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Negociando la ambigüedad

Natalia Brandler

En un oportunidad, Arthur Koestler, cronista y protagonista de eventos cruciales de la primera mitad del siglo XX, escribió: “ciertas cosas desean suceder juntas”.  En medios locales e internacionales, han circulado recientemente diversos llamados al diálogo y a la negociación, como salida a la crisis de Venezuela. Al manifiesto (de intelectuales venezolanos) “Por una salida pacífica, electoral, democrática y soberana para Venezuela” se suman las declaraciones de la Sra. Federica Mogherini (Unión Europea) y del Grupo de Lima (convocando a Cuba a ser parte de la solución política en Venezuela), además de entrevistas a figuras políticas y analistas, cuya sincronicidad no parece casual. ¿Se influencian unas con otras o son independientes?

Un punto común entre ellos es su cuestionamiento a la ruta Guaidó:  cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. También coinciden en responsabilizarlo por los errores del 30 de abril. En el manifiesto de los intelectuales políticos se rechaza “la injerencia militar indebida de gobiernos extranjeros, cualquiera que sea su bandera, así como cualquier tipo de salida armada y de fuerza” obviando referirse a las fuerzas de ocupación cubanas y del ELN entre otras organizaciones armadas activas en nuestro territorio. La ambigüedad del documento le da un halo de tolerancia y flexibilidad, pero abre a negociación la transición democrática, al estilo de las mesas de diálogo que contribuyeron a que la dictadura ganara tiempo e incrementara la represión.

Cierto que la negociación apegada a los principios democráticos es esencial para resolver problemas complejos en los contextos de pluralidad política. Una propuesta así, fuera del actual contexto-país, en el limbo de la teoría y las buenas intenciones ¿cómo puede materializar el camino hacia una transición democrática?  Los esfuerzos realizados para dialogar con los representantes del régimen han sido inútiles.  Su interés nunca ha sido llegar a conclusiones negociadas, sino ganar tiempo para consolidarse cada día más, usando las mismas tácticas que utilizaron los Castro y que les han permitido mantenerse 60 años en el poder.

Sin la salida de Maduro y de su entorno de cubanos, militares, paramilitares y jueces inmorales y sin una transición en la cual se desmantelen las redes de corrupción y el sistema institucional que los sostienen, no será posible garantizar unas elecciones libres y transparentes. Si en aras a una salida negociada no se cumplen estas condiciones, veremos impotentes surgir un nuevo orden gatopardiano, el de una transición tutelada por ellos mismos y donde el castrismo y sus aliados podrán continuar avanzando su proyecto geoestratégico.

Convocarán a unas elecciones sin haber desmontado totalmente el aparato institucional que instauró el extinto presidente Chávez y seguramente, con algunas garantías mínimas, como la observación internacional y un nuevo CNE, el candidato de la oposición ganará las elecciones. Sin embargo, la gobernabilidad estará permanentemente amenazada y bajo acoso por quienes buscarán impedir que se restaure el proyecto de la democracia representativa y la economía de mercado. Los castristas y sus aliados tienen una estrategia a largo plazo y mucha paciencia (un paso atrás y tres pasos adelante). Sorprende que se insista en llamar a “la realización de un proceso electoral democrático, confiable, incluyente y transparente, que le otorgue protagonismo al pueblo venezolano” sin que se aclare cómo. Esta ambigüedad pone en riesgo la frágil confianza de las y los ciudadanos traicionados una y otra vez por quienes no denunciaron los fraudes electorales, los mismos intelectuales y políticos que se negaron a tildar a Chávez de dictador, que nunca se refirieron a la ocupación cubana de los centros neurálgicos del país o los que se sentaron a dialogar pensando que la feroz dictadura respetaría las reglas democráticas.

El nivel de desesperación del venezolano lo lleva a “hacer lo que sea, hasta negociar con los militares y jueces incursos en delitos, y después ya se aplicará la justicia a los casos más emblemáticos”. La realidad es que son muy pocos los procesos de transición en los que se ha logrado castigar a los responsables de crímenes de lesa humanidad: Nuremberg, Rwanda y Yugoslavia. En Sudáfrica se castigó a algunos individuos culpables de crímenes atroces, pero se buscó ante todo lograr la transición. En Argentina el proceso de justicia transicional tuvo dos momentos. En el primero, los dictadores se otorgaron a si mismos la Ley de autoamnistía de 1983, como condición para permitir la transición y en el segundo, el electo presidente Raúl Alfonsín derogó la ley gracias a lo cual se juzgó y condenó a cinco militares de las Juntas.  En España y Colombia, se facilitaron las negociaciones entre los actores y la reconciliación nacional a través del olvido. Esa falta de castigo a los victimarios es probablemente el modelo que nos recomiende el expresidente español Rodríguez Zapatero.

Siempre habrá tensiones entre los que exigen el derecho a la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas de las violaciones y los que están dispuestos a olvidar los crímenes con tal de lograr la transición. Aún así, entre una justicia retributiva plena y la total impunidad hay una inmensa distancia, y aceptar solo la impunidad para “salir de esto” implica consideraciones éticas y jurídicas que no se pueden despachar de un plumazo ¿hacia qué lado de este continuum se inclinan los que llaman a “promover mecanismos pacíficos y valorar los esfuerzos de los países que apoyan la negociación”? ¿Qué están dispuestos a negociar y con cuanta impunidad están dispuestos a transarse? ¿Y los actores internacionales que buscan una solución negociada? La economía de Venezuela está vinculada a los mercados internacionales y en lo político, su ubicación es clave por su cercanía con la potencia hegemónica, que son los Estados Unidos. ¿Es su interés la justicia o el perdón? ¿Qué están dispuestos a negociar?  Si permitimos que estos actores decidan los términos de la negociación, Cuba habrá ganado tiempo, los Estados Unidos habrá ganado reputación y junto a Rusia y China y nuestros gatopardos locales, todos habrán ganado la apertura de nuevos negocios.

Concluyo: anhelo la paz, se que tendremos que hacer grandes esfuerzos por la reconciliación.  Es el camino necesario de todo país posconflicto. Pero espero que a las y los venezolanos no se nos escape el sueño de recuperar la verdad histórica, y de fundar un nuevo orden democrático basado en los valores humanos y partiendo del triunfo de la justicia y de la ética, no de la impunidad.

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