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La izquierda colombiana y sus equivocaciones electorales

Los colombianos se aprestan a participar en la segunda vuelta el próximo 16 de Junio, deberán de escoger entre Santos y Zuloaga, ambos representantes del bloque de poder empeñados en hacer el país o más neoliberal o más conservador, pero sin voluntad para construir una alternativa política en favor de los desposeídos, de los excluidos sociales. Sin representar mayor sorpresa la candidata Martha Lucia Ramírez del Partido Conservador decidió apoyar a la candidatura de Oscar Iván Zuluaga. Sin embargo, algo desconcertante ha sido la decisión de Clara López candidata del Polo Democrático-Alternativa PDA, del Partido Comunista y de la Unión Patriótica, así como de Enrique Peñalosa candidato de la Alianza Verde de apoyar a Juan Manuel Santos para la segunda vuelta electoral.

Resulta inexplicable que Clara López una mujer de una larga trayectoria de lucha y depositaria de los votos de la coalición de la izquierda colombiana haya endosado incondicionalmente sus fuerzas electorales en favor de Santos, un candidato reaccionario y oligárquico, bajo la peregrina y falaz excusa de que él representa el mal menor en la contienda presidencial. No se trata de votar por el mal menor, la clásica y demoniaca economía del voto, sino de construir una nueva mayoría, una referencia política distinta que confronte a la tradicional derecha militarista colombiana.

Pareciera que Clara López se ha contaminado con el nauseabundo pragmatismo bolivariano del fallecido vocinglero de Miraflores, al ignorar que Santos representa la oligarquía tradicional y personifica el terrorismo de Estado que dio origen al  terrible paramilitarismo en Colombia. Que representa el clientelismo, la politiquería, el oportunismo, y la corrupción que tanto daño le han hecho a la política colombiana. Que fue Santos quien puso en vigencia el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, instrumento leonino de intercambio comercial que ha traído consigo la imposición de reformas laborales, incluyendo una profundización de la precarización laboral, a fin de incentivar el establecimiento de nuevas empresas norteamericanas en Colombia. Además, por si ello no fuese suficiente ahí están los “falsos positivos”, la muerte de Alfonso Cano, la violencia contra los sindicalistas, el aniquilamiento de 48 líderes de la Marcha Patriótica, 400 montajes judiciales o cientos de ejecuciones extrajudiciales como pruebas de su “buena gestión de gobierno”. Mal puede presentarse un sujeto con estos antecedentes como un hombre de la paz. ¿Cómo entender que la izquierda colombiana haya decidido apoyar electoralmente a Santos a quien acusaban, en un ayer no muy lejano, de asesino y represor?. ¿Cómo creer que la reelección de Santos mantendrá vivas las negociaciones de paz?

Afirmar que Santos es la Paz y Zuloaga la guerra es una gran mentira. Tal disyuntiva no se corresponde con la verdad. Es un simple maniqueísmo político de Santos a fin de crear una falsa polarización entre el electorado colombiano y sumar apoyos a su candidatura. Las contradicciones entre Santos y Zuloaga no son de la profundidad que aparentan ser. Los dos representan al neoliberalismo económico y a la doctrina de la guerra dominante, ambos sirven con igual devoción a los intereses económicos y políticos del Tío Sam, y ambos representan los intereses de poderosos sectores del capital y la tierra.

Mientras Santos y Zuloaga montan su show electoral, Colombia se sigue endeudando (93.000 millones de dólares para finales 2013), el desempleo y la pobreza siguen creciendo, las condiciones laborales continúan deteriorándose, la descomposición social avanzando, la crisis de la salud agudizándose y la informalidad y la economía subterránea aumentando.

En medio de tantas falsificaciones ideológicas el apoyo delirante del fachochavismo a la candidatura de Santos no nos sorprende en lo más mínimo. Que más se puede esperar de un proyecto reaccionario y militarista que pretende imponer un modelo neoliberal a punta de represión y exclusión política. Santos se convirtió del enemigo número uno de la «revolución del prócer de Sabaneta», en el depositario de los mejores calificativos por parte de los voceros del régimen fachochavista.

Ante tal disyuntiva las fuerzas revolucionarias deberían de luchar por deslegitimar electoralmente a Santos y Zuloaga representantes de las políticas del despojo y de la violencia, del militarismo y el neoliberalismo.

La llave de una paz exitosa y efectiva en Colombia no la tienen ni Santos, ni Zuluaga, sino el propio pueblo colombiano.

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