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Los indignados de América Latina y el mundo han perdido a uno de sus guías. Eduardo Galeano se ha ido

El escritor, periodista, ensayista uruguayo, colaborador de La Jornada, falleció en Montevideo debido a un cáncer de pulmon, confirmó su casa editorial. Pero su biografía no termina con su muerte. Inició, sí, el 3 de septiembre de 1940 en Montevideo, pero entre su nacimiento y su muerte hay miles de palabras, escritas en numerosos libros, dichas en múltiples discursos, retomadas por cientos de miles de jóvenes y adultos, hombres y mujeres inconformes con los gobiernos a todo lo largo y ancho de este planeta, en todas las entrevistas concedidas, en todas esas frases que rondan Internet, en todos los artículos que publicó en La Jornada, su casa, y en todos los sueños que compartió para hacer de este un mundo menos peor.
Entre su nacimiento y su muerte están su primer libro Los días siguientes y Mujeres, una antología que acaba de publicar en España Siglo XXI Editores. Entre esos dos Las venas abiertas de América Latina, ese libro que el entonces presidente venezolano Hugo Chávez regaló al su homólogo estadunidense Barak Obama durante la V Cumbre de las Américas, en abril de 2009.
Están Memoria del fuego (Los nacimientos, Las caras y las máscaras y El siglo del viento), El descubrimiento de América que todavía no fue y otros escritos, Nosotros decimos no, Palabras: antología personal y Espejos.
En 2012 visitó el país por última vez. Acababa de publicar Los hijos de los días (Siglo XXI Editores). En noviembre de ese año se presentó en la Sala Nezahualcóyotl ante miles de jóvenes que ansiaban verlo, escucharlo, conocerlo en persona, y en la clausura de la asamblea del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. En ambos casos fueron decenas de personas las que tuvieron que conformarse con escucharlo fuera de la sala o el auditorio. Eso ocurría siempre.
Entre su nacimiento y su muerte están sus varios oficios: obrero, dibujante, recaudador, pintor, mensajero, cajero de banco, mecanógrafo, editor del semanario Marcha y el diario Época, y en medio de todos ellos su pasión por el futbol.
Además de un gran escuchador, como él se definía, también fue un exiliado político. Salió de Uruguay después de haber sido encarcelado por la dictadura. Cruzó el Río de la Plata para vivir en Argentina, pero de nuevo tuvo que abandonar ese país ahora con destino a España porque su nombre estaba entre los condenados por la dictadura de Videla. Fue en Cataluña, donde además de escribir para periódicos, publicó Trilogía del fuego.
Las venas abiertas de América Latina publicado años antes, en 1971, fue prohibido por el régimen dictatorial tanto en Uruguay, como en Chile y Argentina.
En 1985 regresó a su país, donde fundó el semanario Brecha, publicación que en 2010 creo el Premio Memoria del Fuego, el primero en recibirlo fue el cantante y compositor español Joan Manuel Serrat. Ese mismo año Eduardo Galeano obtuvo el premio Stig Dagerman, y a lo largo de su vida recibió varios doctorados Honoris Causa por parte de universidades en Cuba, El Salvador, México y Argentina, además del premio medalla 1808, entregado en febrero de 2011 en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento.También en 2010 recibió el Premio Manuel Vázquez Montalbán en la categoría de Periodismo Deportivo.
Siempre habló de y para los jóvenes, de y para los indígenas, en contra de los narcoestados y el neoliberalismo, en favor de la ecología y la legalización de las drogas. Habló contra el olvido.
Hace unos días presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, dio a conocer que había recibido la firma de Galeano contra el decreto por el que Obama calificó al país sudamericano como una amenaza. En México, uno de sus últimos textos publicado por La Jornada fue Leo y comparto, dedicado a los 43 estudiantes desaparecidos.
«Los huérfanos de la tragedia de Ayotzinapa no están solos en la porfiada búsqueda de sus queridos perdidos en el caos de los basurales incendiados y las fosas cargadas de restos humanos.
«Los acompañan las voces solidarias y su cálida presencia en todo el mapa de México y más allá, incluyendo las canchas fútbol, donde hay jugadores que festejan sus goles dibujando con los dedos, en el aire, la cidra 43, que rinde homenaje a los desaparecidos».
Siempre del lado de los pobres, de los indignados, su activismo social y compromiso con los desprotegidos lo llevó a Chiapas a conocer de cerca al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, experiencia que vertió durante varios años en diversos artículos, por ejemplo, en Una marcha universal, publicada por este diario el 10 de marzo de 2001.
«Año 1914, año 2001: Emiliano Zapata era en el DF por segunda vez. Esta segunda vez viene desde La Realidad, para cambiar la realidad: desde la selva Lacandona llega para que se profundice el cambio de la realidad de todo México. Desde que emergieron a la luz pública, los zapatistas de Chiapas, están cambiando la realidad del país entero. Gracias a ellos y a la energía creadora que han desencadenado, ya ni lo que era es como era.
«Los que hablan del problema indígena tendrán que empezar a reconocer la solución indígena. Al fin y al cabo, la respuesta zapatista a cinco siglos de enmascaramiento, el desafío de estas máscaras que desenmascaran, está despegando el espléndido arcoiris que México contiene y está devolviendo la esperanza a los condenados a espera perpetua. Los indígenas, está visto, sólo son un problema para quienes les niegan el derecho de ser lo que son, y así niegan la pluralidad nacional y niegan el derecho de los mexicanos a ser plenamente mexicanos sin las mutilaciones impuestas por la tradición racista, que enaniza el alma y corta las piernas».
Eduardo Galeano es recuerdo de esas cosas que el poder -político y económico- quiere que se olviden.
Galeano eres memoria.
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