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La movilización popular

La salida de los que detentan el poder desde hace más de 20 años es, para Venezuela, un imperativo que no admite más espera. No hay democracia a causa de la confiscación de los poderos públicos  -sobrevive la Asamblea Nacional legítima, pero amenazada, que preside Juan Guaidó- por la dictadura que ahora encabeza Nicolás Maduro. El Tribunal Supremo de Justicia, la Fiscalía General de la República, la Contraloría, la Defensoría del Pueblo, el Poder Electoral, han pasado a ser simples palafreneros de la pandilla delictual usurpadora adueñada del Palacio Presidencial de Miraflores. Como en un acto de perversa taumaturgia, ha desaparecido el Estado de Derecho. Las consecuencias están a la vista: se inhabilitan partidos políticos, se somete a severo racionamiento la libertad de expresión, vamos camino a ser un país sin periódicos impresos, con medios digitales bloqueados, y la ominosa vuelta a castigar la disidencia política con la cárcel, la tortura y el exilio.

Sobre devastación y ruinas, se mueve la economía nacional. La Academia Nacional de Ciencias Económicas, en reciente comunicado que parece más bien una nota fúnebre, ha sentenciado lo siguiente: “La economía venezolana, a causa de los errores en su conducción, instrumentados a lo largo de estos años, está en gravedad de muerte, con terribles consecuencias para el sustento de los venezolanos. Durante el período constitucional de Nicolás Maduro, esta Academia Nacional de Ciencias Económicas hizo reiterados señalamientos sobre la necesidad de introducir correctivos a las políticas económicas y ofreció asistencia para su aplicación. Lamentablemente, no fuimos tomados en cuenta”. Y añade: “La conclusión a que se llega no puede ser otra, por ende, que la necesidad de un cambio en la conducción del país para que la economía responda en beneficio de las inmensas mayorías”. Los resultados de la tragedia económica que se vive se manifiestan en que, como lo acaba de declarar el Fondo Monetario Internacional, Venezuela pasó a ser, a pesar del boom petrolero que tuvimos, el tercer país más pobre de Latinoamérica y el Caribe, con un producto interno bruto per cápita de de 2.427 dólares a precios corrientes, sólo por encima de Haití y Nicaragua que tienen 765  y 1.869 dólares, respectivamente. Y la guinda sobre la torta: según reciente informe de Transparencia Internacional, Venezuela es el país más corrupto de todo el continente americano y el quinto más corrupto del mundo.

¿Qué es lo que hay que hacer para que el chavismo/madurismo se vaya del poder que sin legitimidad ejerce, y, con apoyo militar, hasta ahora se niega a una elección limpia y realmente competitiva? La respuesta a esa pregunta la hallo en lo propuesto en 1954, durante la dictadura de Pérez Jiménez, por Rómulo Betancourt: “No nos queda como posible sino la acción popular de masas, constante, valiente, perseverante. Esa acción debe ser conducida hacia una encrucijada en que ya no sea tolerable por el país la existencia de un régimen de usurpación, y la cólera popular se exprese en forma tan avasallante que ya no puedan detenerla las bayonetas”. Y, efectivamente, fue el pueblo en la calle lo que presionó a las Fuerzas  Armadas de entonces a deponer al dictador y propiciar la formación de un gobierno provisional que hizo posible la realización de elecciones libres y justas de las que surgió el gobierno constitucional.

Desastre institucional y desastre económico. Todas “las condiciones objetivas”, como dirían los marxistas, están dadas para el cese de la tiranía. Llegó la hora. Como dice el libro del Eclesiastés: “En este mundo todo tiene su hora, hay un momento para todo cuanto ocurre. Un momento para esparcir piedras y un momento para recogerlas. Un momento para intentar y un momento para desistir” (Ec 3, 1; 5-6). Si se tiene un respaldo de la comunidad internacional, como nunca antes,  lo que falta es que, como en los años 2002, 2014, 2017 y primeros meses de 2019, el pueblo se eche a las calles de toda Venezuela para que las bayonetas se vean en la necesidad inevadible de recobrar su rol constitucional y ponerse al servicio de la democracia y la libertad. Los partidos democráticos que apoyan al Presidente (e) Juan Guaidó deberían efectuar visitas casa por casa en todos los pueblos y ciudades para convocar a la gente a manifestar en la calle en la fecha que se fije con suficiente anterioridad. ¿No tendría un formidable impacto político que esa fecha se anunciara en una rueda de prensa de Guaidó, rodeado de los líderes de Acción Democrática, Voluntad Popular, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo, Vente y Alianza Bravo Pueblo, y figuras representativas de los independientes?

Antes o después de lo anterior, que sería lo fundamental, se podrían adicionar ciertas actividades como toque de cacerolas, un cornetazo e inmovilidad de automóviles por unos minutos en todo el país, repiques de campanas, y llamar, pese a lo golpeado del movimiento sindical, a un paro general.

La movilización popular ha sido, nos lo cuenta la historia, un elemento notable para promover los cambios.

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