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Macri, el peronismo y el sistema político poskirchnerista

La lógica del poder kirchnerista era centralista y hegemónica, se basaba en el mando de un círculo doméstico. La era postkirchnerista sólo puede funcionar con un sistema de poder asociativo y colaborativo. El evidente crecimiento de Cambiemos que vaticinan las encuestas sólo garantiza a esa coalición una situación de primus inter pares, pero no le otorga la libertad de movimientos, el poder y la relativa autonomía de que gozaron los presidentes del ciclo K.

La gobernabilidad y hasta el propio ejercicio efectivo del poder dependen en rigor (y así seguirá la situación después de octubre), de un sistema político que trasciende al oficialismo y en el que este debe buscar convergencias (principalmente con el conjunto del peronismo no kirchnerista). Claro está,  la pronosticable victoria electoral del gobierno acentuará en ese sistema la ley física que otorga un papel central al Poder Ejecutivo en la toma de decisiones. Es este el que orienta el movimiento del conjunto.

Nuevo sistema, nuevo consenso

Esa orientación se apoya, de fondo, en lo que parece la apertura un nuevo ciclo de crecimiento del país, sostenido en principio por la competitividad de su sector agroalimentario y el financiamiento externo, una fuente que se abrió a partir de la resolución del pleito con los holdouts, cuya aprobación fue una primera manifestación práctica del nuevo sistema político (Poder Ejecutivo, oficialismo, gobernadores, peronismo no kirchnerista, movimiento obrero).

Ya desde antes de la elección presidencial de 2015 se insinuaba un nuevo consenso, notorio a partir de muchas definiciones de los candidatos de entonces. Las urnas de aquel año (y, por lo que pintan los pronósticos, la de este mes) han puesto en este período a Mauricio Macri al timón de ese consenso nuevo, que se está poniendo en práctica.

En los años kirchneristas la buena noticia de que el país es una potencia agroalimentaria era juzgada como una suerte de maldición; la soja era considerada “un yuyo” que condenaba a la Argentina a la “reprimarización” económica y no como una ventaja competitiva que nos abría la puerta a ulteriores pasos productivos y de agregado de valor. El crédito internacional se consideraba otra desventura.

Con el conocimiento de que Argentina no sólo alberga vigor agroalimentario sino también enormes recursos en materia de combustibles no convencionales (los segundos del mundo), minerales tradicionales y litio (esencial para el desarrollo de la nueva generación de vehículos híbridos), hoy parece evidente la necesidad de un proyecto estratégico consensuado que enmarque su explotación y emplee esas ventajas para integrar y desarrollar el país.

El financiamiento internacional es un instrumento de esa estrategia. Señal del nuevo consenso, Mario Blejer, que fuera asesor principal de Daniel Scioli en la campaña presidencial de 2015, acaba de opinar: “Si se hicieron esfuerzos especiales para volver al mercado de capitales y arreglar con los holdouts, hay que usar ese beneficio”.

La nueva agenda y el peronismo

Los recursos a disposición y la composición de fuerzas del nuevo sistema político sugieren una resultante capaz de integrar la apertura al mundo, consolidar un Estado fuerte e inteligente que no sea una carga sino un motor para el fortalecimiento de la producción nacional, una estrategia de integración nacional y consolidación del federalismo con dimensión social que incluya una acción vigorosa para incorporar a los sectores más postergados y marginalizados: el conurbano bonaerense y los conurbanos interiores. La atmósfera social condensada en opinión pública ha establecido ya pisos exigentes en otras materias sensibles, como derechos humanos y rechazo a lacorrupción.

Más allá del número de votos que aún consiga retener en octubre,  el kirchnerismo marcha hacia un progresivo aislamiento y ya no retiene capacidad de obstruir decisiones. La señora de Kirchner queda exiliada del nuevo sistema.  Como describió el jefe de los senadores peronistas, Miguel Pichetto, ella “formó un partido de borde, con gente e ideas de izquierda. El peronismo no tiene nada que ver con el progresismo porteño. El peronismo está en el centro nacional”. Desde su condición de puntal del sindicalismo clásico, Luis Barrionuevo sentenció esta semana: “Los peronista queremos que Cristina pierda lo más abrumadoramente posible, porque ella es un obstáculo para la reconstrucción del partido”.

Así, el peronismo político y parlamentario, tanto como el movimiento obrero, exhiben la voluntad de trabajar en la lógica del nuevo sistema político como condición para, simultáneamente, reconstruir la identidad del peronismo, actualizar su agenda y recuperar niveles de confianza social que el ciclo K le hizo extraviar. La diferenciación del kirchnerismo que se intensificará después de octubre es otra evidencia de ese rumbo.

 

Anacronismos y corrección política

Ese peronismo tiene para aportar al nuevo sistema político su preocupación proverbial por la problemática social y también el desdén de muchos de sus dirigentes por las concepciones “políticamente correctas” que a veces paralizan a otros actores.

El senador Pichetto, por ejemplo, ha planteado la necesidad de trabajar un nuevo consenso sobre el papel de las Fuerzas Armadas en la realidad actual. Se refirió explícitamente a la necesidad de “tener una presencia disuasoria en la Patagonia”, una zona donde, dijo, “hay algunos signos preinsurreccionales” y en la que el patrimonio territorial y marítimo no está debidamente custodiado.  Se trata de sacudir clichés anacrónicos.

A partir de la derrota de Malvinas, último capítulo del período iniciado con el derrocamiento de la presidente electa María Estela Martínez y el establecimiento de un gobierno dictatorial signado por el enfrentamiento con las organizaciones terroristas, el ineludible repliegue de los militares a los cuarteles y el juzgamiento de los máximos responsables de la dictadura y de aquellos que cometieron delitos a su amparo no resultó satisfactorio ni para sectores de la militancia política ni para un amplio fragmento de la opinión pública, que íntimamente requería la minimización extrema de las fuerzas, quizás su evaporación. Cuando parecía que aquellos sentimientos negativos habían perdido intensidad, el gobierno kirchnerista volvió a fogonearlos desde su inicio, en una mezcla de ideologismo y búsqueda pragmática de un enemigo que alimentara la polarización y así fortaleciera su proyecto hegemónico.

Que hoy el consenso realimentado por el kirchnerismo se encuentre en disolución, no quiere decir que la dirigencia o la sociedad hayan acordado uno nuevo. La exhortación de Pichetto aporta al nuevo sistema político y propone incorporar explícitamente esa cuestión a la agenda del consenso.  Una Argentina que crece y se proyecta internacionalmente no puede seguir atada a extremos del pasado que la sumen en la impotencia frente a viejas y nuevas amenazas. Debe en cambio responder las preguntas que plantean el presente y su proyección a mediano y largo plazo: ¿qué fuerzas armadas necesita, con qué tareas, en el marco de qué Estado, con cuál papel en la región y en el mundo?

Nuevo sistema político, nuevos consensos, acuerdos y convergencias en un marco de debate y propuestas en el que las divergencias no provoquen impotencia y parálisis, estancamiento y miseria.

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