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Magdalena Fernández: De Mares a Estructuras Atómicas

Eduardo Planchart Licea

“Mares nace con la idea de producir un vídeo en el cual dibujar en el espacio y hablar del mar como superficie y sonido, pero a través del
cuerpo como recurso mínimo.” (Magdalena Fernández, 2018).

Cierta noche dejé  el laptop descargando las instalaciones de Magdalena, y tardó tanto que, olvidando el proceso debido a lo lento de nuestro internet, me dormí. De repente desperté por el fuerte trinar de los pájaros del amanecer, acompañados de un coro de grillos y al abrir la cortina, todavía era de noche; no comprendía lo que estaba pasando, y por segundos sentí que ocurría un misterioso acontecimiento telúrico. Al volver a la computadora y prenderla vi pulsares rítmicos de puntos cromáticos  y luego el fluir de hojas en la pantalla del monitor que armonizaban con esa sinfonía de naturaleza que rodeaba mi espacio-tiempo. Este es uno de los acontecimientos estéticos, que más me han impactado. Comprendí lo poderoso del uso poético de  la era digital. Es gratificante que en una Venezuela como la actual, asediada por la intolerancia, el fanatismo, y el uso del poder como herramienta para castrar la libertad, se continúe creando como lo hace Magdalena Fernández con altos niveles de excelencia y compromiso con la vida como síntesis  holística, que nos llevan a creaciones de instalaciones corporales como Mares, presentada  en el 2018 en el teatro del Centro Cultural Chacao  y la propuesta expositiva “Espacios
Elásticos” donde las leyes de la física parecerían  ser contravenidas, y las manzanas de Newton en lugar de caer de un árbol,  parecieran volar al espacio sideral. Estos son signos y evidencias de que en Venezuela se sigue  la voluntad creativa  con un fuerte vigor vitalista propio de la visión vitalista-cósmica. Lo cual la esperanza y la fe de que todavía hay un camino de liberación al totalitarismo que está germinando en esta pequeña Venecia.

La integración de las artes como una realidad poética,  trascienda las barreras que imponía el modernismo, y se materializan en la
instalación corporal “Mares” de Magdalena Fernández, trasladando al espectador a una dimensión donde el lenguaje corporal de la danza
contemporánea se hace eco de una geometría oceánica que se transforma en cuerpo, palpitación, sangre, movimiento, y música coral.

La mar se materializa frente al otro, con metáforas que lo sumergen a sus océanos interiores.  Lo transportan a los orígenes de la vida, a
los océanos primigenios donde de la oscuridad surgió.  Cómo el negro de la indumentaria de los bailarines  y del espacio en que se integraban la multiplicidad, para  transformarse en  unidad que mutaba en símbolos corporales colectivos, metáforas  de reflejos de la luz sobre el agua, transparencia, destellos,  tramas geométricas como las que se muestran en los fondos marinos  al ser traspasada el agua salobre por la luz solar y dejar como testigo de esta fusión las fugaces tramas sobre la arena, que asumen  formas insólitas: rombos, círculos, mándalas creados por el azar del cosmos, y la energía de una estrella incandescente como es el Sol, que a 28,5 Km/s gira alrededor de nuestro planeta,   a 149,6 millones de kilómetros de distancia.  La concentricidad  de las ondas que dejan los objetos al caer sobre el agua, se materializan en los 45 cuerpos  danzantes, acompañados de coros oceánicos de la Fundación vocal Aequalis, ecos sonoros de la respiración; entrelazados al dinamismo de lo curvo que se sentía como éter dinámico en las corporeidades de cada uno de los integrantes de la instalación corporal.

En Mares, se podía llegar a sentir el chispeante movimiento de la superficie marina al ser acaricida por fuertes brisas, de la cuales se
hacían eco los hombros de cada uno de los cuerpos que se mostraban frente al público. Los brazos se desmaterializaban para convertirse en
salinidad, en espuma rugiente, pero a su vez símbolos de los cambios drásticos como son el paso de la desbocada brisa marina
a la calma en cortos intervalos, tal como sucede en la mar por los cambios de temperatura, la gravedad y los ciclos lunares, evidenciando
que en el cosmos todo esta entrelazado, como en la instalación lo estaban íntimamente los movimientos corporales con la oceánica
musicalidad.

Asumir el reto de materializar estas dimensiones cósmicas que son vitales y, urgente  a ser recuperadas por la contemporaneidad, requieren de sensibilidades como la de Magdalena Fernández, que ha vivenciado en sí el furor y la calma de lo oceánico y de esos espacios y tiempos que rodean  nuestra cotidianidad como es el viento, el caer de las hojas y su danzar al ser atraídas por la gravedad, instantes que son acompañados de una sinfonía de vida como es el trinar de aves, y grillos que parecieran regidos por una partitura cósmica, que la artista ha sabido reflejar en el desarrollo de su lenguaje plástico; donde la revolución tecnología digital  y sus medios se despojan de su frialdad para convertirse en dimensión estética que transforma al hacer humano, en una realidad trascendente y de comunión con el universo. En cada una de estas instalaciones, la artista ha utilizado la percepción de espacio- tiempo donde el ser se integra a su entorno, tal como las civilizaciones y sociedades tradicionales que existen y existieron acobijadas por él. Provocando en el otro, cambios en su percepción y vivencia de la realidad.

Fotografía: Edgar Martínez

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