La gestión y bancarrota social

Para evitar la bancarrota o default, el gobierno socialista prefirió pagar intereses y capital a los acreedores y dejar sin pan ni medicinas a la población. Ni la peor reestructuración del FMI ha dejado a un país sin harina de trigo ni fármacos, ni tan hipotecado como a Venezuela. Sin embargo, el FMI es mucho más criticado que estos tipos de gobierno como el que tenemos. Parece que basta con decir que se gobierna para el pueblo para ser respetado y apoyado por más de la mitad del mundo.

Como consecuencia de la mala gestión económica del gobierno sobrevino la bancarrota social, que en términos coloquiales quiere decir que el pueblo fue quien pagó los platos rotos. En otras palabras, es la quiebra del ciudadano, la pérdida brutal de su poder adquisitivo, que ya no le permite lo mínimo, como desayunar un café y una empanada o un croissant, parado ante el mostrador de una panadería, algo que fue normal toda la vida, hasta hace tres años.

Pero son las familias con gastos fijos las que se han llevado la peor parte del default social y han visto como el ciclón inflacionario y devaluacionista arrasó con sus ahorros y bienestar. Es una situación terrible, difícil de imaginar, tan difícil como controlar las angustias y los ataques de pánico, agravados por la escasez de psicotrópicos y el miedo a la creciente inseguridad e impunidad que reina en el país.

La hermana gemela de la bancarrota social es la bancarrota política que se caracteriza precisamente por la pérdida del capital político del gobierno, tal como se vio con claridad prístina en las últimas elecciones, en las cuales el régimen vio reducida su bancada a apenas un tercio en la Asamblea Nacional, mientras que la oposición obtuvo la mayoría calificada.

La terquedad de quienes detentan el poder de aferrarse a él, manifestado por su negativa de permitir el referéndum y celebrar las elecciones de gobernadores y alcaldes, tal como lo establece la Constitución, lo cual, sumado a la quiebra social, es lo que nos ha traído a la presente crisis de protestas en las calles de todo el país y la brutal represión como única respuesta del régimen ante la gravedad de nuestros padecimientos y reclamos.

¿Qué hacer frente a este cuadro desolador, complicado y del cual no conocemos todas sus piezas, ramificaciones y alianzas internacionales?

Hay que hacer todo lo posible, dentro de las vías democráticas, y obligar al gobierno a dar un paso de lado y permitir que venga otro equipo que sí disponga de los conocimientos para comenzar a salir de la crisis. No se crea que el régimen está tan sólido como quiere aparentarlo. La realidad es todo lo contrario. Nunca el régimen ha estado tan débil como ahora, con 80% del país en contra, el descontento en crecimiento, la desproporcionada represión y el luto de muchas familias. Además, a esta gigantesca crisis se sumarán nuevos vencimientos de la deuda, más inflación, escasez, protestas y una corrupción que está completamente fuera de control. Hay que mantener la presión en las calles, universidades y en cualquier otra parte. Hay que seguir presionando hasta lograr unas elecciones generales y ganarlas por paliza.

Por último, existe algo más y es la bancarrota moral, un animal de siete cabezas, causa y a la vez consecuencia de las otras dos bancarrotas. Es el propio epicentro y origen fundamental de la crisis que padecemos, y por ello todo un tema que merece un capítulo aparte.