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La dulzura de lo amargo

Es triste cuando uno confronta, en el ámbito institucional, organizacional y/o laboral, la falta de dos valores fundamentales en la vida: la palabra, que significa refrendar los hechos con una acción de compromiso verbal que se respete; y el compromiso hacia la labor que se hace en pro de los más necesitados y desasistidos. No se puede exigir justicia cuando se obra con impunidad, menos cuando se hiere la condición humana de las personas que te rodean.

Acá es importante recordar lo expresado por el francés Edgar Morín, en cuanto a la idea de que “aprender” es un asunto que va más allá de la acumulación de conocimientos, datos, fechas o nombres; tiene que ver con una estructura de saberes básicos desde el enriquecimiento de las posibilidades de mirar a la raza humana de forma diversa y unificadora al mismo tiempo; “aprender” a considerarnos ciudadanos del mundo y apropiarnos de una identidad planetaria, asumiendo los problemas de manera más directa e inmediata, donde las comunicaciones dejan de ser locales para convertirse en parte de la responsabilidad compartida que como seres humanos nos relaciona.

En un sentido concreto, todo conocimiento lleva el riesgo del error y la ilusión; error e ilusión parasitan la mente humana desde la aparición del homo sapie; el conocimiento no es el espejo de las cosas o del mundo exterior; las percepciones son reconstrucciones de símbolos o signos codificados y captados por los sentidos, y que coadyuvan a desarrollar la inteligencia percibiendo la capacidad de reacción ante la causa de comportamientos irracionales.

En este tema se hace alusión a las traiciones y deslealtades en instituciones u organizaciones, manifestándose en errores propios de los hombres y que cuestan muy caro a la salud de los procesos ideológicos y humanos de nuestros pueblos. Tomando ideas de Morin, se dan errores mentales, donde privan los fantasma y del imaginario en el ser humano, existiendo en cada mente una posibilidad de mentira a sí mismo, la necesidad de auto justificación, la tendencia a proyectar sobre el otro la causa del mal, hacen que cada uno se mienta a si mismo sin detectar esa mentira de la cual es el autor el propio hombre; los errores intelectuales, que tiene que ver con la excesiva  racionalización cerrada de todo cuanto se estudia o tiene algún intereses de investigación, se hace reconociendo en la postura autocritica, la ilusión racionalizadora; y se llega a una ceguera paradigmática, donde prevalece la inteligibilidad y se da el control del conocer, el pensar y el actuar, según los paradigmas inscriptos culturalmente en la sociedad.

Morin, en este sentido, resalta la prevalescencia de un determinismo en las convicciones y creencias que imponen a todos y a cada persona la fuerza imperativa de lo sagrado,  la fuerza normalizadora del dogma; la fuerza prohibitiva del tabú, donde las doctrinas e ideologías dominantes disponen igualmente de la fuerza imperativa que anuncia la evidencia de un estatus planetario donde la vida es entendida como el aquí y el ahora, y no como el infinito al lado de fuerzas siderales mayores.

Hoy estamos a las puertas de una crisis de valores, de sentimientos, de fe en nosotros mismo, y no tenemos la prudencia de hacer de la cultura de la autocrítica un fin para enmendar errores; somos los propiciadores de un vacío y en ese vacío intentamos reestructurar las relaciones humanas, en el inmenso sentido cultural y cósmico, propio del pensar complejo, que se destaca por la  ausencia de la naturaleza, la sociedad y la totalidad sistémica, en cuya relación la naturaleza y la sociedad se humanizan y el ser humano confronta la  enajenación progresiva de la conciencia ecológica y bioética, integra al corpus de la identidad nacionalista.

A todas estas, el hombre buscar reencontrar su camino y mirar de nuevo hacia el epicentro de la cultura como su centro esencial, el cual en la medida de ascensión humana no solamente concreta de la actividad del hombre en sus momentos como el conocimiento, praxis, valores, comunicación, sino que da cuenta del proceso mismo en que tiene lugar el devenir de la condición humana como sistema entretejido de situaciones y acciones, cuya  necesidad, los intereses, los objetivos y fines, los medios y condiciones, en tanto mediaciones del proceso y el resultado mismo, de ahí la necesidad de pensar al hombre y a la subjetividad humana con sentido cultural, que es al mismo tiempo, pensarlo desde una perspectiva transdisciplinar, porque la realidad subjetiva alcanza transformar, ciñéndose a una figura que calificó Morin como “unidualidad”, que es cuando el humano es un ser plenamente biológico y plenamente cultural, llegando a una   reflexión que incorpora identidad, condición humano, especialidad,  integración en un contexto donde la dulzura de lo amargo se impone al días día de la vida en la complejidad de las relaciones humanas.

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