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La grandeza de Sucre

Este artículo debió haber salido hace dos semanas, cercano a la fecha del nacimiento del Abel de América, como lo definió el Libertador, pero los infames servicios que prestan tanto Corpoelec como Intercable se confabularon contra su aparición. Va esta semana.

Lo que intento es contrastar la grandeza de espíritu del Mariscal con la enanez que demuestran los mandones actuales.  Creo que es un ejercicio que debiésemos hacer todos, confrontar la generosidad con el adversario y la probidad en el manejo del erario, contra la rapiña descarada que caracteriza a los incondicionales del régimen y la vesania que estos ponen de manifiesto todos los días contra sus “enemigos” (así los catalogan ellos).  La distancia es como del cielo a la tierra.  Y, en los tiempos actuales; tan caracterizados por el encono, el resentimiento y la codicia, tratar de emular al vencedor en Ayacucho es harto necesaria.  Veamos:

 Hablemos de la pulcritud en el manejo de fondos públicos.  En un país como el nuestro —en el cual observamos que los que están usurpando el poder se roban hasta un hueco y, de lo más descarados, hacen intentos para evitar que uno de sus “beneficiarios”, Alec, Saab, enfrente la justicia y eche el cuento de todo lo que sabe de ellos— debería exigirse la promulgación de una norma parecida a la que existía en la colonia, la de los juicios de residencia —un procedimiento judicial que se llevaba a cabo y en el cual se sometía a revisión las actuaciones de los funcionarios, desde virreyes hasta alcaldes. Estos no podían abandonar los lugares donde habían ejercido el cargo hasta que concluyese el proceso.  Y el que resultase culpable, preso iba, y se le confiscaban sus propiedades y bienes.  Es más, también debiera haber una norma que establezca la obligación de que todos los mandatarios, en la ceremonia de entrega del cargo, le dieran lectura a la carta por la cual Sucre renuncia a la presidencia de Bolivia: “No concluiré mi mensaje sin pedir a la representación nacional un premio por mis servicios (…) La Constitución me hace inviolable (…) Ruego, pues, que se me destituya de esa prerrogativa, y que se examine escrupulosamente mi conducta.  Si (…) se me justifica una sola infracción a la ley, si las cámaras constitucionales juzgan que hay lugar a la formación de causa (…) volveré (…) a someterme al fallo de las leyes”.

Ya que de normas para la decencia en la administración hablamos, y dado que vivimos en un país en el que la mayoría de los “líderes” no ven sino su beneficio personal y el envilecimiento del pueblo mediante la compra de votos, debería pasarse una ley que obligara a todos los aspirantes a destinos públicos —desde concejal de San Fernando de Atabapo hasta presidente de la república— que al momento de inscribir su nombre en el CNE, anexo a la solicitud vaya un anexo, también rubricado, donde se haga solidario de frase del mensaje de Sucre al Congreso de Bolivia  que señala que «…en política no hay ni amistad ni odio, sino la dicha del pueblo que se gobierna, la conservación de sus leyes, su independencia y su libertad».

Ahora toquemos el punto de la generosidad con el adversario que distinguió al “paladín de la bondad”, como lo distinguió en un poema Alfonso Marín, valenciano honorario del siglo pasado.

Tenía razones, Sucre para ser vengativo, porque los realistas, ya sea por acción directa o derivaciones de estas, le mataron a cinco hermanos.  Pero jamás permitió que su dolor personal interfiriera con la justicia de sus mandatos.  Ayuda a eliminar los horrores de la Guerra a Muerte redactando el generoso Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra que Bolívar y Morillo firmaron en Santa Ana.  Después, siendo vencedor en Ayacucho, y sin que se las estuvieran pidiendo, ordena incluir en las cláusulas de la capitulación que firmaron los jefes de los ejércitos combatientes de Ayacucho artículos muy generosos para con los vencidos, como pagarles los pasajes para la repatriación a España a todos los combatientes que así lo desearan; que los que no, podían unirse al ejército patriota conservando sus grados, y que los civiles que así lo desearan pasarían a ser recibidos como ciudadanos peruanos.  Y cuando, ya acabada la guerra con España, los peruanos invaden territorio colombiano y son vencidos por Sucre en Tarqui, el cumanés concede a los vencidos una capitulación que es modelo de fraternidad americanista; no permite represalias contra los invasores, les recuerda a sus soldados que aquellos fueron sus camaradas de la lucha contra España, les ordena que les den buen trato y los despide colmados de atenciones y facilidades para la evacuación.

Más aún: a los disparos que recibió en la intentona en Chuquisaca y que le dejaron baldado el brazo derecho para el resto de su vida, responde con unas caballerosas palabras para la angustiada madre de uno de los acusados y un amplio y generoso perdón en favor de los magnicidas. 

Compárese esos gestos de caridad con las insanas y furibundas acciones de los seguidores y cómplices del obeso usurpador, que lanzan desde un décimo piso a un adversario, que dejan morir de mengua a los que tienen encerrados en las siniestras cárceles de la DGSIM y el Sebín, a los que se les niega la asistencia sanitaria a pesar de haberse demostrado hasta la saciedad sus enfermedades, a quienes se dejan encerrados por meses a pesar de tener boletas de excarcelación.  Parece que la consigna de aquellos es la misma del bárbaro Breno ante las solicitudes de los romanos: ¡Vae victis!

Lamentablemente, para los mandantes actuales, el Mariscal no es modelo.  Ellos prefieren tener como tales a gente tan salvaje como Maisanta y Zamora…

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