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Mundos paralelos

División, escisión, hendimiento, ruptura: eso que lleva a definir la esquizofrenia podría aplicar a los actuales tumbos de la política venezolana. Dos realidades paralelas pueden incluso palparse con claridad: una, la de demócratas alarmados, herederos de larga tradición republicana, aferrados a la castigada referencia de una Constitución sitiada hoy por todas las vías posibles. Otra, la de esa dirigencia que en nombre de una ideología del fracaso elige subvertir todo orden derivado del Estado de Derecho y la independencia de poderes. Ideología, por cierto, que aunque preconiza la desaparición del Estado “burgués” y su sustitución por la gaseosa dictadura del proletariado, siempre ha acabado convirtiendo al primero en Hidra angurrienta que derrama sus tentáculos, que abarca todo, que procura su metástasis en cada resquicio de la vida en sociedad y el reemplazo del plural entramado que habilita la dinámica democrática.

Dos realidades. Percepción en conflicto, cosmovisiones abiertamente enfrentadas. La “hibridocracia” chavista, sistema hasta hace poco imposible de encajar dentro de una categoría específica y que hoy funciona como un clon de los peores rasgos de otros célebres autoritarismos, sin duda creó condiciones para este esquizofrénico cisma. Hegemonía y desorbitado electoralismo, caudillismo militar y “poder del soberano”, Estado de Derecho, sí, siempre que las instituciones estén en manos del partido, siempre que haya obediencia sin cuestionamiento; ese “todo en uno” profusamente mediatizado sentó las bases de una lógica del poder que usufructúa el andamiaje de la democracia, que instrumentaliza sus atajos, pero no necesariamente aplica sus fundamentos en la práctica.

En paisaje marcado por tal ambigüedad, los reclamos de opositores parecían carecer de sentido. Pero de allí surgió la letal paradoja. La legitimidad de origen blindada en su momento por el voto popular ha sido la piedra en la escurrida bota del madurismo. Es la pérdida del apoyo de las mayorías -sospecha hecha verdad cuantificable en 2015- y la certeza de no poder recurrir a la limpia consulta en la urnas, lo que ha ido disolviendo esa apretada fusión de identidades políticas del régimen para dar paso a una forzosa redefinición. Cada día es más obvio que el gobierno va abandonando hasta las básicas formas democráticas, repeliendo incluso el otrora sagrado fetiche electoral, para abrazar las de las clásicas autocracias: siempre sostenidas, por cierto, por la desnuda fuerza militar.

Como corolario, van dos países caminando feroces, uno al lado del otro. El de una exigua camarilla que, desentendida de su deber de asegurar bienestar a la población, haciendo caso omiso de las reglas del juego político y esgrimiendo el retrógrado poder de las armas, busca coartadas para ahogar la voz adversa, los “enemigos” que censuran la irregular Constituyente (según Datanálisis, siete de cada 10 encuestados se oponen al proyecto de reescribir la carta magna); y el de un multitudinario sector que, soportado por la institucionalidad que aún queda en pie, resiste el choque de sus antípodas. Los eventos derivados de las últimas movidas de la Fiscal, la confirmación de su postura sobre la ruptura de hilo constitucional, su reconocimiento de la legitimidad de la Asamblea Nacional y petición de ratificación del Vice-Fiscal ante ese órgano (a contrapelo del nombramiento en mundo aparte de otra Vice-Fiscal, por parte de aquellos magistrados del TSJ cuya designación el mismo Ministerio Público ha impugnado) dan señales de la insurgencia de un Estado paralelo –uno que, irónicamente, actúa dentro de la legalidad- tal como lo describe la historiadora Margarita López Maya. Estado signado por el apego irrestricto a la Constitución, un vivificante asomo de “normalidad” que, en contraste con la excéntrica versión de democracia que alguna vez pasó como progresismo de izquierda, deja sin excusas a los profanadores de templos.

Se es y no se es: superposición de estados posibles, como un taimado gato de Schrödinger, vivo y muerto según el universo en que ronronea. De la mixtura invalidante, en fin, afloran dos definidas realidades, lidiando como titanes en todo antagónicos, respirando en carriles contiguos: la de la República y su vigorizada defensa, una; la del vistazo de lo fallido, la dictadura sin afeites, otra. La de esa Venezuela que asistió civilizadamente a los actos de conmemoración del 5 de julio en el Palacio Legislativo, y la que horas después, impulsada por los carniceros resortes del odio, pinchada por el respingo de la secta, asaltó arbitrariamente el mismo edificio, e hirió, desmanteló, destruyó… ¿cuál prevalecerá? Los próximos días serán cruciales para que el reacomodo de las fuerzas ofrezca precisiones. De momento, impedidos como estamos para el arte del oráculo, queda esperar a que la autoridad moral predomine en esta puja; no olvidemos, eso sí, que alcanzar el mejor de los mundos posibles -ese que acarició el optimismo de Leibniz- no ocurrirá por obra de un impoluto milagro. Ora et labora.

@Mibelis

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