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Murió Freddy Muñoz

Me tocó compartir con Freddy Muñoz largos años de vida parlamentaria y luego, entre 1998 y la fecha de muerte, mantuvimos una amistad que no hizo otra cosa que crecer con el transcurrir de los años.

En el Congreso Nacional militábamos en bancadas radicalmente opuestas, pero en esa Casa de la  Democracia que era nuestro parlamento, me fui aprendiendo que se puede querer a Venezuela con la misma fuerza pero de diferentes puntos de vista. Así, a través de 20 años  fui reuniendo amistades en todos los partidos y de todas las ideologías.  Amigos que pasaron dos pruebas de fuego: ninguno utilizó la política para enriquecerse y ninguno cayó en la tentación de doblegarse ante Hugo Chávez.   En esos términos fue mi trato con Freddy: un respeto mutuo, intelectual y personal, forjado a través de debates y discusiones, de trabajos en las comisiones y en reuniones de grupos informales.

Pude ver en Freddy Muñoz un hombre de vasta cultura, de aguda inteligencia, buen polemista y hábil negociador.  Vertical en sus posiciones pero abierto a la discusión y al diálogo. Nos enfrentamos muchas veces pero nunca hubo el menor disgusto personal aunque las posiciones fuesen muy encontradas.

También me acerqué mucho al intelectual, al autor de varios libros, al pensador, al lector infatigable.  Leí sus libros.  Me pareció singularmente bueno, el trabajo que escribió con Américo Martín, Socialismo del siglo XXI ¿huida en el laberinto?,  recuerdo también Transformar democráticamente nuestra democracia y El mundo católico en la encrucijada.

Después de salir de parlamento, nos seguimos viendo.  A ratos en reuniones de opositores, cuando ambos tratamos de aportar lo que estuviese a nuestro alcance para sacar a Venezuela del despeñadero en que no pudimos evitar que cayera.  Las más de las veces, nos veíamos como amigos, para conversar, comentar, intercambiar ideas e información.  Esas largas tenidas derivaban muchas veces hacia recuerdos del pasado, rico y épico, de Freddy: Sus años de exilio, de clandestinidad y de prisión.

Las visitas no fueron interrumpidas por la larga y cruel enfermedad que se abatió sobre mi amigo.  Los visitaba, tal vez con menos frecuencia de los que debí hacerlo, pero siempre quise, que tanto él como Norma, sintieran mi solidaridad más absoluta ante la adversidad.   Su muerte me sorprendió, por razones ajenas a mi voluntad, fuera de Venezuela.  No pude rendirle mi respeto ni manifestar mi pesar a su familia, como lo hubiese querido, pero estoy seguro que, desde allá arriba, Freddy nos seguirá acompañando con su patriotismo y su aspiración a una Venezuela mejor.

¡Descansa en paz, Freddy!

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