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La OTAN, Obama o cómo intentar salir de un callejón

La cumbre de la Alianza Atlántica reformula su planteo estratégico con la vista puesta en dos frentes de conflicto simultáneos: el litigio con Rusia por Ucrania y la amenaza del ISIS.

Si las posibilidades dependen efectivamente de las capacidades; es decir, lo que se puede se subordina a lo que hay, la alteración de ese supuesto es lo que parece abrumar hoy al presidente Barack Obama. Una superposición de escenarios internacionales anárquicos está desnudando la incapacidad de la potencia y sus aliados para revertir la realidad, controlarla o, al menos, evitar acabar arrastrados a conflictos de destino imprevisible. La banda terrorista ISIS es el emergente quizá más peligroso de esa confusión. Los bombardeos con drones en Irak y la notable alianza de EE.UU. con el pueblo kurdo y las fuerzas iraníes en el norte del país del Golfo, son insuficientes para desactivar al grupo integrista. Pero hay más que eso. Sucede que el problema central no está ahí sino en la vecina Siria, donde la banda también se ha extendido a grandes espacios territoriales pero en una situación política extremadamente más intrincada.

La cumbre de la OTAN, que finalizó ayer dos días de deliberaciones en Gales, anunció la formación de una coalición internacional de diez países que incluye a Turquía, miembro de esa organización, para algún tipo de acción no muy definida contra el grupo terrorista. La iniciativa que se intentará extender a un racimo de países árabes, no despeja las dudas. ¿Cuáles serían las capacidades que harían posible una alianza que coloque en el mismo barco al régimen sirio, su enemigo declarado turco, las coronas y autocracias sunnitas árabes y a la teocracia persa? No existe en Siria un tercer actor factible y sin esas fuerzas heterogéneas en el terreno nada definitorio será posible.

Especialmente si se tiene en cuenta que en ese colectivo también habrá que sumar tarde o temprano a Rusia, el otro sujeto terrible de las deliberaciones de la Alianza Atlántica. La cumbre acabo siendo así un modelo perfecto de encrucijada. Los líderes de la OTAN se empeñaron en el encuentro en diseñar una fuerza de despliegue rápido para intimidar al Kremlin, mientras buscaban respuestas a las preguntas que faltan sobre qué hacer, solos o en conjunto, con la amenaza de la banda yihadista que es un riesgo superior al que desbarata el Este ucraniano.

Es claro que si Occidente se distrae con Moscú y el litigio en Ucrania, eso beneficiaría a la organización terrorista para seguir su avance inclemente como lo ha hecho hasta ahora. A la inversa, si la crisis en el Golfo se desborda, sería una buena noticia para Vladimir Putin, aunque apenas en la coyuntura porque Rusia también está en el blanco de esa Hidra, como veremos más adelante. Y es que la madeja suele ser de un sólo hilo aunque se la vea enredada.

La avanzada sobre el Kremlin por parte de la OTAN tiene aromas de otras épocas que deberían estar superadas.

Hay al menos dos elementos que para Occidente tendrían que ser claros en este laberinto: Rusia ha sido la gran derrotada en la crisis ucraniana. Antes de este ciclo de choques dominaba a ese país central para sus intereses. Ahora no sólo ha perdido su influencia directa sino que debe apelar a la presión militar y a la multitud belicosa de sus pobladores independentistas filorrusos para incidir en el futuro de Kiev. El otro punto, de mayor valor geopolítico, es que para Moscú el destino de ese país es una cuestión existencial. Cualquier posibilidad de que Ucrania quede dentro del paraguas de la OTAN, o, en términos menores, en manos de la Unión Europea, es un costo que sólo garantizará un escalamiento persistente de esta crisis.

Esa perspectiva agria no es el resultado afiebrado de los sectores que últimamente han venido confundiendo a Putin con un Lenin resucitado olvidando que se trata de otro autócrata capitalista. La sostienen lúcidas mentes conservadoras como la de Henry Kissinger. El ex canciller de Nixon escribió recientemente que “cualquier intento de una parte de Ucrania para dominar a la otra -como ha sido la norma- conduciría a la larga a una guerra civil o fragmentación”. Y explicó lo obvio: “tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste hará desaparecer toda perspectiva para unir a Rusia y Occidente -Rusia y Europa en especial- en un sistema internacional de cooperación”. Ucrania, en esa visión, debe ser un puente neutral entre esos dos mundos.

Cuál será la parte de ese pensamiento que no advierte la OTAN, o el mismo Putin que, con igual ceguera, quedó donde está por la pretensión de condenar a Ucrania a un destino de satélite. El cese del fuego pactado en estas horas se balancea entre esas dudas.

Lo cierto es que mientras esto sucede, el líder del ISIS, Ali Bakr al-Baghdadi, ha demostrado que sabe leer el tiempo en el fino reloj suizo (“Isis: a Disgrace to True Fundamentalism”, Slavoj Zizek) que usa debajo de su manto negro. Además de Irak y Siria, la organización ha avanzado sobre Líbano, en las tres ciudades, Trípoli, Sidón y Ersal, en el norte sur y este del país, con mayoría sunnita fundamentalista. Pero también se han detectado contactos con los integristas de Chechenia, la república separatista bajo férreo control de Putin y de donde han salido las célebres “viudas negras” que atentan en territorio ruso.

E l desafío del ISIS se mete así por la ventana en el litigio ucraniano y agrega a Putin como un invitado indeseado en la foto de la OTAN. Y es que como señala el politólogo George Friedman “las dos crisis deberían ya pensarse juntas”. Y es que hay más en este enredo. La larga mano de la banda terrorista también se mece en otros reductos de fe islámica donde las duras condiciones sociales le pavimentan el camino como Azerbaiján, aliado carnal de Turquía, o Afganistán, donde hay tribus talibán dispuestas a sumarse al ISIS.

El caso del Líbano es paradigmático. Es preciso estar ahí para lograr una idea cabal sobre de qué se trata esta amenaza. Poco antes de la irrupción de la banda terrorista, este cronista observó en la Trípoli libanesa espacios interminables de banderas negras del fundamentalismo ultraislámico. En esos sitios gente normal y sencilla sostenía sin dudar que fuera hora de que un califato derrocara al régimen de Damasco para formar una gran Siria uniendo a todos esos países bajo el rigor del sunnismo fundamentalista. Si no está el ISIS habrá otro grupo y luego otro que busque cumplir con esas fantasías. De eso, de ese callejón, se trata este desafio.

(Clarín.com)

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