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La tragedia de Venezuela

Cómo el «socialismo» tropical destruyó uno de los países más prometedores de América Latina

Oliver Griffith

En 1987, siendo un joven diplomático, tuve la suerte de ser postulado en la Embajada de los Estados Unidos en Caracas. Fue un cambio agradable, ya que mi primera misión fue en Ruanda que, contrariamente a la próspera Venezuela, era uno de los países más pobres del mundo en ese entonces. No me imaginaba que tan pronto los dos países tomarían caminos diametralmente opuestos para su desarrollo. Ambos líderes de largo plazo – Hugo Chávez y Paul Kagame – tenían mandatos populares, ambos tenían tendencias dictatoriales, y ambos utilizaron naciones insulares como modelos económicos. La diferencia es que Chávez eligió a Cuba, un estado socialista fallido, mientras que Kagame miró hacia Singapur, una economía de libre mercado muy exitosa.

Los resultados son claros: Venezuela pasó de ser el país más rico de Sudamérica a uno de los más pobres, mientras que Ruanda se convirtió en la estrella improbable de un continente plagado por los tipos de líderes en que Chávez y Maduro se convirtieron. En los rankings de países hecho por organizaciones internacionales, Venezuela ahora compite activamente con los estados menos exitosos de África en las gradas más inferiores, mientras que Ruanda se ha disparado a la cima de los listados africanos. Esto muestra otra vez que un liderazgo sólido, sea totalmente democrático o no, es el ingrediente clave para un desarrollo exitoso.

En 1987 Venezuela todavía era un país bendecido. Aprovechaba al máximo de sus tremendos recursos, no sólo el petróleo y los minerales, sino también sus recursos humanos, incluyendo a miles de jóvenes venezolanos que se educaron en el extranjero con becas patrocinadas por el gobierno. Los inversionistas internacionales buscaban activamente oportunidades en ese mercado estable y creciente. Venezuela era el paradigma de la esperanza y la oportunidad que ofrecía el Nuevo Mundo. Cientos de miles de inmigrantes europeos, portugueses y españoles que huían de las dictaduras e italianos que huían de las dificultades económicas. Todos fueron recibidos en las décadas de postguerra, y ayudaron a construir un país que se convirtió en un faro de democracia y crecimiento económico cuando el resto de América Latina vivía sus años más oscuros.

De hecho, Venezuela parecía tenerlo todo en comparación con sus vecinos de América Latina, lo que aprendí rápidamente en el Consulado donde entrevistaba a solicitantes de visas. Hablando con docenas de personas cada día aprendí cuales países latinoamericanos funcionaban bien y cuáles tenían problemas. La tasa de rechazo de visas para los venezolanos era inferior al diez por ciento, ya que pocos tenían razón para marcharse, permanecer o trabajar ilegalmente en los Estados Unidos. Por esta razón, la cultura venezolana era casi desconocida en los Estados Unidos – lo que molesto un tanto a mi esposa venezolana. Había pocos inmigrantes, aparte de algunos ricos que tenían poco interés en la comida, la música, y las costumbres de las masas que definen a una cultura étnica.

Por el contrario, solicitantes de visas de otros países latinoamericanos que habían buscado refugio en Venezuela cuando sus países sufrieron dictaduras o problemas económicos, eran fáciles de rechazar, ya que muchos tenían planes y razones obvias para permanecer ilegalmente en los Estados Unidos. Los dominicanos, ecuatorianos y peruanos huían de la angustia económica y los colombianos de la guerrilla y de los narcos.  Por otro lado, los cubanos, quienes obtenían residencia legal al pisar suelo americano, querían unirse a los que habían huido de Castro anteriormente. Trágica ironía, ahora son estos países los que les están brindando refugio a los venezolanos pues la democracia y la economía de su país han sido destruidas. Y lo más irónico e irritante del caso es que los responsables de la ruina del país, Chavistas y Boligarcas, no emigran a su tan querida Cuba, sino al “Imperio»- que tanto detestan, los Estados Unidos.

