascendental de su historia: cuando por fuerza de las cosas y puesta a resolver existencial, ontológicamente si estaba con el capitalismo o con el comunismo, no dudó un segundo en ponerse de lado de Augusto Pinochet. Porque de lo contrario, desaparecía del mapa. Para sobrevivir como una monacal cofradía de cristianos de izquierda. Comprendió, sin necesidad de muchos titubeos, que una cosa era jugar al Robin Hood de la pobresía afianzada en el sermón de la montaña para crecer, ganar adeptos y conquistar un espacio mordisquéandole a la izquierda su feligresía, todo lo cual sano y bueno pero en forma inmanente al sistema, dentro de las coordenadas de la cultura judeocristiana, capitalista, y otra muy distinta apostar al apóstol de la religión sin dioses de San Marx y terminar sepultada como un cargamento de opio del pueblo.

Tengo la firme sospecha que el mejor momento vivido por la DC fue cuando asumió la dirección de la transición. Cuando devolvió el país del desierto de la dictadura al liberal Israel de la democracia. Afectuosamente tolerada por la derecha, que en el fondo terminó representando en el conglomerado de la Concertación. Fue su época de oro, con Aylwin y Frei 2. Pues satisfizo una necesidad histórica. Arrear el atribulado contingente del progresismo. Cumplida esa misión, de vuelta en el tradicional escenario a tres bandas de la política chilena, y empujada a las orillas del gobierno por las izquierdas gobernantes – castristas, estatólatras y filo comunistas – se ha visto reducida no sólo a furgón de cola de esta así llamada Nueva Mayoría, sino a servir de legitimación histórica de un contubernio contra natura: la izquierda marxista, que es la que verdaderamente gobierna, y la DC, que le da el certificado de buena conducta, hasta verse tolerada de mal modo por esta esperpéntica resurrección de la Unidad Popular.

Arbitrar. No es otra la función de un conglomerado de centro. Arbitrar y servir de factor de equilibrio en la conflictiva dinámica de las democracias. Impedir los desbordes, la erupción de las pasiones, el desafuero de las exigencias. Temo que ese papel molesta en un conglomerado cada día más escorado hacia la izquierda – chavista o como quiera llamársela – presidida por una señora que se crió en la RDA, mamó el más feroz de los estalinismos y no se ha caracteizado por ser una demócrata ejemplar.

¿Se romperá el sortilegio de su falsa sonrisa? ¿Terminará por sacarse de encima el peso que representan los democracristianos en su gabinete? Se desmoronará la torta ficticia de esta alianza contra natura del marxismo con el social cristianismo, cuando triunfe la derecha liberal? Son preguntas para las cuales es muy difícil tener la respuesta.

@sangarccs

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