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Ciudadanía para crisis

Hasta hace muy poco era natural suponer que, a diferencia de la deslucida gestión de otros vecinos de la región, diez años de crecimiento económico sostenido en un país -y eso incluye reducción de la deuda externa, incremento de las reservas internacionales, disminución de la pobreza extrema- bastarían para blindar la adhesión a un gobierno de claro sesgo populista. Pero la historia en Latinoamérica urde un nuevo giro. El resultado del referéndum por la cuarta reelección de Evo Morales llega así colmado de significados. Incluso con las dulzuras del “Milagro boliviano” o la vistosa mejora en la calidad de vida, 51,3% de los electores dijo “NO” a la opción de la permanencia en el poder, desafiando incluso una popularidad que, aunque maleada por graves denuncias de corrupción, prometía lo suficiente como para contar con el extendido atornillamiento de Morales. Curioso, por decir lo menos.

No es osado entrever que tras desechar el ancla que la mantuvo trabada en la resolución de necesidades básicas, una nueva ciudadanía, “reacia a transformarse en simple clientela de caudillos atávicos”, como apunta Fernando Mires, comienza a salir de su zona de confort para explorar mejoras políticas. Evolución alentadora, de ser así, asumiendo que la alternancia se ha valorado como un avío de control esencial para evitar que un sistema de democracia representativa mute en retoñada monarquía; algo que permite aprovechar las ventajas de eso que Karl Popper definió como un modo de sacar a quienes están en el poder, sin derramamiento de sangre. Aún queda mucho por ver (y allí será clave la reorganización de la oposición boliviana) pero sospechamos que la urgencia económica satisfecha en el marco de un sistema abierto, competitivo e inclusivo, a futuro sería consistente -tal como augura Amartya Sen- con una mayor democratización, con la aspiración de mayor acceso a libertades y derechos políticos, donde importa el matiz de un valor equilibrante promovido por la efectiva distribución de la riqueza.

Por contraste, la situación acá parece colgar –literalmente- del otro extremo. Agobiados por la indistinta escasez de bienes y servicios, la inflación más alta del mundo, la inseguridad desbordada, la dejadez de un Gobierno que zozobra en el espeso caldo de su propia ineptitud, los venezolanos lucen impedidos de cargar más peso que el de su particular talego de apremios, sus “necesidades de déficit”, como las llama Maslow, padre de la célebre pirámide. Siguiendo la tesis de la motivación humana que él propone, la necesidad básica precariamente atendida interferiría con la satisfacción de necesidades superiores (“Being needs”, o “de ser”) que abarcan reconocimiento o autorrealización… ¿Es justo suponer entonces que aspirar a valores elevados como los que involucra el ejercicio pleno de la ciudadanía democrática, esté vedado ahora para los venezolanos?

A eso –inhabilitar psicológicamente a la población para organizarse, rechazar el conformismo, reclamar sus derechos- quisiera apostar el Gobierno. Si la depauperación que hoy cunde a todo nivel implica una vulgar regresión del tono de esas apetencias, la inercia estaría asegurada, y con ello, el control social. Pero no es precisamente letargo lo que hoy revela el país. Atizados por la certeza de que un cambio en la orientación política es inaplazable –los resultados del 6D así lo confirman- el afán de buscar salidas pacíficas y constitucionales al brete lucha para no dejarse engullir por la crispación.

A diferencia de Bolivia, los venezolanos nos precipitamos desde lo alto de un espejismo de grosera, epidérmica prosperidad, hacia las honduras de la ruina: gracias a las diligencias del juerguista que todo lo gastó cuando todo lo tenía, no hubo chance para transiciones menos feroces. Posiblemente el efecto del shock, lejos de invalidarnos, ha hecho que la amenaza cobre forma precisa: y ante la evidencia, la toma de conciencia es ineludible. En ese sentido, la acción de la Asamblea Nacional y su iniciativa de dar libre acceso a los medios -atrayendo con ello al ciudadano al epicentro de la puja política, sin afeites- ha sido crucial en el acortamiento de los tiempos de reacción. La apretada, inédita, masiva labor de pedagogía política que desde el parlamento se ha venido propiciando del 5 de enero para acá, puso en contexto colectivo la percepción personal de la emergencia: si a eso añadiésemos la sensata gestión de demandas, la sistematización de la información por parte del liderazgo, podríamos estar hablando de una noción de ciudadanía que estaría redefiniéndose no a pesar de la crisis, sino a expensas de ella.

Destensar la cuerda suicida, evitar un estallido, una guerra civil, quizás dependan de eso. Después de todo, como advierten Wahba y Bridwell, principales críticos de Maslow, la necesidad de autorrealización o la subjetiva búsqueda de felicidad es posible aún ante carencias materiales. Entretanto, apostar a esa ciudadanía robusta, alimentada por valores y razón, podría atenuar el riesgo de ser molidos por el instinto.

@Mibelis

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