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La profunda gravedad de la crisis

Señores de la MUD: hic Rodus, hic salta.

A juzgar por sus acciones, cabe presumir que ninguno de los líderes máximos de los partidos que integran la MUD y las élites intelectuales que los acompañan tengan la más mínima conciencia de la profunda gravedad de la crisis en que Venezuela se encuentra sumida. Para evaluarla no basta tener la cabeza inmersa en los problemas de nuestra cotidianidad y creer que ella sólo se expresa en los aterradores males de la violencia, la criminalidad, el desabastecimiento y la miseria que comienzan a abarcar a amplias capas de nuestra población y a los que sin duda y en primer lugar habrá que ponerles atajo. Ni muchísimo menos en el cambio de gobierno. E incluso en el desalojo del régimen. Al que habría que proceder no en el mediano o largo plazo, como dichos líderes y sus élites parecieran propugnar, sino a la mayor brevedad posible.

Pues todos dichos males y desgracias son síntomas de la grave patología que nos afecta y expresan un fracaso histórico que ha echado por la borda todos los extraordinarios logros obtenidos desde la gran revolución democrática del 23 de enero y el intento sistemático y profundo, aunque insuficiente, por echar a andar y consolidad la república liberal democrática perseguida por lo mejores espíritus desde la fundación misma de la República, y sistemáticamente saboteados, escamoteados e impedidos por las taras del caudillismo militarista y autocrático, bochinchero y dictatorial que ha marcado con sangre y fuego el turbulento proceso de nuestra conformación como Nación.

Uso a propósito los dos empeños constitutivos de nuestra historia, definidos magistralmente por Germán Carrera Damas: el proyecto nacional, iniciado en 1811, y la conformación de la República Liberal Democrática, anunciada auroralmente en la revolución
de Octubre y retomada el 23 de enero de 1958. Sin menoscabo de los serios intentos de López Contreras y Medina Angarita por encontrar una salida democrática y consensuada a los 27 años de tiranía en que derivaran los estropicios acumulados durante todo el siglo XIX. Dramáticamente interrumpidos por el golpe militar cívico de esos mismos hechos de 1945.

La catástrofe golpista del 4 de febrero de 1992, alcahueteada y promovida por los propios fundadores de la democracia, en la más absoluta inconsciencia del desastre y la devastación de nuestra cultura civilizatoria acumulada tras dos siglos de esfuerzos a la que daría lugar, derivó en el marco general que sobre determina la actual situación de minusvalía y orfandad política y cultural en que naufraga Venezuela: el proyecto nacional terminó tras dos siglos de conformación nacional en la entrega graciosa y voluntaria de nuestra soberanía a la tiranía cubana; la democracia liberal democrática que alcanzara cuarenta años de existencia, en una dictadura de mala muerte. Y lo más trágico de todo ello: con la pérdida institucional de lo construido, el envilecimiento de todas las instituciones y el nefasto y siniestro proceder de las fuerzas armadas, rendidas ante el enemigo interno y externo de nuestra democracia sin disparar un solo tiro.

Esa es la crisis, que las viejas dirigencias y todos sus derivados, lastre antes que herencia de lo mejor de nuestro pasado, se niegan o son incapaces de comprender. El esfuerzo sobrehumano que habrá de emprenderse para reanudar el camino, recoger sus mejores frutos, expurgar el cáncer del bochinche, la disgregación y la barbarie reciclado tras un seudo lenguaje marxistoide y cohesionar a los venezolanos tras un nuevo proyecto nacional y un nuevo proyecto democrático. Una tarea aparentemente titánica, pero imprescindible. Y quien diga que se resuelve electoralmente o miente o sufre de una grave mengua intelectual.

Hace cuarenta años, el mismo Germán Carrera Damas escribió: «es tal el grado de confianza en la definitiva adquisición de nuestra identidad nacional que se reciben con benévolas sonrisas expresiones como las que no hace mucho empleé en la Universidad Nacional de Ecuador, y este mismo año en Puerto Ayacucho, cuando me atreví a expresar mis temores de que las erróneas políticas y falta de visión histórica puedan reducirnos en un futuro no muy lejano a la condición de estación de montaña, – en el caso de Ecuador -, y de zona de balnearios – en el nuestro -, a las que acudan en busca de buen clima y de esparcimiento los habitantes de una poderosísima Amazonia.» (Germán Carrera Damas, La dimensión histórica en el presente de América Latina y Venezuela, Caracas, 1972).

Lo que nuestro insigne pensador ni siquiera se atrevió a imaginar fue que, en nuestro caso, antes que ser balneario de una gran potencia amazónica seríamos el balneario, caladero y abasto petrolero colonizado por una pobrísima isla caribeña.

Señores de la MUD: Hic Rodus, hic salta.

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