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La intolerancia consensuada por la mayoría

Todos los elementos que conforman este planeta, nuestro hogar, nuestro hábitat, son parte de tres grandes reinos, el mineral (el primigenio, con 4.500 millones de años de edad y evolución), el vegetal y el animal, ambos con la condición vital que no tiene el reino primero e inerte, y mayor diversidad en las especies que los han constituido a lo largo de los 4.000 millones de años que llevan evolucionando, desde las formas primigenias, microscópicas, unicelulares, hasta las macroscópicas, complejas, pluricelulares, distribuidas en todos los espacios de la corteza terrestre, tanto los ocupados por las aguas de mares y lagos, como los emergidos, en los cuales los seres vivos sobreviven enfrentando los retos de glaciares y desiertos, bosques y planicies, selvas y estepas, en islas y en continentes.

Cuatro mil millones de años son un período largo y suficiente para establecer en cada especie el conjunto de instrucciones genéticas que les permitieron superar las dificultades que a otros condujeron a la extinción -tanto vegetales como animales-, y es fácil deducir que ese manual de informaciones acumuladas que han pasado de generación en generación por los millones de años de cada especie, rige su conducta actual, con mínimas posibilidades de incorporar nuevas instrucciones en el relativamente breve lapso de algunos siglos o milenios. Excepto en los Homo Sapiens, que somos simultáneamente la especie más joven y la más versátil, con la capacidad de razonar, de lo cual deriva la creciente capacidad de modificar su hábitat hasta controlar parcial o totalmente los elementos de los tres reinos, en sentido positivo y negativo: Se alimenta de vegetales y animales, los recolectaba y cazaba, los domesticó y eso le permitió sedentarizarse. Tala árboles para usar su madera, elimina bosques y selvas para cultivar pasto para sus rebaños, represa ríos, desplaza al mar de sus orillas naturales, genera energía mecánica y eléctrica mediante la fuerza hidráulica, eólica y la fusión nuclear, rediseña paisajes, crea nuevas especies vegetales y animales, también agrede a otras, incluso hasta su extinción.

En la dimensión macro-zoológica, todos los animales comparten una instrucción, identificarse con sus similares -con el propósito esencial de reproducirse-, y rechazar a los que son diferentes y pudieran representar una amenaza para la supervivencia de su especie. El tamaño es factor determinante en la organización natural, a mayor volumen de un animal menos depredadores debe enfrentar, y de nuevo el Homo sapiens es la excepción, pues él es el depredador Alfa, desde los remotos tiempos de piedras y palos, hasta la actualidad de rayos laser y misiles atómicos, la organización de los grupos humanos ha logrado dominar al resto de los animales, de moluscos a peces, aves, mamuts, felinos y ballenas, líquenes, algas, manglares, arbustos, hortalizas, cereales, árboles, sin excluir especie alguna, todos los vegetales y animales han sido víctimas de la prepotencia humana, que incluso amenaza con producir niveles de contaminación y calentamiento que hagan peligrar nuestro único hogar.

Esa instrucción que promueve el acercamiento entre los similares (ñúes, cebras, antílopes, búfalos, renos, alces, o garzas, patos, gansos, flamingos) que pueden compartir un mismo espacio, y la desconfianza o el temor respecto de los distintos y potenciales agresores (grandes felinos, hienas, perros salvajes, zorros, lobos, osos, águilas, buitres), que también compiten entre sí por las presas o su carroña, sigue un esquema simple; clasifican a los otros como peligrosos o inofensivos, en base a las experiencias de cohabitación o agresión ocurridas a lo largo de varios miles o millones de años, grabadas en sus manuales de conducta instintiva.

Los homo sapiens, precisamente por su capacidad de pensar, que a su vez los capacita para producir herramientas, y modos de comunicación superiores a los del resto de los animales, crean símbolos fonéticos y figurativos, palabras e imágenes, que les permiten trascender los límites de los esquemas simples que dividen a las otras especies en ofensivas e inofensivas según el grado de peligrosidad física que representen. Los humanos, ebrios de poder, habiendo demostrado hasta la saciedad que pueden convertir en mercancía cualquier porción de los tres reinos, incluso exterminar especies, agotar yacimientos y recursos renovables, organizados en grupos sociales con rasgos identitarios propios [fenotipo, idioma, tradición,  cosmovisión cultural, que incluye prejuicios, folklore y religión, vestimenta, música, bailes, rituales en general] también elaboran fobias que desembocan en agresiones contra esos grupos o individuos objeto del rechazo. Durante miles de años, de las diferencias anatómicas derivaban las razones para el rechazo o la agresión. Color de la piel, estadio de civilización alcanzado, deformidades obvias, fueron la excusa para el racismo, la esclavitud, la discriminación social y el sometimiento. Le añadieron el machismo, mujeres y homosexuales se convirtieron en víctimas. El homo sapiens es la única especie que agrede a todas las demás y también a los de su propia especie, incluso vecinos y familiares, cuando algunos miembros no cumplen los estrictos y variantes requisitos exigidos por cada mayoría grupal.

