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La sobrevivencia

Desde hace tiempo suenan a repique las campanas del cambio. El actual usurpador del poder no quiere irse. Un país devastado es el legado de su ejecutoria gubernamental. La historia tiene sus estafas, pero ésta, la que ahora se le hace a Venezuela, es de marca mayor.  Habrá que cincelarla en piedra para que sobre ella no caiga la piedad del olvido. Cuando vuelva la libertad,  las nuevas generaciones tendrán presente a Santayana, quien consideraba  que “aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”.

Sobre el desastre ha caído la deshonra. Tenemos un presidente de facto, engendro de una farsa electoral, que ha ofendido la soberanía nacional con su reciente declaración de que Raúl Castro “es nuestro hermano mayor y protector” y  que el embajador de Cuba asiste a las reuniones del Consejo de Ministros en el Palacio de Miraflores. Este retorno a una especie de semi-colonia seguramente ha generado repulsa en el seno de los sectores de la FAN que ni están comprometidos  con la dictadura ni participan en sus latrocinios. Esa cesión de la dignidad del país será pagada. Como dice el libro del Eclesiastés, “en este mundo todo tiene su hora”. Y como lo recuerda la sabiduría popular, la justicia a veces tarda, pero llega.

Tenemos una catástrofe política, una hecatombe económica y una tragedia social.

La catástrofe política se patentiza en la demolición del Estado de Derecho. La Constitución Nacional es más que papel mojado, es papel hecho trizas. No hay separación de poderes, se ultrajan los derechos humanos, los principales partidos políticos están inhabilitados, los periódicos impresos que no cantan loas al régimen han ido desapareciendo y migran a la digitalización que también es bloqueada, las torturas están a la orden del día, el terrorismo y el narcotráfico anudan vinculaciones cómplices en las alturas oficiales, y un contubernio con países antidemocráticos extracontinentales crean riesgos geopolíticos en nuestro hemisferio. El único poder legítimo existente, la Asamblea Nacional, no puede sesionar en el Palacio Federal Legislativo  porque un cerco militar y policial, con la ayuda de los llamados “colectivos”, se lo impiden.

La hecatombe económica es multidimensional. Más de 6 años con severas caídas del producto interno bruto, una hiperinflación de las mayores del mundo (en diciembre pasado,la canasta alimentaria familiar se ubicó en un monto de 8.250.481,71 bolívares, en tanto que la canasta básica superó los 27 millones de bolívares, según ha informado el Cendas-FVM), la moneda nacional está pulverizada (y no cumple con sus funciones de unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor para el ahorro), una voluminosa deuda externa en default, las empresas básicas de Guayana en el suelo, caída en picada de la producción petrolera de PDVSA que la OPEP  informa fue de 714.000 barriles diarios en diciembre pasado. El reputado economista Ricardo Hausmann declaró el 23 de este mes que “Venezuela tenía un sistema bancario que tenía activos por 80 mil millones de dólares y ahora están en mil”, y que, además, “tenía un sistema eléctrico que podía generar 35.000 megavatios de potencia y ahora no llega a 12 mil, que este era un país que estaba produciendo 10 veces más comida de lo que produce ahora, que tenía un sistema industrial que era 10 veces más grande de lo que tiene ahora”. En toda la Administración Pública, campea la corrupción; Transparencia Internacional publicó el jueves pasado el Índice de Percepción de la Corrupción (el principal indicador mundial de la corrupción en el sector público)  correspondiente al año 2019, y allí se informa que “Venezuela es el país más corrupto en América y el quinto del mundo”.

La tragedia social es manifiesta en servicios públicos esenciales como la salud y la educación. Como consecuencia de la prolongada contracción económica, hay una alta tasa de desempleo. La pobreza y el hambre arropan a la gran mayoría de la población. Existe una emergencia humanitaria compleja.

Aquí, en nuestro país, no se vive, se sobrevive.

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