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Nicaragua hoy le duele a todos

José Luis Ortiz Santillán

Sergio Ramírez Mercado, premio Cervantes 2017, recibió el miércoles pasado el premio Juan Crisóstomo Doria a las Humanidades 2018, por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), en el marco de su feria del libro. Sin duda alguna, este será el inicio de un sinnúmero de homenajes de que será objeto en México el escritor nicaragüense autor de «Adiós muchachos» en 2018 y lo veremos en más de un centro universitario o foro, como en la Universidad Autónoma de Nuevo León en septiembre próximo, donde recibirá el Doctorado Honoris Causa; en la feria del libro de Guadalajara y en el festival Cervantino de Guanajuato, por ejemplo.

Con ello, el abogado, escritor, periodista y militante de la izquierda latinoamericana, nacido en Masatepe, Nicaragua, el 5 de agosto de 1942, quien fue miembro de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional al derrocamiento de Somoza en 1979 y luego vicepresidente de 1985 a 1990, durante el primer gobierno de Daniel Ortega, parece enfrentar la violencia y represión que vive su país, retomando los pasos que durante el ocaso de la dictadura de Anastasio Somoza siguió el padre Ernesto Cardenal por el mundo denunciando las atrocidades del dictador.

En ese entonces, los pies hoy cansados del padre Cardenal, lo llevaron de país en país para denunciar el genocidio de la dictadura de Somoza, las masacres, las persecuciones políticas, las desapariciones en el seno de las llamas del cráter del volcán Masaya, los lanzamientos de campesinos desde helicópteros en las montañas, las torturas; las cuales irreversiblemente parecen volver ahora con Daniel Ortega, que ha traicionado los principios de la revolución de 1979 por sus ambiciones desmedidas de poder.

Como a todos los que hicimos de Nicaragua nuestra causa un día, hace casi 40 años, el tiempo ha diezmado la fuerza física pero no la mental. Hoy el padre cardenal, con problemas de salud en sus riñones, no puede emprender los senderos que recorrió en los setentas para denuncia el nacimiento de una nueva dictadura en su país; sin embargo, ahí está ahora Sergio Ramírez, Gioconda Belli y Carlos Mejía Godoy, este último, autor de “Guitarra armada”, ha prohibido a Daniel Ortega el usos de sus canciones y emprendido una gira desde Costa Rica, que lo llevará a diferentes capitales del mundo para denunciar lo que sucede hoy en Nicaragua.

Cuando uno ve a Sergio Ramírez taciturno, da el aire de estar cansado, de pronto incluso, de estar molesto; pero en realidad no es así. Los pensamientos de Sergio están hoy puestos en su pueblo; el dolor que parece llevar en su cuerpo es el de su corazón, estrujado por la suerte de los nicaragüenses, porque hoy en Nicaragua a todos les duele respirar, como lo señalara al llegar a México y lo ratificara en las entrevistas para la televisión mexicana.

Los pensamientos de Sergio no están perdidos ni melancólicos; tampoco están detenidos rememorando una revolución que parece perdida, están buscando la forma de que la sangre derramada por los héroes y mártires que hicieron posible la victoria contra la dictadura en 1979, no sea en vano y vuelva la democracia a florecer en Nicaragua; porque le devuelvan la libertad y la democracia secuestrada a su pueblo.

Tal como lo esbozó al recibir el miércoles 29 de agosto el premio Juan Crisóstomo Doria a las Humanidades en la UAEH, todo pareciera que Nicaragua estuviera condenada a estar bajo el dominio de gobiernos militares dictatoriales, como si la democracia ciudadana y participativa se negara a convivir con la sociedad nicaragüense; como si los nicaragüenses estuvieran condenados a sufrir la violencia perpetua y la represión, como un castigo divino a su rebeldía y desobediencia a seguir los mandatos de quienes se creen sus amos.

De combatir al dictador a aprendiz de él, a nuevo rico en nombre de los pobres y dueño de tierras expropiadas. Una nueva sombra parece envolver Nicaragua, un hombre que pasó en prisión la insurrección contra Somoza, que no disparó un tiro contra la dictadura, como si lo hizo su hermano Camilo Ortega que murió en el repliegue estratégico de Managua a Masaya en 1979 o Huberto Ortega, general retirado del ejército; un hombre erigido comandante guerrillero sin serlo, se ha convertido en el amo y señor de Nicaragua junto a su esposa, quien fuera secretaria del periodista Pedro Joaquín Chamorro, asesinado por la guardia nacional de Somoza en 1978, cuya muerte encendió la llama de la insurrección popular y marcó el fin de la dictadura.

Aunque parece un pueblo dividido y enfrentado; la lucha de los revolucionarios marginados por Ortega, dados de baja del ejército, y demócratas de Nicaragua, de los cientos de jóvenes universitarios y adultos que tomaron las calles, no es contra las instituciones surgidas de la revolución, contra el ejército o la policía utilizada por Daniel Ortega y Rosario Murillo contra su pueblo; es contra un hombre que vestía con camisas italianas durante los primeros años de revolución, mientras el pueblo lo hacía con harapos y terminó apoderándose del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), corrompiendo sus estructuras populares y sus raíces revolucionarias; propiciando la salida de la mayoría de comandantes guerrilleros y líderes revolucionarios, que hicieron posible la revolución en 1979, quienes después formaron el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS) junto con Sergio Ramírez en 1995.

Nicaragua, sus estudiantes y barricadas, su pueblo ha vuelto a escucharse en auditorios universitarios y en los medios en México; y aunque muchos jóvenes hoy ignoran la historia de su pueblo indomable y su coraje, seguramente pronto darán cuenta de su bravura y determinación, haciendo a un lado a quien usurpa el poder hoy en su nombre.

Por ahora, la solidaridad con Nicaragua no se hizo esperar en la UAEH. Decenas de jóvenes colmaron durante dos días un auditorio para escuchar a Sergio Ramírez, quien dedicó el premio y reconocimiento obtenido en la UAEH a su pueblo, el que desde hace más de cuatro meses salió a las calles para defender su libertad y clamar por la vuelta de la democracia conquistada en 1979, ahora mancillada por una pareja oportunista que ostenta el poder, legitimado por poderes facticos controlados y desoyendo razones, reprimiendo y apresando a quienes contribuyeron a hacer posible la revolución en 1979, sin moral y sin conciencia, como ha sucedido con el guerrillero y coronel en retiro Carlos Brenes esta semana; sólo borracho de poder, ignorado la forma en que murió Somoza en Paraguay y como lo hizo Muamar el Gadafi en Libia.

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