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La indiferencia: ¿problema social o político?

Antonio José Monagas

La cultura política del venezolano, no ha sido condición que comprometa el ejercicio de la ciudadanía. Tampoco, ha sido el oficio que mejor haya encauzado la actitud del gobernante. Sobre todo, en momento en que se ha visto imbuido en crisis políticas que van y vienen. El venezolano, más que ser protagonista de capítulos de una historia registrada con el esfuerzo propio de quien apuesta a su mejor suerte, ha sido el resultado de motivaciones que no siempre han terminado de alcanzar propósitos trazados por líneas prescritas desde la teoría del desarrollo económico y social. Mucho menos, por decisiones llevadas adelante según la fuerza de las circunstancias o del conciliábulo que más haya podido aproximarse a conciliar posiciones encontradas sin más parecer que el carácter dicharachero de quienes participan en orquestación del problema correspondiente. Es lo que el análisis político de las coyunturas acontecidas desde que Venezuela adquirió condición de “república”, a medidos del siglo XIX, permite deducir.

Sin embargo, no dejan de haber quienes se detienen a reflexionar alrededor de lo que puede denotar la cultura política. No sólo como necesidad sistematizada a través de lo que compromete toda gestión de gobierno que se precie de su capacidad política. También, desde el ámbito indicativo y operativo de planes de desarrollo capaces de interceder ante la formación de venezolanos. Pero provistos de un mayor y mejor sentido de su responsabilidad en el ejercicio de ciudadanía.

Y justamente, en aras de revisar parte de la actitud del venezolano en torno a lo que significaría su contribución en adecentar el comportamiento social con los recursos que ha de brindarle su conciencia de ciudadanía, es posible establecer algunas notas que puedan aclarar lo que envuelve el problema de la indiferencia. Particularmente, toda vez que su praxis trae graves consecuencias sociales y hasta de índole política. No obstante, vale preguntarse lo siguiente. ¿Hasta dónde conviene al gobierno sembrar tan negativa actitud como parte de lo que sus intereses revolucionarios plantean frente a la pretensión de abolir toda resistencia que se oponga a la implantación de la miseria como condición propia del infeliz socialismo del siglo XXI? O mejor dicho, del emulado oscurantismo del Medioevo.

Advertir en el hecho gubernamental la aplicación de un modelo económico soportado en contravalores que tienden a contrariar los efectos políticos de la esperanza sumada ésta a la voluntad de llevar adelante prácticas de ciudadanía que consideren la activación del venezolano en un proyecto nacional que exija su aporte en la construcción de un país con talante democrático, es razón para que el gobierno lleve adelante su intento por derruir valores morales propios del discurrir libertario. Es ahí cuando busca incitar la indiferencia como práctica que camina de mano de la ignorancia. Esto genera uno de los mayores males que pueda padecer cualquier sociedad que se precie de las potencialidades emocionales de su población.

No hay forma de entender un régimen que lejos de motivar conductas tolerantes y honestas, se aboque a provocar manifestaciones de resentimiento que sólo tienen cabida en el fragor que anima la indiferencia. Es justo el caso Venezuela. En ello está la esencia de la inhumanidad, tal como lo asentía Bernard Shaw. No tanto porque borra de la ruta de la solidaridad y de la hospitalidad, todo rastro de afecto y de espiritualidad. Sino porque también, hace pesada y maula la historia. Más cuando ésta debe dar razón de lo que trasciende en toda sociedad.

Nada podría desgraciar tanto a una nación, que aquella causa cuyo comportamiento sociopolítico se configura en la indiferencia que puede tenerse ante las motivaciones que contrarresten los efectos de la barbarie. Y de la injusticia. Porque en medio del afán que aviva tan cruda situación, seguramente se tendrán procesos políticos y sociales que le apostarán al atraso, la miseria y a la mediocridad. Es decir, se habrán emulado los mismos procesos naturales que hicieron impávidas la presencia de las piedras a lo largo del desarrollo del Universo.

Y es que el resentimiento del cual estos gobernantes, convencidos del poder de su desacreditado socialismo, se valen para justificar sus desvergüenzas y mal elaboradas decisiones, no es más peligroso que la indiferencia con la cual tratan al país, sus instituciones y a su gente. Así que muchas veces no se sabe que hace más daño. Si una guerra, del tipo que sea, o la indiferencia. Más, porque ésta no tiene principio ni final. Por eso cuando un gobierno no entiende ni atiende el clamor del pueblo, no cabe duda de que la cosa pública está perdida. En ese momento, es difícil o casi imposible que puedan recuperarse los caminos que conducen al desarrollo económico y social de una nación.

Es ahí cuando muchos esfuerzos en esa dirección, se tornan fatalmente neutros, o sin efecto alguno. Impertérritos. O también, porque ante serios discursos, la indiferencia consume su energía dialéctica y frustra su intención de revertir el problema aludido. En otras palabras, la indiferencia presume situarse por encima del bien y del mal. Razón para que equivocadamente se vea cual factor sobre el cual la imparcialidad presume afrontar gruesas dificultades y caras inconveniencias sin contundentes resultados. Quizás, la excusa perfecta para que poco se haya aclarado si acaso sea la indiferencia: ¿problema social o político?

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