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Marx según Galbraith

Ángel Rafael Lombardi Boscán

Es común asociar a Carlos Marx (1818-1883) con el marxismo y sus derivados doctrinales cuando en realidad los escritos de Marx tienen un marco referencial alrededor del liberalismo y el capitalismo industrial inglés de la segunda mitad del siglo XIX: lo esencial de su obra escrita la produjo en la excepcional Biblioteca del Museo Británico y en un ambiente de tolerancia y libertad de expresión. Jamás el anticapitalista Marx hubiera podido elaborar su intempestiva obra en la atrasada Rusia de los zares. Y es por ello natural considerar que toda la antipatía de Marx respecto a Simón Bolívar (1783-1830), puesta a relucir en un texto biográfico sobre el caraqueño como entrada para una enciclopedia que le fue encargado hacer, viene del hecho que Marx rechazó todo el derivado primitivo y feudal alrededor de prácticas autoritarias en el desempeño del poder político: y Bolívar, le pareció, un nefasto Napoleón tropical.

Creo en la hermenéutica, lectura y comentarios de textos, como un procedimiento para estudiar el pensamiento de los grandes titanes de las ideas. Aquí utilizo al inminente economista canadiense John Kenneth Galbraith (1908-2006) en su intento por descifrar las claves del pensamiento económico de Marx. Lo primero es señalar que Marx más que un economista al uso fue un pensador revolucionario cuyas ideas económicas impactaron en la arena de la lucha política dividiendo la historia del mundo hasta las décadas más recientes luego de la caída de la URSS. En realidad Marx más que militante de una revolución, por la que abogó sin la menor duda, y no hay más prueba contundente que su “Manifiesto Comunista” (1848), fue en realidad un “hombre docto” (Shumpeter), es decir, un abnegado y talentoso hombre de estudio del capitalismo industrial de su tiempo. Que otros hayan utilizado sus ideas como armas de guerra y la hayan deformado ya es otra cosa muy distinta.

Para Galbraith el deslinde filosófico para romper con los paradigmas de la economía clásica que privilegiaba los equilibrios en el funcionamiento del sistema económico y rebajaba a un mero accidente las perturbaciones que se manifestaban, la encontró Marx a través de Hegel y su dialéctica del cambio continuo. La lucha de clases como leitmotiv para explicar el funcionamiento de la historia desechaba las previsiones de un orden optimista que de crisis en crisis aplastaba esa suposición.

Marx fue un admirador elogioso de las potencialidades del capitalismo industrial y sus proezas en superar a realidades históricas atrasadas como lo fueron las épocas esclavistas y feudales. Aun así el capitalismo arrastraba en su funcionamiento las semillas de su propia destrucción. Cuatro eran estas vulnerabilidades. 1. La distribución del poder; 2.La distribución desigual de la renta; 3.La susceptibilidad a la crisis y el desempleo, es decir, la depresión y 4. El defecto del monopolio.

El poder es un atributo del capitalista, del dueño de las industrias acaparador de bienes: en esto reside su fortaleza y para que esto suceda tiene que existir el trabajador explotado. Además, el poder del capitalista se extiende a la sociedad y al Estado derivando que las ideas dominantes de cada época siempre hayan sido las ideas dominantes de la clase dominante. Esta desigualdad en la distribución del poder tenía su propio eco en la distribución desigual de la renta, es decir, una plusvalía que produce el trabajador pero que le es arrebatada por parte del capitalista. Las crisis periódicas en el capitalismo son inherentes al sistema y su principal amenaza al producirse: un ejército desesperado de personas desempleadas. Finalmente el monopolio era una falla que llevaría a que los trabajadores se rebelaran contra ésta injusticia: “Un capitalista siempre mata a muchos otros… Paralelamente a la constante disminución del número de magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas  de este proceso de transformación, aumenta el cumulo de miseria, opresión, esclavitud, degradación, explotación; pero al mismo tiempo crece también la revuelta de la clase trabajadora, una clase cuyo número va siempre en aumento, y que es disciplinada, unida, organizada, por el propio mecanismo del proceso de la producción capitalista. El monopolio del capitalismo se convierte en una traba para el modo de producción que ha surgido y florecido con él, y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan finalmente a un estado en el cual se vuelven incompatibles con su envoltura capitalista. Esta envoltura estalla. Tocan a muerto por la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados”. Carlos Marx.

No obstante el difunto se reveló más saludable que nunca y los defectos del capitalismo industrial del siglo XIX se pudieron a corregir a tiempo de la inevitable caída. La reforma, el protagonismo de los sindicatos y el Estado de Bienestar Social lograron la emancipación de la clase trabajadora ahuyentando la pobreza y convalidando las viejas reivindicaciones igualitarias. Dice Galbraith: “Los países industriales adelantados han resultado en gran medida inmunes a su revolución. Las reformas, los sistemas de bienestar, las políticas macroeconómicas de los gobiernos, el auge de las burocracias de las sociedades anónimas y el “hombre de la organización” son factores que han atemperado e incluso destruido el ímpetu revolucionario del marxismo”. El marxismo sólo triunfó en los remanentes feudales como Rusia, China o Cuba desde las guerras permanentes y la anarquía indómita. Además, estos aprendices de brujos, todos ellos malos marxistas, se hicieron de la vista gorda en la previsión de Marx en que luego de la toma del poder había que suprimir progresivamente al Estado, es decir, a la mismísima clase económicamente dominante, es decir, a ellos mismos; y en la práctica lo que hicieron fue aupar una dictadura del proletariado indefinida y terriblemente tiránica para sus dirigidos. Así que el salto del capitalismo al socialismo preconizado por Marx sólo ha sido posible de forma episódica en los mismos países capitalistas avanzados en sistemas que son en esencia sociedades abiertas y prosperas (Karl R. Popper).

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