Aunque la vida era buena en la soleada Venezuela a finales de los 80, ya el cielo comenzaba a nublarse… Poco antes de mi llegada el valor de la moneda bajo a su valor real – de cuatro bolívares por dólar a más de veinte. Esto fue una maravilla para jóvenes diplomáticos que ganaban en dólares, pero un choque para la clase media venezolana la cual estaba acostumbrada a la buena vida, y aún más para los pobres, que no tenían dólares. La exclamación de los venezolanos en las tiendas de NY y Miami,  ‘ta barato dame dos» dejo de escucharse.

En ese entonces la mayoría de los terrenos a lo largo de las quebradas que fluían desde la hermosa cordillera del Ávila y atravesaban la capital, ya estaban llenos de ranchos y los asentamientos informales habían comenzado su marcha inexorable hacia la costa. La brecha entre zonas ricas y pobres crecía día a día y con ella el resentimiento de los pobres.

Lo más ominoso, es que Venezuela sufría el «Dutch disease» (resource curse – maldición de los recursos), cuando la venta en dólares de un recurso abundante como el petróleo conduce a una sobrevaluación de la moneda local y un colapso de otros sectores de exportación. A menos de ser noruego, esto suele venir acompañado de mucha corrupción y un cierto letargo económico de la población, que espera que el estado prevea todo. Por lo tanto, mientras que Venezuela pudo haber utilizado sus amplios recursos, no solamente el “oro negro”, sino también otros minerales, el turismo y su mano de obra calificada, para diversificar sus exportaciones y promover la industrialización, se exportó solamente el petróleo (y la belleza de las Miss Universo y Mundo). Esto funciono bien cuando los precios del petróleo estaban altos – y Chávez se benefició de ese auge para permanecer en el poder – pero es mortal cuando los precios caen.

Yo fui testigo en el «Caracazo» de febrero 1989, cuando cientos de personas que protestaron contra un aumento de los precios bajísimos de la gasolina y otras reformas «neoliberales» fueron asesinadas. Fue un rudo despertar para las clases ricas, seguido por el fallido golpe de Chávez en 1992 y la destitución por corrupción del presidente Carlos Andrés Pérez en 1993. Mientras que la destrucción de la economía de Venezuela en los veinte años siguientes merece un análisis más profundo, la causa principal fue la maldición de los recursos y la corrupción, la mala gestión, y la desigualdad que venía con ella.

Pérez no fue el primer líder corrupto que se enriqueció mientras que cerró los ojos ante la creciente desigualdad. Este es un camino bien conocido, no sólo en Venezuela y Latinoamérica, sino en todo el mundo. Hay muchas fórmulas para robar dinero, negar lo mal hecho, y aferrarse al poder suprimiendo detractores y trastornando el sistema político. Mientras que Maduro ha establecido nuevos estándares, haciendo de Venezuela el 169 de 180 países en el índice de corrupción de Transparencia International, el país tiene una larga tradición, con historias coloridas como cuando al dictador Pérez Jiménez se le olvido en la pista una maleta llena con $2 millones durante su fuga en 1958.

La corrupción fue menos resentida durante las décadas relativamente exitosas de Venezuela desde los años sesenta hasta los noventa, especialmente cuando el dinero del petróleo fluía libremente y más gente recibía su parte. Siempre estuvo presente en muchas formas, desde el robo absoluto, regalos a políticos, cuentas bancarias en paraísos fiscales, apartamentos en Miami o Panamá, y hasta la omnipresente «palanca». Este sistema, por el cual los venezolanos obtienen favores o acción de funcionarios o del estado – sea legal o no – a través de sus conexiones, parece ser parte de la cultura venezolana, donde la familia y los amigos a menudo cuentan más que el bienestar del país.

