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La pantomima del boicot olímpico

En la agenda chino-americana hay un hito que pudiera de nuevo agregar amargor a las relaciones bilaterales. Se trata de un eventual apoyo norteamericano al boicot que se viene proponiendo por parte de terceros a los Juegos Olímpicos de Invierno que tendrán lugar bajo la batuta del jefe del Estado chino. Este se ha pronunciado ya en repetidas ocasiones en torno a la inconveniencia de tal sabotaje.

Mezclar este evento deportivo con temas relacionados con los derechos humanos no ha sido una iniciativa estadounidense, pero apenas se inauguró la presidencia del mandatario demócrata, sus asesores hicieron saber que era preciso considerar esta opción. Desde hace pocas semanas el boicot se ha convertido en el caballo de batalla de la coalición de uigures, tibetanos y residentes de Hong Kong, tiñendo con colores políticos un tema que el mundo deportivo desearía mantener ajeno a estos avatares.   

Lo que primero deberían plantearse los adalides de los Derechos Humanos en el mundo es si realmente esta asociación del deporte con la observación de los derechos humanos tiene razón de ser y si no es más que un subterfugio nuevo para atacar esta vez a China como fue atacado Hitler en la ocasión de lo que se llamaron las “Olimpiadas Nazis” en 1936, que tampoco lograron nada de significación. Tal como señala un estudio analítico de Open Global Rights la penalización mundial de prácticas reiteradas de violaciones de los derechos humanos de algunos gobiernos a través de la obstrucción de grandes competencias deportivas es una historia de traspiés y de fracasos. Una cantidad de intentos puestos en marcha a lo largo de la Historia nunca se han coronado con éxito.  

Se trata de dos cosas sin relación entre ellas, pero una vez que el tema ya se politizó, como es el caso, no puede ser visto sino bajo ese ángulo y huelga cualquier otra consideración. Es preciso, sin embargo, llamar la atención sobre el hecho de que ante la necesidad de mantener vientos positivos entre las dos grandes potencias, los mismos norteamericanos a esta hora ya están mirando el asunto con una óptica diferente. En aras de no inflamar más la relación bilateral entre Washington y Pekin el gobierno americano le está quitando decibeles al poderoso impasse. En sus inicios, quienes apoyaban el boicot total quebraban lanzas porque el mismo fuera realmente erosivo del prestigio que asociaría a Xi Jinping los juegos. A raíz del reciente encuentro de los dos jefes de gobiernos donde ambos blandieron la bandera blanca de la paz, el tenor de las sanciones ha evolucionado y, para este instante, lo que el equipo de Biden posiblemente apruebe sea una suerte de boicot limitado – “boicot diplomático” lo llaman-que se diferencia notablemente del que fue propuesto por los apasionados.

Mientras la propuesta original propugnaba una competencia deportiva “sin atletas norteamericanos, sin personalidades ni funcionarios gubernamentales, sin patrocinantes oficiales, sin público norteamericano y sin transmisión televisiva o digital de los juegos, ha aterrizado, en los días pasados, en una posición mucho más contemporizadora.  Hoy por hoy lo que aprobarían las autoridades estadounidenses- tanto del lado demócrata como del republicano-, es una especie de “boicot light”.

Ya no se trata de impedir o invalidar la contienda prohibiendo a los atletas norteamericanos de participar. Solo los representantes de la administración norteamericana estarían ausentes por decisión de Washington, pero todo lo demás no estaría impedido de asociarse con la magna cita del deporte. Claro que el boicot se declararía con pompa y solemnidad de manera de intentar rescatar para los Estados Unidos la autoridad moral que consideran tener en materia de Democracia y de Derechos Humanos.

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