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Más sobre el militarismo venezolano

Carlos Canache Mata

En mi columna de la semana pasada –Tiempo de Armas vs Tiempo de Leyes- hice  reflexiones y consideraciones sobre el militarismo venezolano, que ahora continúo. Desoyendo a Bolívar que había dicho “el hombre armado no debe deliberar; desgraciado el pueblo cuando el hombre armado delibera”, los militares que habían protagonizado la Independencia, alarmados porque la Constitución de 1830 (aprobada al separarnos de la Gran Colombia) había eliminado el fuero militar, se unieron y autoasignaron el supuesto derecho a dirigir políticamente la patria que habían alzado con las hazañas de sus sables. Por eso, desde el nacimiento mismo de la República, se enfrentan los partidarios del poder civil y los partidarios del poder militar.

En 1834, cuando está por cumplirse el período presidencial de Páez, se manifiesta ese enfrentamiento entre el militarismo y el civilismo al presentarse, las candidaturas, entre otras, para el período 1835-1839, del general Mariño y del sabio José María Vargas. Este último, es electo Presidente por los Colegios Electorales con procedimiento perfeccionador del Congreso, y toma posesión, prestando el juramento de ley, el 9 de febrero  de 1935. Dirigida por la mayoría de los jefes militares, estalla la conspiración, conocida con el nombre de ‘revolución de las reformas’, el 8 de julio de 1835 (es cuando hay el célebre y conocido diálogo entre Carujo, “el mundo es de los valientes”, y Vargas, “el mundo es del hombre honrado”), finalmente derrotada por Páez, quien el 28 de julio ocupa a Caracas, abandonada por los reformistas, y designa una comisión que vaya a buscar a Vargas a  la isla de San Thomas, adonde había sido desterrado, para ser restituido en su cargo.

Después, en las guerras de  ese siglo XIX, eran hombres civiles quienes empuñaban las armas al frente de ejércitos irregulares, son los caudillos autoproclamados generales y coroneles ante la ausencia de un verdadero ejército, devenidos en jefes políticos que no volvían a su oficio anterior. En ´Navegación de Altura´,  certeramente observa Andrés Eloy Blanco  que “no se avenían a criar ganados o sembrar café cuando más daba la tierra de galoparla que de sembrarla”. Es el 5 de julio de 1910, bajo el gobierno de Juan Vicente Gómez, que entra en funcionamiento la Academia Militar, creada por Cipriano Castro mediante decreto del 4 de julio de 1903, la cual tenía por objetivo la formación y profesionalización de un ejército nacional permanente. A partir de 1913, cuando el gobierno de Gómez se convierte en una dictadura y persigue y comienza a torturar a la disidencia opositora,  es que, como dice Angel Ziems en su libro ‘El Gomecismo y la Formación del Ejército Nacional’,  el Ejército pasa a ser un “Ejército de ocupación dentro del propio territorio, para contribuir al control de la sociedad venezolana y reprimir a los sectores populares”. Eso mismo ocurre ahora en el régimen chavista-madurista, tenemos un Ejército de ocupación que, con la ayuda adicional de los llamados “colectivos” y otros grupos paramilitares, oprime y dispara contra los venezolanos  en marchas y concentraciones públicas.

En su ‘Navegación de Altura´, también escribió Andrés Eloy: “Muy equivocado estaría quien creyera que la fuerza del partido militarista estuvo exclusivamente en manos de los militares. Hubo momentos en que un solo militar llegó a ser el centro, la bandera, el pretexto nacional del movimiento; en su derredor, metida en sus levitas, bajo el palio de los sombreros de copa, la oligarquía de turno formaba base y apuntalamiento”. Ese rol de segundones servido por civiles durante todos los regímenes militares que padecimos en el siglo XIX y parte del siglo XX, también lo cumplen ahora, en el siglo XXI, civiles togados, como pudimos verlo el 26 de enero del año 2006, con motivo de la Apertura del Año Judicial, cuando los jueces en la mismísima sede del Tribunal Supremo de Justicia, aclamaron al entonces comandante-presidente de la república, al grito de “¡uh, ah, Chávez no se va!”. En ese momento nos faltó un Velásquez, pintor de la Rendición de Breda, que nos mostrara las togas postradas ante el representante de las armas.

Y en esas desviaciones pretorianas, tampoco se habían quedado atrás los constituyentes chavistas de 1999 cuando aprobaron, entre otras normas que disminuían el poder civil, los fueros y los privilegios militares, “lo que –como señala Simón Alberto Consalvi en su ensayo ‘El Carrusel de las Discordias’- la República de Páez había negado y negaron desde entonces, en los textos, hasta Juan Vicente Gómez, y a partir de 1936, los regímenes democráticos que siguieron a la muerte del viejo tirano…los fueros y los privilegios militares fueron la gran conquista de los conjurados del Samán de Gúere”, es decir, los que se treparon al poder en 1999.

La última expresión de la contraposición venezolana implícita en el binomio de poder civil-poder militar, fue la decisión, tomada a comienzos de junio de este año, del Consejo Legislativo del Estado Vargas, de aprobar el cambio del nombre de esa entidad al de Estado La Guaira, a solicitud de su actual Gobernador, un militar. Como apuntó el internacionalista y analista político Emilio Figueredo, “cambiar el nombre de Vargas al estado muestra que estos patarucos en el poder aborrecen todo lo que en nuestra historia es nuestra civilidad; en ellos lo que prevalece es la barbarie junto a la codicia y el desprecio a todo lo que los civiles han contribuido para hacer país”.

Pero, en las piedras está escrito que el poder civil se impondrá, en definitiva, sobre el brillo fugaz de las bayonetas.

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