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La mentira oficial

El periodo que los cófrades de Mao Zedong bautizaron como los “Tres Años de Desastres Naturales” (eufemismo revolucionario para maquillar la Gran Hambruna China, entre 1958 y 1961) destaca por ser uno de los folios más ominosos de la historia. Bajo la guía del Gran Timonel, gracias al plan suicida de colectivización del campo y la industrialización a juro que impuso su “Gran Salto Adelante”, se supo que hubo -según lo que más tarde asomaron tibias estadísticas oficiales- unos 15 millones de muertes por hambre. La cifra, ya harto perturbadora, dista mucho de lo que revelan estudios no-oficiales como el del ex reportero de la Agencia Xinhua, Yang Jisheng, quien en 2012 habló de 36 millones de muertes.

Negar la hambruna fue una de las mentiras más cultivadas del régimen comunista. Hasta 1983, lejos de admitir que el pavoroso corolario respondió a errores de planificación, las autoridades lo endosaban sin bochorno a una serie de catástrofes naturales. Hecho el daño, reacio a rectificar -acre tarea que sí asumiría Deng Xiaoping- para “no crear zozobra” y ante la ruda mengua en la producción (que Mao atribuyó a malos hábitos de los campesinos, esos que “esconden la comida” y a quienes aconsejó comer menos para no parecer capitalistas barrigones) el Gobierno de Liu Shaoqui optó por reducir los cupos de alimentos. La consecuencia fue desastrosa: “En un condado, Guangshan, un tercio de la gente había muerto”, dice Lu Baoguo, otro reportero de Xinhua. Atenazados por la represión, nadie se atrevía a nombrar la tragedia: “Aunque hubiera gente muerta en todas partes, los líderes locales disfrutaban de comidas buenas y licor fino”. Frente a verdad tan espinosa para la credibilidad del régimen, tan levantisca y “contrarrevolucionaria” parecía más útil –hasta posible- negarla, ensayar una historia paralela.

Como comprobó Solzhenitsyn en el caso de la URSS de Stalin, era tarea relativamente fácil en época que transcurría bajo el tóxico embrujo del relato de las revoluciones (hechura de implacables carceleros, realmente), libre además de esa vitrina que hoy prestan las redes sociales y su poder de viralizar información verificable, en segundos. Así que la mentira se volvió no sólo potente aliada para “dar apariencia de consistencia al puro viento”, como escribió Orwell; junto al uso arbitrario del lenguaje fue avío crucial de la propaganda y control de masas, vale de supervivencia del régimen y su hombre fuerte. “Sólo sabía lo que el Partido Comunista me decía. Todos fuimos engañados”, recuerda Yang Jisheng, sacudido por el cadáver sin carnes de su padre. La mentira fue verdad, con todo y sus grotescas contradicciones, hasta que lo factual lo hizo insostenible.

En línea de lo que satiriza “El arte de la mentira política” –el famoso opúsculo escrito por John Arbuthnot en el siglo XVIII, atribuido por error a Jonathan Swift- las acciones de tales gobiernos atenderían al afán de crear «sociedades de mentirosos» donde florezca la convicción de que hay engaños “saludables” para el pueblo. Para ello debe haber, claro está, una masa de crédulos dispuestos a repetir las falsedades que otros inventan. Así, cual príncipe del espejismo político, correspondería al poder tutelar ese “Monopolio de la verdad” y cultivar la comunión democrática en la mentira; toda ella bien embutida en el traje de la verosimilitud, ya que la exageración es tumba para la credibilidad. El zumbón, mordaz encargo del texto de Arbuthnot para burócratas de la añagaza, los “pseudólogos”, era apartar a cualquier individuo de quien se sospechase sinceridad (las purgas, las “Revoluciones culturales” dan fe de ello), hacer del embuste una religión y preservarlo de cualquier verificación posible. Se retozaba así con un trágico augurio: pues nada sería tan eficaz como la mentira totalitaria para desfigurar la naturaleza del lenguaje, la posibilidad de pensar y comunicar la verdad con palabras.

Penosamente, los ecos de esas experiencias respiraron un segundo aire en el siglo XXI: abrigados, además, por sus ventajas. Como inspirada por la China de Mao –jamás la de Deng Xiaoping- en Venezuela se ha pretendido alentar una sociedad que viva cómoda en el pantano 360º de la mentira oficial. Hay escasez de alimentos y medicinas, hay inseguridad y muerte, niños que naufragan en su última sonrisa; hay crisis institucional y humanitaria, pero un tribunal sentencia falta de pruebas. Tras triunfo del 6D se verifican casi 2 millones de firmas para el revocatorio, pero biliosos funcionarios juran fraude. La MUD y Unasur desmienten encuentros bilaterales para un diálogo, y la canciller tuitea y porfía: sí hubo. Las colas son paisaje forzoso, pero hay quien niega su existencia y lanza un “¡Chávez vive!”. La ficción oficial se hizo estridente, dejó de ser cauta, mucho menos verosímil. Torpeza inexcusable, y el mundo lo nota. Pero este truhán repentinamente mutilado por las circunstancias para el arte de mentir, no se percata ya de que las tropas de crédulos no abundan: no como antes.

@Mibelis

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