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La turbulencia política, es socialmente insostenible

Como venezolano me preocupan los escenarios que en el contexto actual del conflicto político está promoviendo el régimen, pues pudieran provocarse reacciones relativamente espontaneas e inorgánicas incontrolables, que ante el real problema que está viviendo el país, que no es otro que una dictadura institucional disfrazada de democracia donde la propuesta de la oposición de sacar al Presidente de la Republica por métodos consensuados resulta inviable. Pero mientras el régimen radicaliza su posición política, la oposición pide al CNE que permita la recolección de las firmas para el referendo, mientras tanto, la precarización económica y social de la población continua agudizándose.

Me preocupa y desalienta al mismo tiempo, el vacío ideológico y la despreocupación de la dirección política de la oposición por construir un discurso integrador alrededor de un proyecto colectivo realista, que enamore e ilusione a los venezolanos más allá de cualquier evento electoral, que sirva además, para ponerlo en movimiento por una Venezuela distinta al chavismo y al populismo clientelar de los partidos. Esta idea requiere compatibilizar la cohesión social y dotar de pertenencia al colectivo social del país. Pero para ello debemos contar con una dirección política que le de contenido a nuestra acción y práctica política, es decir, que lo único importante no sea la de armar una infraestructura  electoral (la maquinaria) para luchar por cargos, sin contar con un discurso que le de contenido a la lucha y cohesione a todos los venezolanos que creemos en la democracia y en las libertades públicas, y donde lo que importe no sea la incondicionalidad mediocre sin tomar en cuenta que el cambio no puede ser un cambio desorganizado, sino orgánico. Vale decir, no puede ser un cambio normal y corriente que puede realizarse con cualquier gente sin la debida formación, donde lo que predomine no sea los puntos del acuerdo del “pacto político” sino el  contenido del cambio propuesto para darle a Venezuela una gobernabilidad sin métodos torcidos y sin funcionarios incapaces,  picaros y astutos para infiltrarse en el andamiaje burocrático del Estado. La unidad no puede ser una unidad ficticia, condicionada por el reparto de cuotas de poder.

Las expectativas de este cambio continúan sin cumplirse y lo más grave es que la población ha dejado de creer en ellas potenciando la incertidumbre, en tanto la situación no muestra signos de mejora después de las elecciones parlamentarias del 6D, y es que no solo no ha mejorado, sino que no muestra motivos para el optimismo, pues el debate político no ayuda a clasificar los retos más allá de lo electoral, mientras tanto el régimen se muestra cada vez más agresivo con la oposición y amenaza con complicar y desestabilizar aún más la situación política del país.

Lo no asimilable por los venezolanos medianamente informados, es que no logran comprender como un Gobierno prácticamente colapsado mantiene una lucha interrumpida, franca, abierta y beligerante con una oposición que logró entusiasmar a un poco más de 8 millones de electores reactivando la esperanza de salir de esta pesadilla.

Mientras todo lo anterior se haya en pleno desarrollo, la situación del desabastecimiento de alimentos y medicamentos se continúa agravando, al igual que el de los servicios públicos elementales (agua, luz, salud), etc. mientras que la “política” pacifica, constitucional, democrática y electoral, ha entrado en colisión con la resistencia del régimen, mientras paralelamente los venezolanos estamos llegando al límite de nuestra capacidad de resistencia por el desdén que nos provoca nuestras necesidades materiales no satisfechas.

Lo que nos han ofrecido hasta ahora no atenúa la crisis, por el contrario se generaliza y aparecen nuevas turbulencias como el racionamiento eléctrico por 4 horas diarias. La ilusión de comenzar un cambio “pacifico, constitucional, democrático y electoral” en 6 meses anunciado por el Presidente de la Asamblea Nacional a comienzos de año, se ha venido abajo con la profundización de la crisis política y económica, crisis que ha develado además, múltiples debilidades de algunos sectores de nuestro liderazgo político opositor. En concreto, la actual turbulencia política alcanza niveles socialmente insostenibles, mientras la “panoplia” de futuras elecciones (referendo, gobernadores, diputados regionales, otras) destinadas a mantener la estabilidad “democrática” para recuperar al país de la barbarie, no terminan por convencer a los venezolanos, pues como diría Bertolt Brecht: “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”

La persistencia de la crisis ha desmentido a los optimistas electorales que a lo largo de 12 años se han mantenido en esta sola tarea sin preocuparse por construir una política alternativa que “enamore” a los venezolanos, distinta a la impuesta por los cubanos. Situación está que obliga a reflexionar sobre la pobreza de los fines de la política “pacifica, constitucional, democrática y electoral”

Albert Camus decía: “Sólo una filosofía de la eternidad, en el mundo de hoy, podría justificar la no violencia”.

Miguel Molero

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