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Miranda y la Revolución Francesa

«No está marcada en ningún mapa: los sitios de verdad no lo están nunca.»

Herman Melville (1819-1891)

Ángel Rafael Lombardi Boscán

C. Parra Pérez con “Miranda y la Revolución Francesa”, Tomo Uno, ofrece el expediente de su “defensa”. Uno supone de un historiador de su trayectoria que el criterio de “objetividad” se impondría sobre las naturales simpatías hacia su biografiado. Además, da la impresión que es un libro de estructura desordenada y escritura farragosa, aunque curiosamente todo el énfasis está puesto en explicar intricadas maniobras militares. Quizás esto se deba a que el texto fue elaborado originalmente en francés, y luego apresuradamente, traducido al español por su autor, empresa inconclusa porque la muerte le llegó (1888-1964). Parra Pérez terminó por elaborar la apología del caraqueño en las campañas militares en Bélgica y Holanda en las cuales participó en el marco de la Revolución Francesa.

Miranda, definitivamente fue un militar sin mucho brillo que digamos. Fue como dice Spence Robertson, otro biógrafo famoso del caraqueño y cuya obra sí es crítica: un teórico del arte militar. Miranda destacaba por su audacia y ansias de figuración, aunque sus talentos como vigoroso guerrero con mucha frecuencia le dejaban mal parado. También, y esto lo derivamos de las observaciones que hace Parra Pérez, Miranda era más bien un jefe de la logística y competente ordenanza que un ofensivo general capaz de arriesgar el pellejo. Su cautela o prudencia le hacían parecer un cobarde de acuerdo a numerosos testimonios de sus contemporáneos.

Para estar involucrado en todas las revoluciones de su tiempo, que dieron nacimiento a lo que hoy conocemos como modernidad, Miranda algo de talento y sentido de la oportunidad debió haber tenido. No tanto para encumbrarlo como una figura divinizada por una historiografía de la independencia acrítica que lamentablemente Parra Pérez terminó por contribuir a elaborar.

Miranda, arribó a Francia el 23 de marzo de 1792, luego de desertar del ejército español, visitar los Estados Unidos y realizar un periplo europeo y caucásico impresionante teniendo a la zarina Catalina de Rusia como su principal valedora. Su capacidad para relacionarse con los personajes más encumbrados de su época le abrieron las puertas a empresas insólitas. Verlo como mariscal de campo y general de los Ejércitos del Norte de Francia es toda una proeza incuestionable. El ministro francés del Interior, en 1836, mandó a  grabar en el Arco de Triunfo de París, el nombre de Miranda por sus distinguidos servicios militares en el marco de la era revolucionaria y napoleónica.

“Desde Amberes Miranda marchó rápidamente hacia Maeseyck con tres divisiones, escalonadas a un día de distancia, pasó el Mosa, en Veissen, después el Roër y se apoderó de Ruremonde, donde arrojó a 3.500 austriacos y donde el gobierno de Bélgica, que se había retirado allí, estuvo a punto de caer en sus manos. Todo el Gueldres austriaco quedó en su poder y el ducado de Cleves, el condado de Meurs y el Gueldres prusiano quedaron limpios de enemigos. Los aliados traspusieron el Rin: Miranda no evacuará el ducado de Cleves más que en virtud de ordenes formales”. Estas acciones se llevaron a cabo en diciembre de 1792 con un Miranda de 42 años de edad. Aun sorprende como logró ser alistado en los ejércitos revolucionarios éste extranjero recién llegado a Francia. No hay duda que Miranda muy bien se sabía vender.

Esta cita de Parra Pérez es para nosotros importante porque podemos derivar y extrapolar algunas conclusiones del comportamiento de Miranda como general en jefe de ejércitos numerosos y en un ambiente de guerra a lo europeo: recordemos lo inusual y hasta exótico que era en ese entonces que un americano español estuviese comandando tropas francesas enfrentando a los ejércitos de las principales monarquías. En primer lugar: el éxito. Algo poco frecuente en la vida como estampida que tuvo el caraqueño. Luego, su “arte militar”, imbuido en las enseñanzas de los teóricos clásicos como Julio César y su “Guerra de las Galias” entre muchos otros. El general Dumouriez, jefe superior de Miranda, sostuvo ésta opinión acerca de su antiguo colaborador: “Miranda, hombre de ingenio e inteligencia, conocía la teoría de la guerra mejor que cualquier otro general del ejército, pero ignoraba la práctica”. Y finalmente, nos encontramos con un hombre obediente a las jerarquías castrenses de ese entonces y en extremo conservador y de actitud “defensiva” en lo que se refiere a un espíritu autónomo y emprendedor de acuerdo a las circunstancias en el terreno de los movimientos y contra movimientos de tropa.

Luego de este rutilante y sorpresivo éxito a Miranda se le encomendó el sitio de Maestricht que no pudo hacer rendir. Dumouriez invadió Holanda el 17 de febrero confiando en su buena estrella. En el dispositivo de su ofensiva el rol de Miranda fue protagónico y frustrante. En la batalla de Neerwinden, el 16 de marzo, las tropas imperiales del archiduque Carlos, derrotaron a los franceses. Los partes de esa batalla atribuyen a la desbandada del ala izquierda del ejército francés bajo la jefatura de Miranda la causa principal del fracaso.

En Miranda nos encontramos a un hombre curtido en la desgracia y sin ningún apego a la auto/crítica. El descalabro de Neerwinden le llevaría a que la Convención le apartara del mando militar y abrirle una investigación judicial por su comportamiento negligente, previo arresto. Su justificación fue altiva y retadora: “Ataque de Maestricht por orden; mi retirada, aprobada; batalla de Neerwinden, contra mi opinión”.

