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Misión Jauja en Francia

En la primera vuelta de las primarias del Partido Socialista (PS) el domingo pasado, el ganador fue Benoît Hamon (36%), de 49 años, nacido en Bretaña, licenciado en Historia, ex-ministro de Hollande y contestatario de su administración. Manuel Valls, contendor racional y favorito de las encuestas obtuvo (31%).  La escasa capacidad de convocatoria y la debilidad interna del PS quedó al desnudo al lograr la participación de apenas 1,3 millones frente a los 4,3 millones de votantes en las primarias de la derecha donde resultó ganador François Fillon. Francia tiene 44.8 millones de electores registrados, de una población de 66 millones de habitantes.

Hamon, que junto a  Arnaud Montebourg (18%) representan la izquierda de la izquierda dentro del PS, basó su discurso de campaña en criticar la “deriva liberal” de Hollande y de Valls y a prometer imposibles. Ya Montebourg anunció que apoyará a Hamon en la segunda vuelta que se realizará mañana.

Mientras Valls, basó su campaña en el eslogan “Una República fuerte, una Francia justa” (Une République forte, une France juste), ya usado antes por la derecha, su rival dio rienda suelta a promesas populistas extravagantes, no solo por la imposibilidad de realizarlas sino por la reacción de aversión que han generado. Las tres promesas con las que Hamon conquistó los votos son: una ayuda social universal (Le revenu universel) de 750 Euros para cada ciudadano, sea o no asalariado, legalizar la marihuana y reducir el horario de trabajo, que actualmente es de 35 horas semanales. Recibir dinero sin trabajar o trabajando menos y disfrutar de un pito de marihuana es el País de Jauja mismo.

Benoît Hamon, 2017La llamada ayuda social universal en la que el Estado tendría que desembolsar 400.000 millones de euros, está lejos de ser realista en un país que actualmente arroja un déficit público de 3,50% del PIB, el máximo permitido por la Unión Europea.

Otras de las promesas que han revuelto el estómago a la derecha y a la ultraderecha, así como al francés conservador son: la procreación asistida para parejas de mujeres gay como complemento a las leyes aprobadas sobre el matrimonio homosexual, tema que ocupó la opinión pública francesa los primeros años del gobierno de Hollande, mientras los terroristas hacían de las suyas. Otra es la de acoger a más refugiados y legalizar el voto de los inmigrantes en las elecciones locales. También propone un impuesto ecológico y el reconocimiento de Palestina. En relación a las instituciones del Estado, pretende reformar el Senado y pasar a un período de gobierno de siete años.

Las promesas electorales de Hamon apuntan a las presidenciales en una posible alianza, además de Monteburg, con el radical Jean-Luc Mélenchon, organizaciones comunistas y grupos antisistema. Otra promesa de Hamon es la de derogar la ley El Khomri, dirigida a hacer más flexible el mercado laboral del país, rechazada por el ala radical del PS y los sindicatos de izquierda opuestos a las disposiciones que protegen las plataformas laborales autónomas como Uber. Estos y otros artículos de la ley se inspiraron en el proyecto social liberal «Nuevas Oportunidades Económicas», ideado por Emmanuel Macron, mientras Valls fue Primer Ministro.

La candidatura del izquierdista Emmanuel Macron, otro disidente del gobierno de Hollande que ha alcanzado un alto vuelo en su navegación en solitario, resta o más bien se suma a lo inevitable, que los socialistas ni siquiera figuren en la segunda vuelta y se vean obligados a apoyar con sus votos a François Fillon para detener el previsible arrase del ultra derechista Frente Nacional, el mismo trago amargo de 2002.  Macron, también candidato de izquierda, es un alto ejecutivo de la banca Rothschild, grupo financiero que por cierto, compró el famoso diario Libération, ícono del marxismo francés.

A la izquierda de la izquierda Benoit Hamon y Jean-Luc Mélenchon, abogan por combatir el liberalismo y este último clama por una nueva toma de la Bastilla para refundar el país, idea fija de todo populista, y a la derecha de la izquierda, Manuel Valls y Emmanuel Macron, defienden un liberalismo social. En el medio de ambas tendencias, los militantes socialistas ven como se les hunde la nave y muchos la abandonan. Por todo lo anterior, pareciera que la esquizofrenia campea también por estos lares.

