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Los estertores de la dictadura

Eduardo Casanova

El 21 de enero de 1958, temprano en la mañana, se presentaron a la casa de Arturo Uslar Pietri, en La Florida, unos esbirros de la Seguridad Nacional. No fueron especialmente bruscos ni mal educados, y hasta parecían avergonzados por tener que llevarse preso a uno de los más ilustres novelistas venezolanos de todos los tiempos. Estaba en Caracas uno de los mejores arquitectos italianos del siglo XX, Gio Ponti, que entregaba a sus dueños una de sus mejores obras: El Cerrito, o Villa Planchart. Anala Planchart, cuñada de Uslar Pietri, le comentó atribulada que acababan de hacer preso al escritor y Ponti, con una amplia sonrisa, le respondió que era una muy buena noticia, pues las dictaduras, cuando estaban a punto de caer, se volvían locas y empezaban a poner presos a los intelectuales y los hombres de valor. Menos de dos días después el país entero festejaba la caída del tirano Marcos Pérez Jiménez. Hoy, a comienzos de febrero de 2018, algo más de sesenta años después, la dictadura narcomilitar de Nicolás Maduro pone preso a uno de los héroes de aquel momento, Enrique Aristeguieta Gramko, que fue el representante de Copei en la Junta Patriótica, la precaria pero efectiva cabeza de los civiles que empujaron la corrupta estructura dictatorial de aquel momento hasta hacerla caer. Aristeguieta Gramko es un hombre honorable, de 83 años, que acaba de hacer público un coherente e inteligente mensaje con motivo de los 60 años de aquel hecho histórico. Un mensaje bien estructurado en el que anuncia que pronto caerá también esta dictadura corrompida, entregada a todos los vicios imaginables, que le ha entregado la patria a la dictadura cubana y ha condenado al hambre a la inmensa mayoría de los venezolanos. El arresto de Aristeguieta Gramko es una de las mayores infamias cometidas por los esbirros del régimen narcomilitar chavista: se trata de castigar a alguien por emitir una opinión, pero ese alguien es una persona muy honorable, de 83 años de edad, digno de respeto y admiración y que se ganó un puesto en la historia del país. Fue arrestado en la madrugada, en un acto de cobardía, totalmente deleznable y que, como bien lo dijo Gio Ponti hace sesenta años, demuestra que la dictadura está a punto de caer, porque se ha vuelto loca y empezó a poner presos a los intelectuales y los hombres de valor. No es el único indicio. Hay muchos más, pero ése es muy significativo y no puede ser ignorado. Algunas personas débiles de carácter, cuyas mentes han sido penetradas por el G2 cubano, seguirán empeñadas en negar la evidencia y continuarán sembrado pesimismo, pero pronto la realidad las dejará de lado. La dictadura está muy mal, agoniza, patea y trata de hacer tanto daño como sea posible, quizás para que algunos de sus esbirros y lacayos se salven del justo castigo que la sociedad tiene que aplicarles, pero no será fácil que lo logren. Tampoco será fácil ni sencilla la recuperación inmediata del país, que está herido y debilitado por la maldad de los que se apoderaron de las instituciones más importantes desde 1999. Pero, con ayuda internacional, pronto Venezuela volverá a ser un país. Corruptos y pesimistas quedarán por igual tirados a los lados del camino, y los jóvenes, hasta los que se han ido, volverán a encontrarse a gusto en un país floreciente. Un país que nunca debió pasar los el desastre que casi lo mata, pero que a la larga pudo matar a la dictadura que lo ahogaba. Y otra vez, como aquel 23 de enero de 1958, un pueblo libre saldrá a festejar la libertad recién conquistada. Y a agradecerle a Enrique Aristeguieta Gramcko su honestidad y su valentía.

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