Así, a lo largo de los años ochenta y noventa el país se preparaba para un cambio radical. Los pobres estaban siempre más dispuestos a apoyar a un líder carismático como Chávez, cuya crianza, color, cultura y lenguaje les correspondía más que a los de sus predecesores blancos de clase alta. Un populista brillante, él llego en el buen momento – un producto de la corrupción y las políticas de autoservicio de sus predecesores y las elites venezolanas. Mientras la mayoría de los ricos estaban horrorizados por su elección en 1998 – lo que hubiera sido inimaginable una década antes – no debió haber sido una sorpresa. La mayoría de los comentaristas tomaron la actitud de esperar y ver. El Embajador de los Estados Unidos en Venezuela, John Maisto, dijo: «Mira lo que hace Chávez, no lo que dice».

Ciertamente, durante los dos primeros años Chávez siguió más o menos una política económica centrista. Mientras que se inclinaba hacia la izquierda en su retórica, contrató a economistas ortodoxos y se entendía bien con el sector privado, incluso visitando la bolsa de valores de Nueva York. Y su utilización de las recetas del petróleo para los pobres fue suficientemente eficaz para hacer una verdadera diferencia en sus vidas y reducir sustancialmente la pobreza y la desigualdad. El poder, y la influencia perniciosa del “maestro de títeres”, Fidel Castro, aún no había envenenado su mente. De hecho, el parecía ser un buen hombre que había ganado un fuerte mandato popular para reformar un sistema que ya no satisfacía las necesidades de la mayoría de los ciudadanos. Él tuvo una increíble oportunidad y los recursos para aprovecharla.

Tuve la suerte de conocerle brevemente en 1999 durante una visita informal a la estatua de Simón Bolívar en París. Su carisma fue palpable y, lejos de atacarme como un imperialista Yanqui – que se convirtió en su más preciado lema – me hizo una broma por haberme robado a una de las mujeres atractivas de Venezuela. Sin embargo, todo no era color de rosa. También asistí a su charla en la Universidad La Sorbona, donde cayó en la retórica de izquierdas bien conocida, para lo cual recibió una recepción entusiasta de los izquierdistas franceses. De hecho, el constante apoyo de la izquierda europea, donde varios, inexplicablemente, todavía adoran Fidel Castro y aceptan Maduro, contribuyo al desvío de Chávez hacia una política económica irracional.

Como Lord Acton dijo hace cien años, «El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.» Chávez, quien fue elegido popularmente, es un ejemplo primordial, socavando cada vez más las instituciones democráticas de Venezuela para convertirse en un dictador de facto, usando la bonanza petrolera para ganar elecciones. Hubiera sido fácil de seguir las tácticas de sus compañeros en Bolivia (Morales), Ecuador (Correa), Nicaragua (Ortega) y Brasil (Lula), quienes utilizaron la misma retórica izquierdista para mantener su base comprometida mientras que contrataban a ministros de economía y finanzas racionales para (más o menos) mantener sus economías en buen camino. En cambio, Chávez, orgulloso de haberse convertido en el ícono de la izquierda internacional y cada vez más manipulado por Castro, seguía las políticas económicas bancarrotas de la era soviética. Si bien estos modelos centralizados podrían ser factibles en algunos países asiáticos con historias y estructuras sociales más adaptadas, en América Latina siempre han fracasado. Venezuela es un ejemplo trágico.

Por otra parte, aunque las políticas de Chávez tenían buenas intenciones y funcionaron más o menos bien en el principio, ellas fueron manejadas cada vez más por militares, compinches o ideólogos, que tenían poca experiencia y sus propias agendas, a menudo corruptas. La compañía petrolera estatal PDVSA, encargada de las reservas petroleras más grandes del mundo, es un ejemplo. Antes una de las más respetadas compañías petroleras del mundo, bajo Chávez ella comenzó a centrarse en proyectos políticos en lugar de la producción petrolera, y en 2002 19.000 empleados fueron despedidos después de una huelga. Como resultado, la producción de Venezuela se redujo dramáticamente y ya no cubría los fastuosos gastos de Chávez, incluyendo petróleo gratis para sus amigos como Cuba.

