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La Rebelión de los Civiles

Egildo Luján Nava

El llamado radicalismo político opositor venezolano no ha descansado durante dos décadas, en su propósito de defenestrar al régimen que hoy lidera Nicolás Maduro Moros. Cuando era minoría extrema y el peso opositor lo hizo sentir la mayoritaria población democrática, tal radicalismo se las ingenió para imponer su voluntad.

Entonces, el ya hoy difunto Hugo Chávez consagró pretensiones, intenciones y ambiciones. Pero, sobre todo, capitalizó su condición de víctima, especialmente fuera del país, y una supuesta Democracia venezolana pasó a ser el epicentro de un nuevo modelo político latinoamericano, amparado por un militarismo que comenzó a presumir de condiciones excepcionales para concluir el proceso independentista que lideró Bolívar.

A lo largo del camino y  del uso de las estrategias promovidas por el llamado “chavismo”, que luego terminaron sembrando desesperanza, frustración y decepciones, sin embargo, el radicalismo opositor construyó una nueva variable política en el país. Y lo hizo arguyendo ser el prototipo de una auténtica expresión democrática nacional, para luego transitar hacia la fertilización de liderazgos inspirados en visiones milagrosas, como el apuntalamiento de egos.

Estos, sin temblor ni temor alguno,  terminaron llevándose por delante a verdaderos líderes, y sepultando políticamente a quienes proyectaban un stop al desenfreno que la “asesoría” cubana iniciaba. Y lo hacía, por supuesto,  a partir de la consagración de la influencia de Raúl Castro y su selectivo grupo de “héroes”, para diseñar e influir en la conducción de falsas figuras integracionistas dentro y fuera del continente latinoamericano, a partir de casi libre acceso a fondos venezolanos.

Ahora ¿en qué consiste  el tal radicalismo?. ¿Qué representa?. ¿Quiénes lo configuran?. ¿Su participación y accionar obedece a qué?. Sólo lo saben ellos. La mayoría ciudadana menciona nombres, describe eventuales causas y objetivos que les motiva. Pero, al final de su cíclico comportamiento, según se produzcan hechos o episodios a los que se sienten con derecho a imponer una voz autorizada y calificada, que es lo delicado, sencillamente, avanza, distorsiona movimientos, cuestiona organizaciones partidistas y, por supuesto, aporta nombres y apellidos en atención a necesidades estratégicas, indistintamente de que no les necesiten.

En el país, a partir específicamente de 2007, cuando Chávez es derrotado durante un proceso electoral que, a juicio de muchos, fue el último que se desarrolló con base en los fundamentos que le hicieron vencedor transparentemente, hay un hecho que lo definen dos fuerzas sociales y que actualmente lucen extremadamente distantes uno del otro.

Se trata de las llamadas  expresiones civiles  y el militarismo convertido en una verdadera expresión gubernamental, al amparo de, por supuesto, quien ya no dudaba de gozar de su supuesta condición histórica para, como otro Bolívar cualquiera, convertirse en el nuevo Libertador venezolano.

Lo cierto es que, al día de hoy, civiles y militares, radicales y demócratas que insisten en evitar la promoción de un belicismo al mejor estilo colombiano o chileno, se desplazan sobre el frágil terreno del territorio venezolano, en procura de una racional y civilizada solución al complejo cuadro de dificultades que asfixian a los venezolanos.

Y esa situación, que debería convertirse en el recurso ideal para evitar, de la manera que sea, el avance hacia el terreno de lo más hostil, es decir, el enfrentamiento armado, ahora exhibe rasgos de menores manifestaciones de voluntad y disposición a construir un entendimiento básico, a partir del diálogo.

Venezuela es un país en ruinas, pero afortunadamente no arruinado, ya que dispone de una serie de ventajas humanas y naturales, inclusive técnicas, agrícolas, pecuarias, productivas para revertir el proceso económico que insiste en sostener el régimen que comanda Maduro Moros con la “asesoría” de Cuba, Rusia, Turquía y China. Pero eso no resulta suficiente para que, eventualmente, pudiera intuirse que, a mediano plazo, todo pudiera comenzar a evolucionar y hacer posible que Venezuela deja de ser el país que hoy exhibe un rostro de ejemplo de ser el producto del extremo fracaso  de un gobierno inepto, inútil y ocioso.

Es decir, tiene que haber una mínima manifestación de voluntades coincidentes alrededor de la importancia de trabajar para concluir en soluciones, luego de ser evaluado objetivamente lo que está sucediendo y lo que habría que hacer para que eso concluya. Y eso no va a ser posible, definitivamente, mientras el radicalismo civil y el uniformado, desde sus respectivas trincheras, insistan en creer que ellos, sólo ellos, y nadie más, pueden lograr echar las bases para que se produzca lo que se necesita.

¿Y qué es lo que se necesita?. Por lo pronto, en atención al comportamiento de una ciudadanía uniformada que se niega a honrar los deberes y obligaciones constitucionales que ella juró cumplir  cuando decidió uniformarse y defender su Patria, entonces, la salida tiene que emerger desde el alma de la población civil.

Mejor dicho, tiene que producirse una verdadera rebelión civil, dispuesta a rescatar la importancia de valores y principios, y no incurrir en el seguimiento de los cuasi enfermizos radicalismos que, como se ha apreciado a lo largo de 20 años, sólo han trabajado para concluir en dudas, desconfianza, suspicacias. Pero,  además, en la sospecha de que sus perseverancias no son más que intereses resguardados por mampuesto.

Hoy la agenda política venezolana, la que los grupos en disputa tratan dejando entrever que hay autenticidad en sus defensas y reclamos, además de aportes con miras a las necesarias soluciones, incluyen componentes de una posible disposición a hacerle frente a radicalismos, indistintamente del sitio en donde operen.

Pero salvo que se sepa que el Gobierno de los Estados Unidos pudiera haber dicho que ninguna salida en Venezuela será factible y posible mientras no se admita que Nicolás Maduro Moros no puede continuar despachando desde el Palacio de Miraflores, no hay más nada. Y es por eso, entonces, que adquiere una importancia relevante y trascendental, el hecho de haberse escuchado, también, que el radicalismo gubernamental esté siendo apartado, y que la rebelión civil se haya propuesto hacerle entender al militarismo que, como en Chile, no necesariamente debe salirse de Augusto Pinochet, para que se den los cambios necesarios.

Pero, además, de igual manera, no es posible ni viable que los responsables de hechos delictuosos, ni promotores conscientes de delitos, pretendan dejar el desempeño de sus cargos, y financiar el boleto para ser uno de los primeros viajeros turísticos a Marte.

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