¡La Guerra! Fotografías de Henrique Avril, 1903
Eduardo Planchart Licea
La historia de la fotografía en Venezuela ha creado una memoria que permite analizar su devenir. Estas huellas de luz son pulsares de la conciencia, van más allá de la descripción del pasado; permitiéndonos comprender el paradójico presente. Tal como ocurre con las fotografías tomadas por el barinés Henrique Avril (1870-1950), errando por el país con una cámara de daguerrotipo pesada, difícil de manipular, y cargado de químicos. Es conocido por sus paisajes, y acercarnos a la cotidianidad y los espacios públicos de ese entonces, pero también destacan sus fotografías desgarrantes como las tomadas entre 1902 y 1903. Estas últimas son iconos visuales, pues evidencian a Venezuela tras décadas de guerra civil post-independentista, y como nuestro contexto actual se encuentra vinculado a ese pasado.
Dos de estas imágenes fueron publicadas en el Cojo Ilustrado, N 277 el 1 de julio de 1903, tituladas: ¡La Guerra! Después del paso del ejército, y ¡La Guerra! Héroe anónimo. Son los años en que Juan Vicente Gómez acaba con el caudillismo en Venezuela, a través de una cruenta guerra civil que terminó con la toma de Ciudad Bolívar. El bagre como lo llamaban entre dientes, se convirtió en la máxima autoridad de Caracas, en una Venezuela bajo la dictadura de Cipriano Castro, ambos de Capacho, de donde salieron con aproximadamente setenta hombres armados a derrocar a Guzmán Blanco.
Enfrentarnos ante estas fotografías, evidencian un país desbastado, y en ruinas; con no más de dos millones de habitantes. Y a todo lo largo y ancho dominado por caudillos con hordas armadas luchando entre sí. Se guerreaba para robar, violar, asesinar, y saquear. Paradójicamente este contexto a los venezolanos del siglo XXI, empieza a parecerse a la realidad en que existimos al ser dominados por pranes, saqueos, el abandono y un régimen forajido.
En 1908 Venezuela deja de estar bajo la férrea dictadura de Cipriano Castro. Surge otra dictadura, la de Juan Vicente Gómez, tuvo un total dominio sobre el país y sus riquezas van desde los telares, hasta las lecherías. Su ideal de país, era convertirlo en su hacienda personal. El enguantado caudillo fue promotor de torturas como el tortol, el envenenamiento, y los pesados grilletes para impedir el movimiento de los presos políticos, que hoy vuelven trágicamente hacerse presente en nuestra realidad.
Estas dos fotografías de la devastación que vivió Venezuela, fueron tomadas no en un campo de batalla, ni en un campamento, ni en cruento fusilamiento. ¡La Guerra! Después del paso del ejército se enfoca en un grupo de osamentas de cabezas de ganado, acumuladas una sobre otra, en diversos estados de descomposición, rodeadas de una cerca, es una visión de lo que era la pequeña Venecia en 1903.
Si hoy reconstruyéramos esta composición fotográfica en un espacio expositivo: suelo de tierra reseca, pasto devastado, osamentas de ganado rodeadas de alambrones, Sería una instalación completamente contemporánea, y se podría titular: ¡La Guerra! Después de la masacre del Amparo o ¡Las huellas de la narco-guerrilla! Esa dimensión le transmite a estas imágenes una dimensión simbólica.
La fotografía con el título irónico de ¡La Guerra! Héroe anónimo, 1903, muestra el rostro humano de este apocalipsis, en un participante de estas hordas, con gestos ambiguos en el rostro, descalzo y sentado sobre lo que pudo haber sido un fogón. En el suelo un afilado machete roto, junto a la bolsa donde guardaría sus escasos avíos, con la indumentaria completamente destrozada, desgarrada; de fondo las paredes de bahareque de lo que pudiera haber sido un ranchón. Estas son imágenes a las cuales debemos enfrentarnos para comprender el paradójico presente de Venezuela. Pues no por casualidad fueron tomadas por Henrique Avril, son cuidadosas composiciones debido a la tecnología artesanal de la fotografía de esa época. Para ser publicadas en el periódico de mayor relevancia del país: El Cojo Ilustrado (1892-1915), donde lo visual tenía mucho peso a través del grabado, el dibujo y la fotografía; y el modernismo dominaba entre sus colaboradores, intelectuales de vanguardia tanto de Venezuela como de Latinoamérica, del nivel de Urbaneja Achelpohl, Gonzalo Picón Febres, José Gil Fortoul, José Enrique Rodó, Rubén Darío, etc. Por tanto el fotógrafo y sus imágenes tenían un sentido: documentar una situación histórica, y conceptualizar una de las esencias de la venezolanidad: el impulso de muerte y autodestrucción que palpita en nuestra alma colectiva.