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Las angustias de Putin

Alfredo Maldonado 

“¡Se es o no se es!”, creo que gritaba Marcos Vargas en la Canaima de Rómulo Gallegos allá por 1938, tiempos diferentes pero la misma Venezuela del petróleo y sus políticos socialistas –los de antes de esta extrañeza cruel, corrupta y sanguinaria que llaman “socialismo del siglo XXI”- que se han empeñado en el Estado como panacea, porque es lo que pueden manejar, y no en el empeño y el talento emprendedores individuales, porque esos no los tienen y, si los tuvieran, no se dejarían manejar.

“Ser o no ser”, dudaba el príncipe Hamlet en la nebulosa Dinamarca shakespereana y por la angustia de la duda terminó generando una matazón, mientras el criollo burgués Vargas se esfumó devorado por la selva tropical, que no es cosa de juego.

En las frialdades rusas hay un Hamlet Vargas Putin que se debate en la angustia de haber sido y ya no ser, de querer ser y no poder una verdadera potencia mundial. Se comprende el empeño, pero también hay que entender que lo más que ha logrado, gracias a los grandes cambios de la Tierra, es manejar una potencia petrolera, pero no verdaderamente poderosa.

Debe sentir Putin cierta envidia del empresario capitalista, tantas veces quebrado como resurgido, Donald Trump, electo jefe de una verdadera potencia mundial, quien con sólo mover un dedo pone a navegar cualquiera de los 8 portaviones que le obedecen sin chistar, 7 de ellos con energía nuclear, todos ellos colosales y letales bases militares poderosamente armadas y flotas completas, mientras a Putin sólo le obedece un viejo y destartalado Kuznetsov con más de 30 años amontonados entre proa y babor, durante los cuales, además, nunca ha funcionado bien.

De manera que el único recurso de gran potencia militar que le queda a Putin es la aviación cuyos –esos sí- excelentes Sukhoi deben volar a saltos para bombardear a los enemigos de los amigos de Moscú, espectáculo menos efectivo y que impresiona menos que cualquier buen portaaviones.

En lo económico al empeñoso y angustiado Putin lo mantienen el petróleo y el gas, igual que a cualquiera de los precarios paisitos árabes, el mayor de los cuales, Arabia Saudita, de nada sirve si no lo ayudan Estados Unidos e Israel. Y la venta de armas, con el problema de que esas ventas también le generan rublos difíciles de cobrar, como los miles de millones de dólares que le debe el camarada Nicolás Maduro y que, obviamente, no tiene cómo pagarle excepto con petróleo, del cual ya es importante productor y poco bálsamo agrega para calmar los dolores de cabeza putinianos.

Porque como economía la rusa es apenas mejor que cualquier tercermundismo sólo que con mucha nieve y frío y millones de rusos por alimentar, a diferencia de las únicas dos grandes potencias mundiales de hoy, Estados Unidos y China, que parecen y son. Para Trump y Xi Jinping el problema no es ser grandes, sino seguir fortaleciendo sus economías y por eso aunque no lo confiesen se complementan aun rivalizando, discuten aranceles, le amargan la vida a algunas megaempresas que Putin ni tiene ni tendrá, y no paran de crecer dentro y fuera de sus territorios. Los rusos de Putin, aparte de petróleo, gas y armas, tienen muy poco que exportar.

Putin defiende a Nicolás Maduro no por solidaridad comunista, como parece creer Maduro, sino porque es una fuente de petróleo y porque no es que quiera sino que necesita cobrar los 17.000 millones de dólares que le deben por estos predios –y como diría aquél, ésos son todos los rublos, ¡todos! Lo de estar geográficamente en el área natural de influencia de Washington es para Putin sólo una emoción adicional como ese otro amigo que le genera declaraciones pero no dinero, La Habana, mientras dure Castro.

Cuando Putin dice que Guaidó es un autoproclamado y que negociará con él cuando sea Presidente por elección popular, lo que está afirmando es que su interés es con el deudor,  proveedor de petróleo y cliente de armas, esté quien esté en Miraflores, Fuerte Tiuna o donde sea que se intente gobernar a Venezuela.

Rusia no es potencia en nada, como sí lo son Estados Unidos y China en economía, comercio, tecnología y fuerza militar, mercados colosales ellos mismos. Pero Vladimir Putin se empeña, ayudado por algunos ilusos, en parecerlo, es su único recurso. Por eso mismo también mira no sin suspicacia a otro gigante vecino suyo, que con problemas de demasiada gente por alimentar, está creciendo aceleradamente al estilo chino, India, que no debe ser confundida con el aprovechador aquél del cual es devota nuestra pareja presidencial, Sai Baba. Muerto ya, como Hugo Chávez.

Es en Donald Trump y demás emprendedores norteños, con todas sus fallas, en quienes deben fijarse los ciudadanos venezolanos y sus políticos, porque es en ese estilo de prioridad de la iniciativa, la responsabilidad y el coraje privados donde podrá nacer, de verdad, esa nueva Venezuela de la cual cada vez se habla más.

Esa nueva Venezuela tendrán que irla levantando hombro a hombro los venezolanos que siguen peleando aquí por vivir, y los que regresen del exilio con ideas nuevas, vencedores sobre sus propias tragedias nacidas de un sistema estatista que se ha impuesto y fracasado por demasiado tiempo. Venezolanos de verdad del siglo XXI que no se sienten a esperar ayudas del Gobierno, sea quien sea el gobernante, sino que produzcan por sí mismos y exijan soluciones por los impuestos que pagan, no porque el Estado los deba alimentar.

Cuando los venezolanos pensemos y seamos así, haremos un nuevo país, tendremos el verdadero orgullo de no parecer ni esperar sino de ser. Nada ganamos con reestablecer una PDVSA o un servicio eléctrico de técnicos burocráticos sin miles de accionistas que exijan resultados. Por ejemplo.

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