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La Mejor Ola

Estaba conversando con mi hijo mayor sobre sus planes, sobre su futuro, sobre la vida.  Por alguna razón, durante la conversación, recordé nuestros días en el Festival Tapati en Rapa Nui.  Habíamos pasado unos días que siempre recordaríamos como momentos únicos e irrepetibles, como casi todos los momentos de nuestras vidas.  La Tapati es un festival representativo de las artes, cultura y deportes de la Polinesia.  Una de las competencias que habíamos tenido la oportunidad de ver era He Haka HonuHaka Honu es un término que define define la acción de deslizarse con el cuerpo sobre las olas, sin ninguna otra herramienta distinta a a los brazos y a las piernas, tal cual  como lo hacen las tortugas.  Me hizo recordar cuando de niños corríamos las olas.

Todos los muchachos estaban en el mar sosteniéndose con sus brazos y sus piernas, flotando, esperando.  ¿Qué estaban esperando?.  La mejor ola.  Aquélla que ellos consideraban que les permitiría llegar hasta la orilla para que los jueces los decretaran vencedores del torneo.  Ese era el objetivo.  Llegar a la orilla o lo más cerca de la orilla posible.  ¿Cuánto tiempo habían pasado esos muchachos entrenando para el torneo?.  ¿Cuántas horas habían esperado en el mar durante años?.  ¿Cuántas veces habían escogido una ola que no era la adecuada?.  ¿Cuántas veces habían tomado la ola adecuada y eran ellos los que habían fallado por no nadar a tiempo o con suficiente fuerza o no aprovechar el impulso de la ola para avanzar lo más posible?.  ¿Cuántas veces se habían desviado del curso?.  Lo impresionante, viendo el campeonato, era que después de correr una ola, todos volvían otra vez al mismo lugar, lo más rápidamente posible, para esperar a ver si venía otra ola.  Querían lograr el mayor puntaje para ganar el torneo.  Había un tiempo limitado para todos ellos. Disfrutaban de la experiencia.  Al final, todos se abrazaron.  Sabían que todos habían hecho su esfuerzo, que todos habían entrenado, que todos habían participado y que todos podían y debían celebrar juntos.  Aunque solo uno podía ganar la competencia, cada quien ocupaba su posición y tendrían oportunidad el próximo año de volver a disputarse los primeros lugares. Por ahora, celebraban su amistad, su compañerismo , los momentos compartidos.

Le comenté a mi hijo que en la vida también debíamos aprender a conocer las olas.  Debíamos aprender a esperar la ola que nos llevaría más cerca de nuestro objetivo.  Debíamos aprender a correrlas en la forma más eficiente posible.  Era importante reconocer cuándo se debían dar las brazadas para que la ola no nos dejara atrás y con cuánta fuerza, así como saber cuándo era mejor dejarnos llevar.  Debíamos aprender a observar.  Debíamos tener bien determinado nuestro objetivo y debíamos prepararnos concienzudamente para alcanzarlo.  Por experiencia propia sabía que uno debía tener la fortaleza para levantarse después de las caídas y para volver a empezar después de los fracasos. 

Mi hijo sonrió.  Habíamos disfrutado juntos de la experiencia de participar como público en la Tapati.  Le gustó la analogía que había hecho de la competencia He Haka Honu con la vida.  Yo también sonreí.  No lo había pensado. Había surgido espontáneamente durante la conversación. La vida siempre nos sorprendía. Seguiríamos esperando la ola perfecta pero mientras tanto, no dejaríamos de observar, de practicar, de tomar las olas que nos parecieran las mejores y de acercarnos cada vez más a nuestro objetivo.

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