Este tipo de política autodestructiva, que debilito su principal fuente de ingresos, fue desafortunadamente sólo uno de los muchos errores. Chávez también inició expropiaciones masivas de empresas agrícolas y compañías exitosas, entregándolas a amigos incompetentes o militares. Y su política de múltiples tipos de cambio enriqueció a aquellos con buenas conexiones a un grado obsceno. Parecía que, mientras que otros países estaban buscando inversionistas extranjeros, Chávez estaba haciendo todo lo posible para escasearlos, privando a Venezuela de dinero, tecnología, y conocimiento.

Además, su loable programa social «barrio adentro» y el apoyo a las cooperativas agrícolas fueron mal administradas. Por ejemplo, mi concuñado, un campesino en un pueblo remoto del estado Anzoátegui de donde es mi esposa, aplicó para el programa de piscicultura. Todo salió bien al principio – un agente del gobierno midió el terreno para el estanque y luego le entrego un camión refrigerado y eso fue todo, los estanques nunca fueron excavados, ni otros suministros entregados. Después de diez años de esperar con ningún seguimiento, el finalmente vendió el camión.

Tal mala gestión se aceleró después de la muerte de Chávez en 2013 cuando su sucesor elegido, el incompetente Nicolas Maduro, llegó al poder en una elección cuestionable. A pesar de la caída de los precios del petróleo, Maduro continuó el desacreditado modelo económico de Chávez, convirtiendo a Venezuela en uno de los casos más clásicos en la historia del mal manejo de una economía. Los controles de la moneda y precio fomentaron la corrupción y el mercado negro, la incesante impresión de dinero elevó la inflación a más de un millón por ciento al año, las expropiaciones y la falta de insumos llevaron al éxodo de empresas y mataron la inversión, y la violación de PDVSA para fines políticos corto los ingresos del gobierno.

La lista podría continuar. Venezuela ahora ocupa el puesto 188 de 190 países en el informe Doing Business del Banco Mundial y ha «ganado» el Indice de Miseria mundial (basado en la inflación y el desempleo) cada año desde la elección de Maduro. Después de otra elección robada en 2018 los venezolanos han comenzado a votar con sus pies, con más de dos millones huyendo su patria. Y en la última ola no son solamente los de dinero, sino la misma gente que la «Revolución Bolivariana» estaba destinada a ayudar – los pobres, cuyos números se multiplicaron bajo Maduro.

El «Socialismo del Siglo 21″que Chávez declaró orgullosamente en 2005 después de varios intentos de sacarlo del poder, lamentablemente no ha tenido más éxito que el socialismo del siglo 20, que empobreció a la Unión Soviética, Cuba y otros países. Es una tragedia que Chávez, con un mandato tan increíble en mejorar su pais, no se adhirió al modelo social demócrata de sus primeros años, y se desvió al socialismo, y además un socialismo mal administrado por un gobierno cada vez más inepto y corrupto. Que Maduro haya continuado con esta ilusión del socialismo es difícil de entender, aunque el apoyo de otros hombres fuertes y los millones de dólares que ha robado deben darle consuelo. China y Rusia, que están rapazmente acaparando los recursos de Venezuela a cambio de préstamos no transparentes, llevan gran parte de la actual culpa, en su continuo financiamiento al estado venezolano en quiebra.

Entonces, ¿cuál es la salida? Parece imposible, pero no lo es. Queda por ver si la actual estrategia de la oposición en nombrar a Juan Guaido como presidente interino funcionara. Sin embargo, incluso si no sucede, los días de Maduro parecen contados dado que Venezuela está cada día más cortada del resto del mundo – financiera, política, y moralmente. China sólo quiere recursos y eventualmente va a cobrar sus préstamos; Rusia principalmente quiere antagonizar los Estados Unidos, y los pocos países latinoamericanos que todavía apoyan a Maduro deberían eventualmente reconocer la triste realidad.

