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La gasolina, una rueda del poder político

Cuando busca estimarse el tiempo que tarda vincular el gobierno con el poder que motiva su dinámica, cualquier disertación se torna complicada y delicada. Especialmente, en términos del arrojo que detenta el poder político para incitar realidades a instancia de sus conveniencias. Sobre todo, cuando busca entrelazar intenciones y ambiciones bajo una única forma de asociación entre sus variables-componentes. 

En el fragor de tan intrincada situación, emerge la economía acompañada de razones que justifican su naturaleza como una ciencia emplazada por necesidades e intereses sociales. Necesidades e intereses éstos que se manifiestan a través de todo lo que, en lo posible, puede lograr en función del bienestar colectivo. O sea, de la calidad de vida toda vez que se plantea procurar una sociedad ajustada conforme a las libertades y derechos propios de la democracia. Pero entendida ésta, como aquel sistema político que dirige sus fuerzas a apuntalar el desarrollo nacional. Sin embargo, las realidades son otras.

En Venezuela, los problemas sociales se han agravado profundamente. Las condiciones de vida del venezolano, se deterioraron. Tanto, que el país que despierta ante la tercera década del presente siglo XXI, es diametralmente diferente de la que fue hace treinta años, o más. Ha sido casi imposible que el régimen que ahora ha sometido a Venezuela a vivir en penuria, no haya entendido que el mundo es distinto de aquel que se caracterizó años atrás. Ahora luce considerablemente convulsionado. Al extremo que todas sus variables-componentes, mutaron. Adquirieron morfologías y caracteres distintos de los que le brindaron al país aquella imagen de modernidad que lo distinguió en muchas de sus facetas.

La capacidad del sistema económico, desconoció el rumbo que la democratización impulsada décadas atrás, le había impreso. Cualquier promesa gubernamental, que aludiera a alguna estrategia de recuperación económica, cayó en la inconsistencia de un discurso amputado de fundamentos y valores. En el ámbito macroeconómico, se saltaron canales que dirigirían la factibilidad de políticas hacia un norte concreto y afianzado en potencialidades  y recursos debida y equitativamente distribuidos. Asimismo, ocurrió en el terreno de la microeconomía cuyo comportamiento enrareció la dinámica social y política hasta lograr la obstrucción del país. Al menos, así sucedió en sus principales manifestaciones.

Desde entonces, el país vino complicándose en todo su funcionamiento. Sus mercados, comenzaron a cerrarse. Lo mismo ocurrió en su desenvolvimiento financiero y demás rubros de la economía.

Veinte años después de haber arribado al poder la tendencia política que habla en nombre de una pretendida “revolución” al amparo del absurdo e iluso “socialismo del siglo XXI”, los tiempos dieron cuenta de la declinación económica, social y política que había resistido Venezuela. 

El inicio de un nuevo año, avizora más oscuranas que las recién padecidas. Se pasó de la escasez al inerme poder adquisitivo lo cual permitió que la economía se hubiese malogrado. Tanto así, que ahora se viven enredadas realidades que dieron “puerta franca” a una “dolarización transaccional”. Situación ésta que determinó la anulación del valor de la moneda oficial según la Carta Magna la cual destaca que “la unidad monetaria de la República Bolivariana de Venezuela, es el bolívar” (Articulo constitucional 318).

Más aún, la Constitución dictamina que “el Estado debe promover y defender la estabilidad económica, evitar la vulnerabilidad de la economía y velar por la estabilidad monetaria y de precios para asegurar el bienestar social” (Del artículo 320). No obstante, las realidades se desordenaron. Tanto por desconocimiento de lo establecido en el susodicho precepto, como por la discrecionalidad de un régimen que ha actuado con la mayor impudicia y sin acato a la misma ley. En consecuencia, la economía disparó su capacidad de contención generándose y manteniéndose desquiciadamente el fenómeno de la hiperinflación. Aún cuando cabe preguntarse si acaso todo ha sido adrede como parece dejarlo ver, el esquema económico seguido por el régimen usurpador.

En medio de estas tribulaciones, el régimen montó procesos sociopolíticos y socioeconómicos que derivaron en el desarreglo que condujo a que se acentuara la crisis en que hoy se halla sumido el país. De hecho, se tiene una fuerte contracción del consumo que devino en la casi paralización que tiene inmovilizado al país. 

El caos, posiblemente inducido con el propósito de mantener distraída la población, tal vez  por oscuras razones políticas, no se hizo acompañar de la necesidad de medir consecuencias. Es ahí cuando salta a la palestra el problema de la gasolina. O fue una medida asumida deliberadamente. Estructurada con base en la perspicacia de los más avezados funcionarios, toda vez que advirtieron que se convertiría en un factor de suma incidencia. Más, por cuanto su precio al valor sincerado de la economía actual (considerando los vaivenes del mercado petrolero en razón de los respectivos reacomodos internacionales) trastocaría planes políticos en cuanto a la pretensión (declarada) de enquistarse en el poder. Quizás, esos funcionarios de mala ralea, vieron el potencial político del desbarajuste ocurrido en Febrero de 1992 con el llamado “Caracazo. Evento ese inducido por el aumento del precio de la gasolina. 

Puede verse como una táctica que el régimen para disponer a sus anchas ante el ruido que causa tal amenaza. Por consiguiente, ha preferido decretar un nuevo e intempestivo  aumento salarial, antes de enturbiar más aún la economía con la declaratoria de una gasolina cuyo valor se estima a nivel internacional. Mejor dicho, es como ordenar una acción que signifique “cuchillo para su pescuezo”. Tal como refiere el glosario popular.

Y es que bien sabe el régimen, que de ordenarse la economía sincerando el atraso que arrastra el desarrollo de la nación, tendría que tomar la extrema medida de asignarle un precio justo a la gasolina. Pero que no acentúe la contradicción que cabalga la gestión del régimen. O sea, evitar el endeudamiento socioeconómico que tiene estancado el bienestar del país. Pero con medidas que sacrifican el desarrollo nacional. El régimen no ha entendido que está de bulto, el pánico de perder espacios logrados a punta de represión, intimidación, hambre y sometimiento. Aunque bien sabe y reconoce, tanto como lo dejó ver respecto del “control de cambio”, que la gasolina es una rueda del poder político.

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