Nos llama mucho la atención el carácter agrio de Miranda como oficial superior en sus relaciones con los subordinados. Según la mayoría de los testimonios citados por el mismo Parra Pérez, Miranda adolecía del tacto de la cercanía y camaradería que produce una confianza guerrera. Su altivez y arrogancia le hacían insoportable y su tendencia a los castigos y reprimendas le enajenaban fundamentales apoyos entre la soldadesca. “Sabido es que la severidad de Miranda en materia de disciplina en el servicio le proporcionaron más de un disgusto”.

Miranda padeció toda su vida una especie de síndrome del prisionero: una predisposición en ser perseguido y derrotado, aunque manteniendo la altivez en cada caso. Este victimismo histórico de raíces trágicas ha sido pocas veces remarcado por sus principales estudiosos. El “filosofo guerrero” en realidad nunca fue ni lo uno ni lo otro, sino más bien un aventurero y diletante, y en ocasiones, hasta un pícaro.

A Miranda o se le admira o se le desprecia. El punto medio cuesta encontrarlo en sus actuaciones porque el mismo se encargó de ser su propio publicista alrededor de la ingenua y romántica causa de la libertad que en realidad abrazó pero que siempre supeditó de manera calculadora a su protagonismo histórico. El desinterés de Miranda es otro mito que bien valdría la pena desmontar. El problema es gordo porque la historiografía oficial le coloca como el Juan Bautista que anunció la llegada del Mesías Bolívar. Y ya sabemos que cuando la historia se vuelve mística toda consideración secular es sospechosa.

La mejor forma de encarar los mitos es con la mente abierta y liberándonos de los prejuicios patrióticos que funcionan como chantajes emocionales construidos tercamente por el ritual nacional. Idea ésta por cierto deplorable ya que las principales tragedias humanas, guerras de por medio, se han producido por ésta nefasta ideología nacionalista surgida entre los siglos XVI y XVII, y profundizados por el imperialismo militante característico en la cuenca Atlántica norte entre los siglo XIX y XX arrastrando a medio mundo. Las revoluciones han engendrado la modernidad pero sus altas cotas de violencia le han hecho pagar un costo muy caro a la humanidad.

Volviendo a Miranda y la necesidad de revisar los recuerdos creados e impuestos a la medida del Estado Bolivariano, desde el año 1842 hasta el infortunado presente, se hace imprescindible una completa revisión ajustada a una comprensión mesurada de su actuación histórica. La mayoría de sus biógrafos venezolanos han sido incapaces de presentar sus lunares y terminan cediendo al chantaje patriótico, incluso, historiadores de carrera que dicen sostener sus resultados con el dominio científico de la disciplina. Y no se trata de hurgar en el lado oscuro del personaje, esto sería de una bajeza inadmisible, pero sí ser capaz de emitir una compresión más realista, y en consecuencia, necesaria y veraz. Toda verdad es una relación con el dolor, y aceptarlo, no es tarea sencilla.

Hay acontecimientos claves en la vida de Miranda que siguen solapados o justificados por la apología mirandina al uso: la huida repentina del solar caraqueño luego de la afrenta de los mantuanos al padre; los conflictos con sus superiores en Melilla; el asunto en La Habana y su posterior deserción del ejército español; su enrolamiento como “general” en los ejércitos de la Revolución Francesa y su deplorable actuación en Neerwinden en los Países Bajos; sus tratos con el gobierno inglés que nos hacen suponer que trabajó al servicio del Foreign Oficce, algo que la mayoría de quienes le han estudiado sospechan pero no se atreven a señalar abiertamente porque pondría en duda el desinterés de éste “Don Quijote” (así lo llamó el mismo Napoleón Bonaparte) trotamundos venezolano como adalid de la libertad; su fallida “invasión” con tres modestas embarcaciones sobre las costas venezolanas en el año 1806 comandando una expedición mercenaria que en realidad gozó del apoyo logístico inglés en el Caribe y que no pudo ir a mayores porque el gobierno inglés no dio luz verde a sus perros de presa como el almirante Thomas Cochrane simpatizante de Miranda; y finalmente, su actuación en la Primera Republica (1810-1812) caracterizada por una ambigüedad gloriosa.

Sí hay algo que otea en todas las páginas de éste primer volumen de la obra de C. Parra Pérez es la traumática relación entre Miranda y su más inmediato superior, el general  Dumouriez. Doumeriez al principio acogió a Miranda de manera positiva pero el distanciamiento se cuajó en la adversidad de las operaciones militares. El famoso juicio contra Miranda por parte de la Convención, que casi le lleva a la guillotina, es lo que trata C. Parra Pérez en el tomo dos.

C. Parra Pérez, no estudia a Miranda, sino que se asume en su más furibundo defensor. Hay una especie de vínculo espiritual y complicidad como sí pensara que el destino histórico del hombre de acción lo catapultaría a una inmortalidad en las letras historiográficas. Recordemos que C. Parra Pérez, un activo embajador, logró repatriar el extraviado “Diario de Miranda” perdido en un oscuro lugar de Londres.

Miranda es fascinante no tanto por lo que hizo sino por las contradicciones, vacilaciones, paradojas e inconsecuencias que le son característicos y que sus biógrafos procuran disculpar en todo momento. De la misma forma como hace C. Parra Pérez respecto a la actuación militar de Miranda en el marco de la Revolución Francesa. Una vez más, Miranda, el “pomposo derrotado”, logra salirse con las suyas.

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