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La tragedia de los inconsecuentes: Recordando al nacionalsocialismo

“El partido social-demócrata se encontraba en un atolladero de contradicciones. Aunque seguía afirmando que era un partido marxista, su política había sido desde hacía mucho tiempo puramente reformista. Nunca tuvo el valor de abandonar su ideología tradicional ni su política reformista. Una ruptura radical con la tradición abandonando el marxismo habría hecho pasar al campo comunista miles de sus afiliados. Por el contrario, abandonar el reformismo y adoptar una política revolucionaria, habría obligado a cortar los muchos lazos que ligaban al partido con el estado existente. Los socialistas mantuvieron por ello su posición ambigua y no pudieron crear una conciencia democrática. La constitución de Weimar, atacada desde la derecha por nacionalistas, nacional-socialistas y liberales reaccionarios y desde la izquierda por los comunistas, siguió siendo para los social-demócratas un mero fenómeno transitorio, un primer paso hacia un futuro mayor y mejor. Y un plan transitorio no puede suscitar mucho entusiasmo. Así, pues, aún antes del comienzo de la gran depresión, los sistemas ideológico, económico, social y político habían dejado de operar adecuadamente…La depresión puso de manifiesto y ahondó la petrificación de la estructura social y política tradicional. Los contratos sociales en los que se basaba tal estructura se desbarataron. El partido demócrata desapareció; el centro católico se inclinó más hacia la derecha y los social-demócratas y comunistas dedicaron mucha más energía a combatirse entre sí que a la lucha contra la amenaza creciente del nacional-socialismo.”[1]

Esta larga cita procede de un extraordinario análisis sociopolítico del Estado nacionalsocialista escrito en 1940 por uno de los entonces más jóvenes integrantes de la Escuela de Frankfurt, Franz Neumann, llamado Behemot, Pensamiento y acción del nacional-socialismo, 1933-1944. En 1942, con la insólita y asombrosa actualidad que caracterizaba a esa extraordinaria empresa editorial recién fundada por los intelectuales españoles aportados a México por la Guerra Civil y que llamaran Fondo de Cultura Económica, fue editado en español por FCE. En el prólogo escrito entonces al efecto, dijo con su proverbial clarividencia, mientras Europa se desangraba en los campos de batalla y los hornos crematorios de los campos de concentración asesinaban a escala industrial y a toda máquina a los judíos europeos de Alemania y sus países esclavos : “Todos son culpables: quienes dirigen la política (líderes políticos, altos jefes del ejército, funcionarios superiores, monopolistas poderosos), quienes la ejecutan (policía, SS, oficiales del ejército, jueces) y los beneficiarios de ella (industriales, financieros, grandes terratenientes). Todos deben ser castigados. Para poder establecer, por último, el reino de la paz y la libertad, hay que destruir el poder de todos los grupos gobernantes.”[2]

Guárdeme Dios de pretender comparar en un mismo nivel de grandeza, tragedia, monstruosidad y eficacia al Tercer Reich con esta zarrapastrosa farsa venezolana de la revolución cubana, si bien, a nivel del sufrimiento, el abuso, la inhumanidad y la injusticia, así sea en pequeña escala,  no le queda muy a la saga. Pero el análisis de Franz Neumann destaca algunos caracteres que se dan, así sea en miserable y liliputesca dimensión en el engendro del teniente coronel Hugo Chávez, la izquierda castrocomunista venezolana y el oportunismo de sus clases y partidos aliados o conniventes.

Lo señala con agudeza en su introducción el analista Peter Hayes: “Como el Behemot de la mitología judía y de los escritos de Thomas Hobbes, el régimen de Hitler fue un monstruo caótico, amorfo y sin ley. Su política expresaba las fuerzas, en ocasiones convergentes y en otras contrapuestas, de los cuatros poderes centrales, en relación simbiótica, pero separados (el partido nazi, la burocracia estatal alemana, las fuerzas armadas y el poder económico) que lo componía.” Su poder procedía  – agrega – “de la conspiración entre estos cuatro grupos de intereses particulares”.