Una de las causas de la parálisis del crecimiento de la economía francesa se debe a un feroz sistema impositivo, que ha llevado a la asfixia a las empresas y a los asalariados, alejando inversiones extranjeras. Son onerosos los impuestos a los propietarios de viviendas, lo mismo a los inquilinos que deben pagar un tax hasta por tener un televisor. No contento con eso, Hamon propone “impuestos a los robots y máquinas”. Como los agricultores franceses cambiaron la hoz por las máquinas segadoras manejadas a control remoto y cuentan con drones para supervisar sus cultivos, eso no podía escapar a la obsesión fiscal de la izquierda con sus “impuestos ideológicos” y su actitud revanchista, que nunca ha permitido que el mérito del esfuerzo individual se traduzca en ganancias, lo que dificulta el avance de la sociedad.

La izquierda cuando no es gobierno, inspira a soñar en utopías y agobia con denuncias a la opinión pública, pero cuando está en el poder, demuestra su impotencia, ambigüedad, ineficacia y falta de objetivos racionales. Por otra parte, los ideales reformistas que históricamente han motivado a la izquierda, hoy se confunden con las propuestas de la derecha. Por eso, los radicales dentro de la izquierda espetan a sus propios dirigentes, entre ellos a Valls, tildándolos de “traidores a la causa del pueblo” por acogerse a principios racionales.  La izquierda no ha sido capaz de adaptar sus principios a las nuevas circunstancias que exigen un Estado promotor, en vez de un Estado paternalista o rentista, tampoco aporta ninguna visión novedosa en lo político, en lo económico y ni siquiera en lo social, que ha sido su esencia y razón de ser. Después de la caída del Muro de Berlín, la mayoría de los partidos de izquierda europeos han evolucionado hacia el social-liberalismo. Sin embargo, la izquierda francesa sigue anclada a viejos y agotados paradigmas.

El edificio ideológico que aun habita la izquierda se ha ido desmantelando, así lo afirma el historiador y filósofo Marcel Gauchet, director de la revista Le Débat. Las conquistas laborales y el ascenso de la clase media han contribuido a la desproletarización, lo mismo pasa con la llamada colectivización de los medios de producción, que en su forma edulcorada se les llama nacionalizaciones, causan repulsión en la opinión pública de cualquier país avanzado. El Estado regulador está muy mal visto y no funciona con eficacia. Ellos han perdido su capacidad de interpretar la sociedad que aspira a otro tipo de logros.

El ensayista Nicolas Bouzou, afirma por su parte: «Una fascinación irracional con el pasado no nos permite diseñar el futuro sino como una amenaza. La izquierda es incapaz de mantener un debate político sobre las innovaciones necesarias. El fracaso en elaborar un discurso incluyente sobre el progreso, que no sea únicamente sobre el miedo y el resentimiento, sino que defienda una «sociedad abierta», crea un vacío que rápidamente será llenado por un discurso muy eficaz y peligroso: el nacionalismo».

Los socialistas cuando les toca gobernar, pareciera que utilizan siempre el mismo guión que los ha hecho fracasar una y otra vez, sin entender que la gente está harta de una dirigencia que ha sido incapaz de desprenderse de sus camisas de fuerza ideológicas,  una verdadera “ortopedia del pensamiento” como dice Pascal Bruckner.

En relación con el terrorismo, no han tenido políticas coherentes para enfrentarlo, al contrario, han asumido una actitud populista y de extrema “corrección política” con los 6 millones de musulmanes en Francia para no perder su voto (80% de los votantes musulmanes inscritos se inclinan a votar por el PS). Al no exigirles una postura firme de deslinde del extremismo religioso y ante el pésimo manejo del problema de los inmigrantes han contribuido al ascenso del ultraderechista Frente Nacional.

Si a esto le sumamos el miedo a una reingeniería, a la incapacidad de reinventarse, a entender que el martillo y la hoz ya no se utilizarán en la utópica lucha de clases porque ahora se utilizan ordenadores y redes sociales, es probable que la izquierda en Francia, fragmentada y disminuida como está, apunte a su desaparición como fuerza política.

El país de Jauja, descrito en el libro de Hans Sachs (1530), es la utópica tierra de riquezas y ocio que aparece como destino en otro libro de la época: La Nave de los Necios, obra satírica de Sebastian Brant, temas adoptados por Brueghel y El Bosco para describir el despropósito y la locura humana.

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