Manuel Burga, una película de miedo

Lo de Burga, sin embargo, es peor que cualquier película de terror o partido de infausta recordación. No dura 90 minutos. Tampoco te puedes salir de la sala. Ni siquiera hay revancha posible.
Este partido lo vamos a perder por goleada, como siempre, como en los últimos 22 años, que serán 26 cuando este período termine en 2018 con otro fracaso a cuestas. La paradoja es que Burga —que llegó a la FPF en 1992— solo gana este partido, el de sus elecciones, todos los demás los pierde sin remordimiento.
Se calza los chimpunes y de pronto se transforma, ya no tiene dos pies izquierdos. En la cancha del lobby y de la política futbolera es Maradona en México 86. Los presidentes departamentales –aquellos que lo sostienen en el cargo hace 12 años– lo acompañan en comparsa, decididos a asegurar un establishment que podría resumirse en una frase: que Burga haga y nos deje hacer.
El problema es que este chiclayano de 57 años no hace nada, aunque vive a cuerpo de rey inmune al repudio popular. Tan poco le importa el qué dirán, que tiene el desparpajo de decir que busca la integración del fútbol peruano, un fútbol claramente desintegrado y donde campea el desgobierno en todos los niveles.
Esta sí es una película de terror y a Manuel Burga no hace falta maquillarlo, como a la muñeca de la película Annabelle. Saber que estará allí cuatro años más es suficientemente angustiante. El sábado me voy al cine, no pasa nada.
