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La traición a la historia no excusa cumplirla

En el camino hacia un Estado fallido ya no hay estatuas de Colón, sino de Marulanda, la burguesía mató a Simón Bolívar, como novedad antiimperialista y Páez es un traidor. En vez de La Paz hay una avenida Teherán, y una montaña que ya, según dicen, no es El Ávila. No se sabe si por ignorancia o cinismo, líderes políticos hablaron de «no volver al pasado» aludiendo los cuarenta años de democracia, única etapa civilizada en la vida del país. Y jóvenes lo repitieron como androides pese a tener ante sí el triste hoy y un futuro borroso. Contra natura, nuestro pasado fue mejor que el presente, haciendo honor a las Coplas de Jorge Manrique. En los años de la eclosión antipolítica, todo lo positivo lo convirtieron en negativo. Las hirientes y vacías prosas de los intelectuales contra el puntofijismo, la IV república, la partidocracia, el sistema de conciliación de elites, la falsa democracia, hicieron creer el engaño.

Demasiados sembraron que el país era una sentina en manos de ladrones, corruptos y neoliberales. Un fulano tenido por gran pensador entonces dijo que en el país entonces democrático había anomia y hoy practica una complicidad amoral. Pero si un ejército de plumarios, tontos útiles desarmaron culturalmente la libertad, succionaron como vampiros sus energías vitales y desacreditaron a sus dirigentes, es preciso recuperar la memoria, perseguida por el olvido. «Los pueblos que no conocen el pasado están condenados a repetir sus errores». Habrá que estudiar para en el futuro no cometer otra vez el mismo error, la enorme responsabilidad de los intelectuales en la corrosión de los sustentos de la sociedad pluralista. Alguien dijo que estudiar la historia no sirve para nada porque el hombre es el único animal que inevitablemente tropieza dos veces con la misma piedra.

Payasos en una tragedia

Para Marx los acontecimientos se dan una vez como tragedia y otra como comedia. Pero todo evento es tragedia o comedia, conforme quien lo cuente. Artífices del derrocamiento de Rómulo Gallegos en 1948 que sobrevivieron, replicaron la hazaña contra Carlos Andrés Pérez en 1993 y se fueron a la tumba con el récord de haber destruido dos democracias y hacer de payasos en dos tragedias. Fueron protagonistas de una terrible infamia y no solo no aprendieron de ella, sino que la calcaron para descalabrar otra generación. La miseria humana, las bajas pasiones, la tontería política, no pertenecen al «pueblo ignorante» como algunos creen, y el cretinismo ilustrado es mucho más letal. La historia no es «una cadena de hechos», sino una narrativa que toda sociedad atesora porque idealiza su devenir, sus mitos, valores, creencias, hazañas de los conductores, sacrificio de los pueblos.

No abundan los Miguel Ángel que puedan convertir la piedra en carne humana -aunque según él, su trabajo se limitaba a «liberar figuras apresadas en el mármol»-, pero en cambio en todos los países hubo matanzas, degollamientos y violaciones en masa, genocidios que se conmemoran orgullosamente a falta de su Capilla Sixtina. Es millones de veces más fácil destruir una obra de arte que crearla, y matar en una guerra que proteger la vida. A mayor pobreza cultural de una sociedad, más tiende a idealizar la violencia de su pasado, los caudillos militares, los hechos de sangre. Los movimientos totalitarios asaltan la cultura y pretenden cambiar la memoria colectiva retrospectivamente. Para ellos «el capitalismo» es prehistoria de la humanidad, que terminaría con el triunfo del comunismo. Los hombres estaban enajenados por los valores de una clase enemiga y la revolución tenía que reconstruir sus mentes.

Sorbieron la sangre

Mao y Guevara querían un «hombre nuevo», y Necháyev uno tan colectivista que careciera de identidad, individualidad, e incluso de nombre propio, valores de «la prehistoria». Eric Arthur Blair verdadero autor de la novela 1984 y no el usurpador George Orwell, contaba que Winston se ganaba la vida destruyendo documentos históricos que hablaran mal del partido, para sustituirlos por otros elogiosos. Según demuestra el relato de Carlos Franqui de su experiencia en la isla profética, Retrato en familia con Fidel, esto no era una exageración literaria. Los asesinos culturales de la democracia venezolana saltaron a la yugular de la atmósfera pluralista, del bagaje simbólico que cimentaba la convivencia y que tenía por necesario y legítimo que existieran intereses diversos. Cambiar los mitos y los valores tradicionales por una cultura «nueva». El principio es la confrontación.

Se decretan fraudulentos los intereses de unos grupos: judíos, empresarios, burgueses, blancos, ricos, intelectuales, extranjeros, universitarios. Embasuran las figuras que edifican la cohesión social. Hitler marcó la generación de políticos moderados, padres de la constitución democrática, como los «traidores de Weimar», con la tonta ayuda de los comunistas que los llamaban «social traidores». Un periodista escribió que Lenin se embelesaba con el Louvre y la Appassionata de Beethoven pero hablaba de «SU Appassionata», «SU Louvre», señalando con el dedo al interlocutor. Eran maravillas, pero maravillas extrañas, «de ellos», «del capitalismo», del pasado, de los enemigos.

@CarlosRaulHer

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