Pero, aunque de maneras lentas y difíciles, de la misma sociedad que ha producido diversas formas de rechazo y explotación, van surgiendo los antídotos contra cada expresión de intolerancia, y a medida que la Humanidad transita hacia niveles de superación (económica, política, filosófica, tecnológica, científica), que nos trajeron de la era de las cavernas a esta post-modernidad, dejando atrás la edad de piedra, la de los metales, la antigüedad, la edad media, el frescor del renacimiento y la pujante modernidad, las vanguardias humanas han ido acumulando logros para reducir –en las leyes y en la praxis– los embates de las milenarias plagas sociales del Machismo, el Racismo, la Homofobia, la Misoginia, el Acoso y Abuso contra los débiles o discapacitados. Hoy sólo quedan enclaves, menguantes territorios y sociedades en las cuales se practique abiertamente la esclavitud, la discriminación, el acoso, todas las injusticias que eran habituales en la mayor parte del planeta, hasta hace apenas dos siglos, un relativo instante comparado con un lapso de al menos cincuenta mil años asignables a la gradual evolución de cada grupo humano desde los albores de la genérica Humanidad, que desemboca en este maravilloso y diverso crisol actual. En los pocos países donde las leyes no protegen explícitamente a las minorías, a las que por milenios les negaron sus derechos básicos, las propias víctimas se rebelan contra ese anacronismo, con la solidaridad de  muchos de los que no sufren discriminaciones, pero las cuestionan y enfrentan. EEUU, el país donde el racismo y la esclavitud se expresaron más vigorosamente, hoy presenta uniones interraciales, negros en posiciones de primordial importancia (jueces, militares, actores, músicos, gobernadores, ministros, diplomáticos, y hasta un mulato fue presidente por ocho años). Los movimientos LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales) proliferan y se fortalecen por doquier. Las luchas por la igualdad de géneros han logrado innegables avances,  cada vez menos mujeres son consideradas inferiores, incapaces de ejercer labores fuera del hogar, o víctimas de agresiones, y de suceder, el marco legal no otorga impunidad a los victimarios. Se ha llegado a la inclusión exagerada, apoyada por leyes, de todos aquellos que eran discriminados por su color, su condición femenina, su preferencia sexual.

Son aislados los espacios donde siguen vigentes las discriminaciones, excepto una en la que participan activamente hasta miembros de todas las minorías que soportaron injusticias, y hoy comparten -por su común denominador de creyentes de los múltiples credos religiosos-, la intolerancia en contra de los ateos. En los deportes hay rivalidades entre seguidores de distintos equipos, pero no agreden a quienes no son adeptos a los deportes. En cambio, en asuntos de religiones, además de competir entre sí, en ocasiones buscando la conversión forzada o el exterminio del feligrés de otro culto, la mayoría de los alienados a las falacias que veneran imaginarios seres superiores, manifiestan mayor repulsión respecto de quienes rechazan las creencias y asumen exclusivamente las verdades demostradas mediante métodos científicos. Por demasiado tiempo cualquier tipo de presunta o real herejía se castigaba con calabozo, tortura, juicio inquisitorial, horca, hoguera o linchamiento por turbamulta. Hoy, vemos a los negros, los del movimiento LGBT, las mujeres, los albinos, personas con síndrome de Dawn o Autismo, incorporados a la sociedad con respaldo legal para hacer respetar sus derechos. Esa integración se refleja en su creciente participación en cine, TV, programas sociales, que refuerzan los cambios de actitud colectiva para impedir que sean objeto de intolerancia. Pero no ocurre igual con los que siguen siendo considerados como una peste en pleno siglo 21, la minoría que no se afilia a ninguna creencia, repudiada por la mayoría  de la población mundial, todavía atada a las erradas invenciones e interpretaciones de nuestros más remotos ancestros.    

Reducidos a la casi total inexistencia, son marginalmente visibles en algunas instancias, muy breves apariciones en cine o TV. Pocos personajes, como el Dr. Gregory House (Hugh Laurie), Sara Sidle (Jorja Fox) en CSI Vegas, Patrick Jane (Simon Baker) el Mentalista, muy esporádicamente y con suprema timidez, expresan sus posiciones ateas, sumergidas y opacadas por la permanente y eficaz referencia a la conveniente y manipuladora creencia. El oscurantismo mantiene su hegemonía.

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