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No es AMLO, es México

Alfredo Maldonado

A los opositores con furor informático y muchos escribidores de repeticiones –“repite”, asegura algún refrán, “que siempre habrá quien crea que es cosa tuya”- que rebosan las secciones de opinión de nuestros medios de comunicación, les ha ofendido –y han respondido con aullidos ingenuos a la luna- que el Presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador haya respondido con tonito de no me jodas y me importa un bledo a la pregunta periodística sobre por qué su Gobierno no apoyó al Grupo de Lima en su última toma de posición respecto a Venezuela, sobre la muy cuestionada re-toma de posesión de Nicolás Maduro como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela.

Podría uno irse por la aclaratoria de que una cosa es Venezuela y otra muy diferente la República Bolivariana. En la primera nació Simón Bolívar (además de figuras tan contrapuestas entre sí como Rómulo Betancourt, símbolo de la democracia activa, clara y fuerte, y Juan Vicente Gómez, símbolo de la ferocidad represora, restrictiva y humillante de la tiranía caudillista y siempre armada), la segunda es un invento de militares violadores de la constitución que se inventan como excusa una tergiversación de la historia. Una cosa es aquél Simón Bolívar de cuerpo menudo y quijada y nariz alargadas, hijo y nieto de aristócratas, rico en recursos,  en ideas nacidas de lecturas y convicciones, y en la permanente generosidad en prodigar dineros y pensamientos para sostener su lucha, y otra el prognata barbudo y de expresión extraña que el chavismo se sacó de alguna manga perdida entre demasiadas lecturas no adecuadamente digeridas y cegueras interesadas, porque del verdadero Bolívar que fusilaba a los alzados y desobedientes, y a mulatos y mestizos agitadores de racismos, aunque no hay fotografías ni videos, existen y se conservan sobrados y muy claros testimonios gráficos.

Pero la cosa no va por allí –pido disculpas por la distracción- sino por entender que del recién electo Presidente mexicano no podía esperarse otra reacción. Una cosa son posiciones personales de expresidentes como aquél General Santa Ana cuyo hobby parece que era entrar y salir de la presidencia y perder batallas, o ya en el siglo XX y pasados los tiempos de revoluciones, Vicente Fox y Felipe Calderón del centro derechista Partido de Acción Nacional, PAN, y otra la que ha sido la posición mexicana de reiterado convidado de piedra de la llamada “Doctrina Estrada”, que ha sostenido el mayor partido de México, el izquierdoso Partido Revolucionario Institucional, PRI. La que esgrimió López Obrador no es su pensamiento original, es la posición internacional ya tradicional de México, de no veo, no oigo y sobretodo no me meto. Por eso México igual se lleva con el Gobierno de Mauricio Macri o el de Sebastián Piñera, que con el de Nicolás Maduro o lo que sea que tiene bajo las botas la sucesión Castro.

México puede no estar de acuerdo con actitudes poco o nada democráticas de un país con el cual mantenga relaciones, pero no moverá un dedo para promover cambios, su posición es tu en lo tuyo y yo en lo mío. No se trata de defender a Andrés Manuel López Obrador, priista de uña en el rabo y fundador y dirigente del llamado Movimiento de Renovación Nacional (MORENA), partido que nació para apoyarlo a él, sino de la que ha sido una política del estado mexicano desde 1930, cuando fue oficializada y difundida por el entonces canciller Genaro Estrada. El concepto básico es no intervengo en tu país y tu no intervienes en el mío.

Que López Obrador sea prochavista o no, y que quiera trasformar a México en una nueva Cuba castrista o Venezuela chavista, está por verse. Si es lo que se propone de verdad, le costará hacerlo y es más posible que termine generando una tranca, como en el dominó, de él, los suyos y el populismo contra el mundo mexicano, y el mundo mexicano contra él.

Washington le dará un gran apoyo –el mismo que no supo aprovechar el finalmente saliente Peña Nieto- con los alardes y el mítico muro de Donald Trump, y las tradicionales actitudes de USA y México de amor y odio, de aspiración y envidia, del peso inevitable de la megapotencia y el afán mexicano de imitar con orgullo propio sin parecer, a lo largo de más de 3.000 kilómetros de frontera entre el Océano Pacífico y el Mar Caribe,  extensa puerta de entrada al sueño americano empezando por Texas, Arizona, California, Nuevo México y Nevada, que recuerde ahora, que fueron mexicanos y perdieron el Gobierno y los militares mexicanos de la segunda mitad del siglo XIX. Trump necesita a México, con López Obrador o con quien pongan; López Obrador necesita a Trump. Maduro y los numerosos opositores venezolanos son una simple lejanía, Guatemala cuenta más porque es frontera y además colchón entre México y el sur.

Sería bueno recordar que los mexicanos siempre han visto a México como el tercer país de Norteamérica, no como el país más grande de Centroamérica.

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