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La verdadera democracia

J.P. Briceño-Burelli

“En la democracia, como en la carrera atlética, los hombres han de tener iguales posibilidades para alcanzar la meta, más el ímpetu los diferenciará a la hora de llegar”.

Mario Briceño-Iragorry

No hacía gala de sinceridad el usurpador Nicolás Maduro cuando el pasado 10 de Enero, ante los jueces de la injusticia, proclamaba el ejemplar carácter democrático de su mandato. Nada parece más contrario a la verdad que ésta adulterada idea de democracia; los venezolanos estamos hartos de oír la palabra democracia en labios de sus verdugos.

Pues sabemos que en Venezuela no hay democracia. Pero ¿sabemos acaso con detalle qué es realmente la democracia?; ¿sabemos cuales son las condiciones que un gobierno ha de cumplir para identificarse a sí mismo como democrático?

La democracia, como sistema que ofrece el mayor número de posibilidades para el ancho desenvolvimiento de los derechos de la persona, fundamenta su orden en la igualdad de oportunidades. Esto en nada se opone a la jerarquización social. En democracia, las jerarquías que resultan como fruto de la igualdad de oportunidades iniciales son legítimas. Están conducidas por quien posee las mayores facultades para hacerlo, pues el esfuerzo personal resulta determinante en su constitución; en el estado democrático de justa competencia gobierna el más apto para gobernar.

Podemos juzgar la solvencia democrática de un gobierno por medio de su origen y su desempeño. Un gobierno democrático se debe concebir por medio de un proceso electoral libre, justo y transparente: mientras más justo el proceso electoral, más legitimidad democrática cosechará el gobierno electo. El fortalecimiento de su densidad democrática dependerá de la integridad de sus políticas implementadas: mientras más incentive la igualdad de oportunidades, más democrático será el desempeño del gobierno electo.

El justo origen de un gobierno democrático se basa en el principio de que cada ciudadano cuenta con el mismo derecho a una opinión democrática. Este principio no solo implica la mera igualdad formal de un voto unipersonal en una elección de representantes. También implica una igualdad en los procesos de deliberación, formación de coaliciones y derecho al poder. Es decir, cada persona debe tener los mismos derechos de participar en la deliberación pública para que la conclusión del proceso electoral sea legítima. Si algunos están en posesión de sus libertades políticas mientras que otros no, bien sea porque han sido coaccionados o cooptados para ceder su apoyo político, la conclusión del proceso electoral será ilegítima. Por consiguiente, lo que justifica el derecho a gobernar en democracia, no es la mera mayoría extraída del proceso electoral, sino la forma justa en que esta mayoría es establecida.

Sin embargo, el justo origen de la autoridad democrática representa solo una de dos condiciones necesarias para la realización del gobierno democrático. Si la legitimidad de origen fuera la única condición para su composición, entonces existirían gobiernos democráticos que, originados de un proceso justo, desempeñarían sus funciones de modo autoritario. Pero ese no es el caso. Un gobierno que quiera seguir siendo llamado democrático debe desempeñar sus funciones de manera justa, promoviendo la igualdad de oportunidades que da vida a la justa acomodación jerárquica.

El justo desempeño de un gobierno democrático se basa en el principio de igualdad de oportunidades. Un gobierno democrático debe desempeñar sus funciones igualando las posibilidades primarias entre los individuos de su sociedad. Por medio de tal nivelación le brindará a nuevas generaciones la oportunidad competir justamente en el ancho campo de la lucha diaria. Y como resultado de la justa competencia, aflorarán legítimas jerarquías estructuradas en base a la facultad individual, es decir, presididas por lo más apto de la sociedad. Por lo que un gobierno democrático debe liberar la energía creadora del individuo por medio de la igualación primaria; promover la autonomía individual a través de la nivelación inicial; incentivar el orden basado en la facultad de la persona mediante la igualación de oportunidades precedentes.

Cuando un régimen nada hace para igualar las oportunidades entre individuos, no fomenta la justa competencia sino que rigidiza una jerarquía que por naturaleza debe ser pasajera en el orden del tiempo. Y jerarquías rígidas son representadas por monopolios que impiden la formación de un orden social basado la facultad individual. Tales jerarquías, tan típicas de regímenes despóticos, promueven en vez un orden social con bases en asunciones de carácter arbitrario, como lo son las de raza, estirpe, y religión.

Un gobierno democrático debe entonces comprender que su posición privilegiada de poder debe ser transitoria en el orden del tiempo. Lejos de rigidizar las jerarquías sociales, el gobierno democrático debe contribuir al proceso de creación de nuevas jerarquías. La armonía generada por este incesante surgir y resurgir de jerarquías es crítica para el progreso social, pues evita rigidez típica de sistemas que paralizan el perpetuo ascenso de los componentes sociales.

Así, mucho más que la igualdad formal de un voto unipersonal en una elección de representantes, la democracia representa un clima moral que mantiene en plena fuerza conceptual el principio de que cada miembro de la sociedad ha de tener las mismas oportunidades que el otro de superarse. Materializa con vigor institucional a fuerza tan espiritual como la justicia. Simboliza un estado de armonía social que mantiene en perpetuo dinamismo el justo orden jerárquico, siempre presidido por quien mejores capacidades posea para así hacerlo. Porque del perpetuo surgir y resurgir de legítimas jerarquías, y no de rígidos monopolios, se vale realmente la verdadera democracia.

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@bricenoburelli

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