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La sociedad competitiva versus la sociedad distributiva

José Tomás Esteves Arria

Una de las consignas más empleadas por las clases políticas de todos los países y en muchísimos años ha sido la famosa justicia social la cual quiere decir que si existen pobres y otros que no son pobres, los primeros son resultado de unos que pierden mientras otros ganan. Esto es, el juego suma-cero que si alguien gana algo es porque otro lo pierde. Ya Friedrich von Hayek ha advertido que en una sociedad de hombres libres, libres para buscar empleos, para emprender nuevos negocios, comprar otros ya existentes y ponerlos a producir con ganancias, la llamada justicia social no tiene significado. En los procesos de mercado las empresas que ganan es porque satisfacen las   necesidad de muchos, y las que pierden es porque sus dueños o gerentes no saben producir bienes o servicios que el mercado estima.  La justicia verdadera concreta y no abstracta como la social, consiste en dar a cada uno lo suyo. Y si alguien es pobre, ¿es por qué otro es rico?  La intención de alcanzar una más “justa” distribución de los bienes es una meta socialista que a pesar del fracaso del socialismo, no ha desaparecido de las sociedades occidentales.

Las sociedades que verdaderamente prosperan son las sociedades abiertas y competitivas. Porque cuando alguien crea un bien que antes no existía y satisface una necesidad está creando riqueza de la nada. En las sociedades libres y competitivas los individuos procuran progresar aprendiendo, trabajando más y sobre todo mejor, y no esperando una ayuda de un ente abstracto como el Estado. Adam Smith, en su afamada obra, La riqueza de las naciones lo había previsto: “no esperemos que el carnicero o el panadero nos vendan carne o pan por nuestro interés sino por el de ellos mismos”. Así una cantidad de personas trabajando duro por su propio interés creaba un bienestar colectivo generándose de esta forma la célebre metáfora “la mano invisible del mercado” tan incomprendida por algunos. En China durante los años en que prevaleció la dictadura de Mao Tse Tung, el hambre diezmó a millones de personas luego cuando Teng Siao Ping un líder comunista muy pragmático, dijo que no “importaba el color del gato si este cazaba ratones” China bajo su orientación se abrió al comercio internacional, a las inversiones y a la producción en masa, y en pocos años se convirtió en una potencia económica mundial.

En nuestra América Latina, siempre dependiente de las exportaciones de materias primas, Chile en pocos años se ha convertido en el país más próspero de América Latina, al punto de que es el país de esta región que tiene la menor proporción de población pobre dentro de su población. En efecto, para 2018 su porcentaje de pobreza era de 8,6%. Esta nación sureña desde hace años se ha volcado a una mayor participación en el comercio internacional y ha logrado aumentar la productividad general de su población.

Mientras que Argentina que gasta una inmensidad en planes sociales para esta misma fecha poseía un porcentaje de pobreza de un 28,6%. En un estudio reciente publicado por el economista Roberto Cachanosky nos alertaba en que Argentina poseía un sector privado en donde 8,6 millones se ganan la vida para pagar impuestos y mantener a 22 millones de personas que son beneficiarios de planes sociales, por lo visto los planes sociales aumentan indirectamente la pobreza al frenar a los sectores productivos.

En España, país en el que también existe un poderoso gasto social, cuando existen vacantes en el sector público se llama a concursos de oposición, en los cuales son admitidos los más capaces y para ello, los concursantes se preparan. Una actitud distinta en los países de América Latina, en donde un pesado aparato gubernamental lastra las finanzas públicas. También en Argentina una buena explicación de la fuerte inflación que la sacude es el crecimiento sostenido del sector público entre los años 2003 y 2017, el cual en las provincias según el economista Roberto Cachanosky   el empleo público creció un 70% en estos años.  De modo que la sociedad distributiva está estancando a América Latina en la pobreza y el sub-desarrollo, mientras que otros países como Corea del Sur y Singapur apoyados en el comercio internacional y el crecimiento de la productividad sus poblaciones cada día tienen mejores condiciones de vida.

El caso más patético del fracaso de la sociedad distributiva, ha sido el de Venezuela, otrora en los años setenta, y hasta en   los ochenta uno de los países cuyo producto interno bruto per cápita se colocaba entre los primeros de América Latina, ahora ni siquiera supera al de Bolivia. Su producción petrolera ha descendido a niveles muy bajos restándole ingresos al sector público. La hiperinflación la acosa y ha triturado los salarios reales al punto de que nuestro país tiene el más bajo salario   mínimo  en  USA dólares de la región. Así mismo, su población huyendo de la pobreza ha originado una estampida de refugiados en Colombia, Brasil, Perú que ha llamado la atención de los funcionarios de las Naciones Unidas que atienden estos problemas.

Por supuesto, que la sociedad competitiva trae costos y obligaciones. Las empresas buscan reclutar a los mejores trabajadores, sin importarles si son pobres o hijos de ricos. Los países buscan adaptarse al comercio internacional, en este sentido Chile adaptó su producción famosa de vinos a los gustos mundiales de este producto. La gente trata de estudiar para poder conseguir mejores empleos, sin necesidad de la ayuda de un político populista o un sindicato fuerte. Los consumidores a su vez buscan los mejores productos sin importar su procedencia, sino solamente su precio y su calidad. La vida no es fácil pero el pueblo sabe que esforzándose más en sus trabajos conseguirá mejores salarios y los niveles de vida mejorarán en el transcurso del tiempo.

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