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La necesidad de crear una economía no petrolera en Venezuela

La época de oro de la industria venezolana se ubica entre los años 70 y 90. Situación que no solo fue producto de la acertada política de sustitución de importaciones y posterior apertura de orientación a exportaciones aplicada por los gobiernos de ese entonces, sino también porque se trascendió el mero ensamblaje de productos o maquilado y se crearon cadenas integradas de valor, en sectores como la agricultura – agroindustria, petroquímica – química – plásticos, textil-confección, pulpa-papel-cartón-artes gráficas, siderúrgico-metalmecánico, entre otros. 

Solo por señalar algunos ejemplos, con acero local se fabricaba y exportaba el chasis de la camioneta F150 de la Ford a Estados Unidos. La petroquímica venezolana surtía el mercado nacional y exportaba una cantidad muy importante de resinas plásticas, de úrea y de amónico o de productos como negro humo, y metalmecánicas venezolanas fabricaban productos de precisión, como cerraduras y candados. Y muchos de los bienes que se consumían internamente se elaboraban con materia prima 100% nacional, como es el caso de los colchones, que se hacían con poliuretano, tela y alambre todos hechos en Venezuela.

Pero hoy en día, esa otrora pujante industria nacional prácticamente se ha extinguido, producto de políticas erradas como las que llevaron a la sobrevaluación de la moneda, las expropiaciones de empresas manufactureras o fincas agropecuarias, controles férreos de precios y del tipo de cambio, una política fiscal confiscatoria y ahora, la eliminación del crédito financiero.

Está claro, entonces, que el camino que hemos transitado los últimos años es equivocado y destructivo.  Un Estado cuyo propósito realmente sea crear bienestar tendría que volver a arrancar por sustituir importaciones y esta vez desde un principio orientarse a exportar, adoptando políticas de estímulo a la producción interna para  conseguir nuevamente ofrecer bienes locales y generar puestos de trabajo bien remunerados y estables, pero además para comercializar en el exterior productos de creciente valor agregado que generen las muy necesarias divisas que la balanza comercial del país requiere para lograr estabilidad, crecimiento y oportunidades.

La interrogante a plantearnos, entonces, es qué tiene que hacer el país para lograr ese necesario crecimiento. Tenemos dos grandes desafíos: la transición política y la transición económica. En cuanto a lo primero, estamos convencidos que sin un cambio político, es imposible un nuevo rumbo económico.

En cuanto a lo segundo, es imperativo que entendamos que hay que dejar de creer que vamos a recuperar al país a partir de la renta petrolera. PDVSA está absolutamente destruida, actualmente su producción se ubica en 712 mil barriles diarios. Los expertos aseguran que la recuperación de la producción petrolera no se puede planificar por sobre 100 mil barriles diarios por año, por lo que tomaría muchos años llegar a los niveles previos al Socialismo del Siglo XXI.  Adicionalmente, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) ubica el pico máximo de la demanda en 2029 y, a partir de allí comienza una rápida disminución de la demanda de este mecanismo energético como consecuencia de la madurez alcanzada por los otros que llevan ya muchos años insertándose como energías más eficientes, limpias y sustentables.

Partiendo de esa realidad, hay que desarrollar una visión de estrategia económica alterna sobre la cual se sustentará el desarrollo a corto, mediano y largo plazo de Venezuela. Debemos mirar lo que está haciendo el resto del mundo. Otros países están dedicados en este momento a producir ideas, a innovar. La investigación, la tecnología y sus desarrollos en productos novedosos es lo que posibilita que una sociedad crezca.

Nuestro país enfrenta y necesita inmensos cambios y tiene el gran reto de encarar el futuro de una manera diferente. Y para ello es indispensable que la estrategia se base en educación, innovación y tecnología, lo que va a requerir una mayor interacción entre el sector académico y las empresas. Ese es el desafío.

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