Aquellos que esperan una intervención militar de los Estados Unidos pueden quedar decepcionados. Donald Trump podría considerarlo si las vidas de los diplomáticos o ciudadanos estadounidenses estuvieran amenazadas, principalmente para distraer a los estadounidenses de su propia mala gestión (acuérdense que Reagan invadió la pobre Grenada en 1983). Sin embargo, en general Venezuela tiene poca importancia geopolítica o económica para los Estados Unidos. Al convertirse en el mayor productor de petróleo del mundo, los Estados Unidos ya no necesita la producción insignificante de Venezuela, y políticamente Venezuela cuenta poco sin los petrodólares para comprarse amigos anti-gringos en el Caribe y otras partes. Además, la administración estadounidense sabe que sus invasiones previas y sus golpes de estado en América Latina han dejado cicatrices profundas y podrían ser utilizadas por Maduro para justificar su represión.

¿Y qué pasara con la economía destruida? Tengo esperanza. El primer acto de un nuevo régimen debería ser de “dolarizar” la economía, fijando el inútil Bolívar al dólar para matar la hiperinflación. Otros países latinoamericanos en dificultades, como Panamá, El Salvador, y Ecuador, lo hicieron con bastante éxito – el último bajo un gobierno izquierdista. Si bien tal política podría acabar con los ahorros del pueblo, en Venezuela esto ya no es el caso, ya que estos se han evaporado hace mucho tiempo. Por ejemplo, mi apartamento en Caracas ahora vale diez veces menos que antes de la elección de Maduro, y el alquiler menos de un dólar al mes. Es cierto que la estabilidad de los precios es el prerrequisito para cualquier reforma económica. No va a curarlo todo, pero nada se puede curar sin ella.

La segunda medida debería ser de reformar el horrendo clima de negocios de Venezuela. Esto también es más simple de lo que se podría suponer, dado al vacío legislativo y la falta de aplicación de las regulaciones. Países con mucho menos recursos que Venezuela han tenido un gran éxito al desencadenar sus sectores privados y atraer el dinero y el know-how de los inversionistas extranjeros. Algunos simplemente han importado las regulaciones de las economías exitosas como Singapur.

Al mismo tiempo, Venezuela, que está casi en bancarrota, debe buscar prestamos de fuentes más transparentes que China y Rusia. El Banco Mundial, el FMI y otras instituciones internacionales que Chávez despreció debido al falso orgullo o la ideología, están listas para ayudar, no sólo con préstamos, sino también con reformas económicas. Este será un juego delicado, ya que en algún momento Venezuela tendrá que renegociar las enormes deudas que ha acumulado con Rusia, China y otros, como lo hizo Argentina.

Con suerte, los signos de cambio comenzarían a revertir el flujo de los emigrantes más calificados, que salieron de Venezuela para encontrar trabajo o asegurar sus ahorros. Muchos en la diáspora venezolana están ansiosos por volver a casa, y los ricos, incluso aquellos con plata mal ganada, podrían verse tentados a invertir si la relación riesgo-retorno se vuelve más razonable. Hay ejemplos en todos los continentes de países cuyas diásporas han contribuido significativamente a su recuperación. Sólo necesitan la oportunidad.

Pero – y esto es la clave – todo depende de la política. Mala política suele engendrar mala economía, y Venezuela es el peor de los casos. La corrupción ha enriquecido a muchos grupos, desde los 2.000 generales y Boligarcas, hasta las pandillas en las cárceles o afuera (en mayor parte bajo dirección de Maduro). Podrían bien utilizar las amplias armas de fuego en Venezuela para aumentar aún más su tasa de asesinatos antes de renunciar a su poder y dinero.

A menudo los pueblos que enfrentan tales problemas graves buscan hombres fuertes para reestablecer el orden. A veces ellos son buenos, a veces son malos y a veces son feos. Esperemos que Venezuela, después de haber visto un buen líder volverse malo, y un mal líder volverse feo, haga lo mejor. Tiene los recursos humanos y naturales para salir adelante y reconstruir su economía y democracia y retomar su posición como uno de los países más exitosos de América Latina.

 

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Foreign Affairs and Communications Consultant

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