Guardando las debidas distancias, ¿no depende el frágil poder de la satrapía castromadurista también de cuatro factores:  del PSUV, el partido nazi en versión venezolana; las fuerzas armadas, absolutamente sometidas a los dictados del castrismo;  el poder económico que le brinda PDVSA y la parafernalia burocrática, convertida en un apéndice del PSUV con sus millones de parasitarios integrantes? Pero en el caso venezolano ha de agregarse un componente inimaginable en el nacionalsocialismo alemán: el omnímodo control del aparato de Estado y sus fuentes financieras por la tiranía cubana y sus ejércitos, cuyos altos oficiales controlan las cipayas fuerzas armadas venezolanas y el entreguismo traidor de la militancia del PSUV.

No obstante, y en este caso, lo que nos interesa destacar es el papel jugado por comunistas, socialdemócratas y católicos de centro en la castración de toda voluntad opositora en la sociedad alemana en tiempos del asalto del nacionalsocialismo al poder del Estado. La república de Weimar cae por la miopía, la mezquindad, el oportunismo y la inconsecuencia de quienes, estando obligados a defender la democracia, prefirieron hundirla en el descrédito y la impotencia. Exactamente como nuestra Cuarta República, que no cae por la fortaleza y empuje del chavismo, por entonces reducido a los cuarteles y apenas presente entre los factores civiles que luego le darían su sostén político. Cae por la irresponsabilidad, la inconsecuencia, la cobardía y el oportunismo de sus propios factores constitutivos: partidos, dirigencias políticas, empresariado, fuerzas armadas.

Y lo que constituye nuestra principal preocupación: esos factores que traicionaron sus imperativos democráticos siguen presentes bajo los mismos o nuevos ropajes en una dirigencia sumida, como la socialdemocracia alemana de la República de Weimar “en un atolladero de contradicciones”. No es la contradicción entre el marxismo y el reformismo, que ahora mismo comienza a afectar al chavismo, amenazando con su disolución. Es otra contradicción sobre determinante de la historia política de la modernidad venezolana, que ningún partido de la oposición ha logrado comprender, no digamos resolver: la contradicción entre la ideología estatólatra, populista y clientelar que anida en lo profundo de sus conciencias, y las aspiraciones a construir la democracia que aparenta motivar sus acciones. Se niegan a entender que esa democracia, hoy a la orden del día, debe romper con esa tradición populista y estatólatra, que la condena a la parálisis y la improductividad,  y abrirse al liberalismo, única garantía de paz con prosperidad y justicia con progreso. Permitieron el avance del chavismo por ver en Chávez una perfecta expresión de sus propias ideas retardatarias. Y hoy impiden la liberación popular de Chávez y esas ideas, prisioneros de sus viejos complejos estatistas y clientelares.

La historia no quiso satisfacer el profundo deseo de Franz Neumann. Todos no fueron castigados. Ni siquiera juzgados. Los propietarios de IGFarben y de Bayern, proveedores del gas ziklon y de los hornos con que se asesinara a seis millones de seres humanos, jamás pisaron un juzgado. Tampoco los Theissen y los grandes industriales alemanes, fabricantes de la monstruosa parafernalia bélica con la que los ejércitos alemanes dominaran Europa, del Atlántico a los Urales. Si ese legítimo, justo y humano deseo hubiera sido cumplido, cientos, si no miles de jueces hubieran conocido la horca. Y los cementerios alemanes no hubieran dado abasto para tanto politiquillo, comerciante, banquero, negociante, burócrata, industrial oportunista ante la rendición de cuentas. En el fondo, muy pocos fueron castigados.

La otra aspiración, casi mesiánica, que expresara en su primera edición en español, tampoco encontró cumplimiento: “los países de habla española del hemisferio occidental tendrán una función que trasciende de los intereses del mundo occidental. El liderazgo del mundo hispánico recaerá sobre la América de habla castellana si ésta se da cuenta de que no sólo tiene que luchar por la victoria total, sino por una paz total.”[3]

No se dio cuenta.

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[1] Franz Neumann, Behemot, Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, 1933-1944. Anthropos, España, 2014. Pág. 22.

[2] Ibídem, pág. XVII.

[3] Idídem, pág XVIII

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