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La roca que habla

Si este titán se levantara, la incoherencia del mundo se rompería en pedazos”

Existen lugares que actúan como faros en la navegación con mal tiempo que nos ha tocado sortear en el presente. En fecha reciente estuve en Roma, dedicando una de las mañanas a visitar de nuevo la iglesia San Pietro in Vincoli para admirar el Moisés de Michelangelo Buonarroti (1475-1564). Esta escultura fue realizada entre 1513 y 1536, centrada en la figura bíblica de Moisés, quien es representado en la creencia colectiva tanto judía como cristiana como el legislador del pueblo hebreo, portador de las Tablas de la Ley.

Moisés es el autor del Pentateuco, la Torá hebrea, los libros de la Biblia que contienen la Ley, llamada Ley de Moisés y también es el fundador de la transmisión oral o Mishná. En la tradición judía es denominado Moshe Rabbenu: Moisés nuestro maestro. Pero no solo para el judaísmo y el cristianismo es un personaje fundamental, en el Corán, Moisés es citado ciento treinta y seis veces, como el profeta que escuchó directamente a Dios, por lo cual lo llaman kalîm Allah. En todas las religiones abrahámicas o monoteístas, Moisés es una figura central como profeta y legislador. Los exégetas cristianos, interpretaron a Moisés como el salvador que prefiguró el advenimiento del Cristo redentor.

Volviendo a la obra, ésta no puede aislarse de esa ópera de óperas que es el drama bíblico. En el segundo libro, el Éxodo, que narra la huida de Egipto de los judíos guiados por su libertador, se encuentra la escena que inspiró a Miguel Ángel. Habiendo transcurrido tres meses de penosa travesía por el desierto, los migrantes llegaron a las faldas del monte Sinaí, allí sucede el prodigio en el que Moisés se encuentra con Dios y este le confiere las Tablas de la Ley. Cuando descendió para compartir con su pueblo tales portentos, advierte que en su ausencia reina la intriga y la desconfianza entre sus seguidores, que han elaborado un ídolo, un becerro de oro al que, en medio de la anarquía, le brindan adoración.

Al detallar el Moisés, observamos al líder de Israel sujetando con fuerza las Tablas de la Ley debajo de su brazo derecho, tomando asiento ante el disgusto de ver a su pueblo entregado de nuevo a la idolatría y a la superstición. El escultor traduce de manera magistral la indignación que lo invade, al lograr proyectar la gran tensión que presenta su figura y aún más, la de su rostro a punto de estallar en cólera. La protuberancia de las venas y la tensión en los músculos de brazos y piernas anticipan el impulso de levantarse y enfurecido despedazar las Tablas de la Ley, acción que ejecutará cuando se incorpore furioso. La escultura resume el instante en que un hombre indignado observa con rabia y desprecio la estupidez de aquellos en quienes ha depositado su confianza y desvelo. Es un rostro que está a punto de increpar vigorosamente a quienes lo observan. Es una cólera sagrada, porque él viene de encontrarse nada menos que con Dios y recibir de él las leyes para la supervivencia de su pueblo.

He intentado siempre sostener la mirada colérica del héroe bíblico, y en alguna ocasión me he deslizado temeroso en la penumbra del interior de la iglesia, como si yo mismo perteneciera a aquellos a quienes fulminan sus ojos; a aquella chusma, incapaz de mantenerse fiel a convicción ninguna, que no quería esperar ni confiar, y se regocijaban ruidosamente al obtener de nuevo la ilusión del ídolo”. Sigmund Freud

Es una escultura sublime, es una roca que habla. Entre las diversas interpretaciones de esta obra y de la fuerza que emana su contemplación, me remito al singular análisis del psicoanalista y filósofo austriaco Sigmund Freud (1856-1939), titulado Moisés, publicado originalmente en 1914 en la revista Imago, Austria. En dicho ensayo Freud expresa una mezcla de admiración y reverencia por la obra. Aquí copio varios extractos significativos: “He intentado siempre sostener la mirada colérica del héroe bíblico, y en alguna ocasión me he deslizado temeroso en la penumbra del interior de la iglesia, como si yo mismo perteneciera a aquellos a quienes fulminan sus ojos; a aquella chusma, incapaz de mantenerse fiel a convicción ninguna, que no quería esperar ni confiar, y se regocijaban ruidosamente al obtener de nuevo la ilusión del ídolo”. Freud calificó de enigmática la obra y al tratar de comprenderla, dedica la mayor parte del texto a reunir toda una colección de juicios sobre el significado de la escultura, llegando a dedicar la mitad del ensayo a la descripción de los gestos de las manos y la disposición de las piernas: “(…) La pierna izquierda aparece ya echada hacia atrás, y adelantada la derecha, de inmediato, Moisés se levantará airado, la energía psíquica pasará de la sensación a la voluntad, el brazo derecho se moverá́, las tablas de la Ley caerán al suelo y ríos de sangre lavarán la afrenta de la apostasía…”. “(…) No es este aún el momento de tensión de lo sucedido. Domina todavía, siendo casi paralizante, el dolor anímico”. En las catorce páginas del ensayo, en todo momento Freud comparte sus impresiones: “Recuerdo mi decepción cuando en anteriores visitas a la iglesia de San Pietro in Vincoli me senté́ ante la estatua, esperando ver cómo se alzaba violenta, arrojaba las tablas al suelo y descargaba su colera. Nada de ello sucedió́, por el contrario, la piedra se hizo cada vez más inmóvil; una calma sagrada, casi agobiante emanó de ella y sentí́ necesariamente que allí́ estaba representado algo que podría permanecer inmutable, que aquel Moisés permanecería allí́ eternamente sentado y encolerizado”. Al final, el padre del Psicoanálisis llega a una conclusión sobre la intención del escultor: “Miguel Ángel crea la figura de un apasionado guía de la Humanidad, el cual, consciente de su divina misión legisladora, tropieza con la resistencia incomprensible de sus seguidores. Para caracterizar a tal hombre de acción, el único medio hábil era hacer visible la energía de su voluntad, y esto era posible por medio de la representación intuitiva de un movimiento que penetrara la serenidad aparente, tal como se manifiesta en el giro de la cabeza, la tensión de los músculos y la posición de la pierna izquierda. Los efectos de la colera, el desprecio y el dolor alcanzan una sublime expresión humana, sin ello era imposible de intuir la naturaleza de tal superhombre. Lo que Miguel Ángel ha creado no es una imagen histórica, sino un tipo de carácter de insuperable energía”.

Sobre el temor sagrado que infunde el Moisés, cuentan que la cofradía de artesanos que trabajaban en la construcción del mausoleo de Julio II en San Pietro in Vincolo, donde se instalaría la escultura, observaron que al dar por terminado su trabajo, Miguel Ángel le dirigió unas palabras de admiración, reverenciándola mientras se retiraba sin darle la espalda. Esa mañana, momentos antes de terminar mi visita a la iglesia escuché decir a un encorvado y viejo profesor que instruía a un enjambre de estudiantes: “Si este titán se levantara, la incoherencia del mundo se rompería en pedazos”.

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