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La muerte de la universidad venezolana

Hay que atreverse a decir la verdad: hoy el proyecto universitario autonómico, libre, democrático y popular que se mantuvo en Venezuela por más de 50 años llegó a su final. El Régimen chavista lo destruyó por completo. Lo que quedan son las privadas y es sólo para los ricos.
Sin presupuesto; sin salario; sin seguridad social y sin Estado de Derecho en pie el proyecto universitario venezolano murió. Lo otro es vivir de una añoranza del pasado. Así que toca denunciar esto y evitar el colaboracionismo. Se me ocurre, que el próximo movimiento del Régimen con las universidades venezolanas luego que pase la pandemia, será reconvertirlas en grandes tecnológicos de pensamiento único en dónde la calidad educativa desaparecerá por completo. Yo ante esto doy un paso al lado. Y seguiré apostando por un cambio de timón salvador para toda la sociedad venezolana. Porqué lo que hoy le sucede a las universidades públicas también pasa en los demás ámbitos del país: el triunfo del caos.

Les comparto un escrito que publiqué en septiembre del 2010 y que fue profético y mantiene gran actualidad. Un insumo para el necesario debate dentro del actual laberinto trágico en que nos encontramos. Ya en el 2010 los sueldos no alcanzaban y la inflación se los comía. Además, el presupuesto asignado a la Universidad del Zulia era ya deficitario. Hoy, en éste sombrío 2021, todos nuestros problemas se han multiplicado por mil y el Régimen finalmente decidió sin necesidad de una intervención de facto acabar con las universidades públicas. Por otro lado, también hay que asumir nuestra parte cuota de esto: a lo interno la clase dirigente, salvo algunas honrosas excepciones, poco hizo para ser ahorrativa y reivindicar la meritocracia por encima de los muchos vicios que se han venido arrastrando. Ya el modelo como tal requería de una recomposición en su funcionamiento y esto se obvió por completo. Nos pudo más la inercia y la complicidad.

El escrito en cuestión del año 2010 es éste: “La realidad financiera en LUZ es hoy de pronóstico reservado. Los retrasos, cada día más frecuentes e injustificados, por parte del Gobierno Nacional, merecen el rechazo de toda una comunidad dedicada al conocimiento.

La autonomía universitaria es una ilusión cuando se trata de su independencia financiera. Basta que el Gobierno, deje de honrar su compromiso de Estado para con la Universidad, para que ésta se vea sometida a una humillante paralización. Los gremios a su vez, tienden a dar prioridad a sus particulares intereses, una situación que la crisis tiende ahondar aún más, y con ello, se sacrifica el fin mayor de la institución, su vigencia. Estaríamos entrando en un escenario delicado, si el actual Gobierno desestima el actual proyecto de universidad autónoma, por otro más servil y cónsono a sus fines hegemónicos. Las universidades, como la nuestra, quedarían descalificadas bajo la acusación de formar parte de la contrarrevolución. Algo fuera de lugar mientras se mantenga en vigencia el proyecto democrático.

Lo que es obvio, es que la Universidad depende del Estado para el cumplimiento de sus fines, y que ésta relación debe estar fundamentada en el dialogo y la confluencia de objetivos y metas de acuerdo al proyecto de país vigente. La educación universitaria es costosa. Los trabajadores universitarios estamos sub pagados; muchas de las partidas destinadas a la atención de los distintos rubros son deficitarias bajo los estragos de la inflación. Las normas de homologación no se respetan. Este cuadro dantesco es de la completa responsabilidad del Gobierno de turno.
Por otro lado, la Universidad, debe demostrar cómo se invierte el presupuesto de una forma eficiente y virtuosa. La trasparencia debe ser el norte de un buen administrador. Luego tenemos, ante la crisis, que establecer planes de ahorro y contingencia. Evitar el derroche en rubros como las dietas, los viajes, los “asesores”, los guardaespaldas, los carros de lujo, el uso de los servicios como agua, luz y teléfono, la burocracia y nuestros propios “ministerios” de más.

La inversión universitaria tiene que orientarse, luego de haber resguardado los salarios y la protección social, en los ámbitos estrictamente académicos. No se puede invertir más en vigilancia que en investigación, por muy importante y necesaria que la primera sea también. Tampoco es conveniente que la Universidad siga creciendo de una forma desordenada: no podemos seguir atendiendo más estudiantes de lo que puede soportar nuestra capacidad instalada real. Una universidad, con dimensiones más modestas, es con mucho, más manejable”.

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