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La soez arremetida de demonios «rojos»

En política, los problemas se suscitan cuando la obnubilación impide ver más allá de los límites que marcan las circunstancias.

No muchas veces logra entenderse que los fracasos son parte de la vida. Tampoco que no siempre se alcanza el éxito. Lo inconveniente sucede cuando alguna de ambas situaciones no se administran con la modestia y ecuanimidad que exige la razón. Winston Churchill explicaba que “el éxito no es definitivo y el fracaso no es fatídico. Lo que cuenta es el valor para continuar”. Sin embargo, la historia está atiborrada de lecciones que dan cuenta de que el éxito sólo se comprende cuando el fracaso no deja arrastrarse por la desesperación. Lo contrario, magnifica la confusión cuya fuerza tiende a avivar conflictos de engañosa solución. De hecho, el escritor argentino, Jorge Luís Borges, decía que “la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce” lo cual no significa dejar envolverse por el pesimismo.

Lo anterior, intenta destacar que tanto el éxito como el fracaso son determinantes en la vida del ser humano. El carácter inexorable de dichas situaciones, configuran los parajes por los cuales se moviliza, indefectiblemente, el hombre. Más, al considerar la incertidumbre en tanto que estado de duda en el que se pone a prueba la confianza ante un determinado conocimiento, que sobre un problema puede tenerse sobre un asunto. En todo caso, tanto del éxito como del fracaso se aprende. Ambas situaciones son oportunidades ineludibles para superarse.

El problema se suscita cuando la obnubilación impide ver más allá de los límites que marcan las circunstancias. Si bien la derrota intimida a los cobardes, la victoria ensoberbece a los engreídos. Así que ni el miedo ni la presunción, son condiciones que motivan el crecimiento del hombre. Sobre todo, si tal crecimiento atañe al desarrollo del individuo en lo moral, lo social y en lo político. Napoleón Bonaparte señalaba que “en la victoria lo merecemos; en la derrota lo necesitamos”.

Lo que ha venido ocurriendo, luego del 16-J, día éste en que se evidenció la fuerza de la oposición, revela un serio conflicto que si bien debe considerarse como una persuasiva razón de desarrollo social y político, también pone al desnudo un problema relacionado con la brecha político-ideológica o distancia electoral que se dio a consecuencia del triunfo para un factor de la vida política nacional, y de derrota sobrellevada por otro actor político nacional. O sea, la victoria alcanzada por la oposición democrática y el descalabro sufrido por el partido de gobierno y sus aliados.

Ante tan connotada situación, cabe recordar el compromiso de respeto que exhorta el buen ejercicio de la política. Sin embargo, las realidades volvieron a desfigurarse. En consecuencia, altos funcionarios y afectos al oficialismo han dejado ver la molestia de verse aventajados de forma aplastante. El discurso presidencial ha sido pendenciero. Tanto, que no ha ahorrado amenazas contra quienes, como empleados públicos, dejaron de votar el 30-J por la elección de su inconstitucional Asamblea Nacional Constituyente.

El triunfo de la Unidad Democrática le generó graves quiebres al partido de gobierno. El oficialismo se movió sobre criterios equivocados que le trajo problemas de mayúsculas proporciones. Quizás, el peor de todos lo representó haber abultado exagerada y desproporcionalmente las cifras que dieron como resultado del evento del 30-J. Posiblemente, algunos del régimen pensaron que sería fácil imponerse en una sociedad que, por la vía de dádivas y paliativos, resolverían problemas de ascendencia social y económica. Pero no ha sido así. Los resultados del 16-J provocaron que ensalzados agentes del oficialismo buscaran atrincherarse dentro del Ejecutivo con excusas que ni ellos se las creyeron. Tan delicada situación, hizo reflotar el resquebrajamiento de la autoridad presidencial como líder político-partidista. Esto hizo que los desencuentros se magnificaran toda vez que la mal llamada Constituyente iniciara sus inconsultas sesiones.

La intransigencia de ciertos cuadros revolucionarios, ha puesto en aprietos la intención gubernamental de sostenerse en el poder “como sea”. Aunque la tozudez de presumidos dirigentes, se ha tornado en razón de peligrosa consideración. Muchas de sus declaraciones, buscan azuzar a quienes mantienen sus ideas y principios demostrados en el tiempo de la actual crisis política. Es además la arenga del presidente de la República, quien ofuscado por torcidas pasiones políticas que desdicen de su investidura, sigue prometiendo ejecutorias de total inconsistencia jurídica. Para ello, busca el amparo ilegal de la Sala Constitucional del TSJ. Continua insistiendo que todo es resultado de un presunto “golpe electoral”. Además, ha buscado complicar las realidades políticas instalando comisiones y aduciendo decisiones abiertamente ilegales e inconstitucionales. De manera que con tan disparatadas ejecutorias, el país puede abrumarse ante tantos furibundos, desquiciados y desatados que presumen de tener el poder suficiente para atentar y atropellar al opositor. Y es que en política, el peligro siempre está latente pues los éxitos y los fracasos no se hallan a la vera del camino tal como las realidades se preparan para su acogimiento. Sobre todo, cuando se vive la soez arremetida de demonios «rojos».

¿Cómo puede decirse que se tiene patria, cuando no se tiene ni siquiera la más pequeñísima idea del significado de democracia. Tampoco de República. Mucho menos de republicanismo democrático? Entonces, ¿cómo se obvian tan graves dificultades si además los politiqueros del régimen viven como demonios rojos desatados?

 

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