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No estamos a la altura

Es difícil imaginar que João Goulart habría sufrido un golpe militar, si sus partidarios hubiesen apercibido y reconocido los propios errores y asegurado el apoyo y la confianza de la población. El golpe de 1964 fue consecuencia de fuerzas golpistas autoritarias, pero también de la omisión y la incompetencia de los demócratas.

Tanto en cuanto a las campañas ideológicas de los golpistas, el golpe se apoyó en el descontento popular con la inflación, el desempleo, la inestabilidad por huelgas, las disputas internas en la base de apoyo; la incapacidad de aquellos al lado del presidente para darse cuenta de los errores cometidos; la euforia de que todo estaba bien y que no había nada que temer, el mandato estaba garantizado y los militantes y sindicalistas estaban listos para una guerra en las calles en defensa de la Constitución y del gobierno; e incluso la falta de percepción de la fuerza de los opositores, incluso externa, en el tiempo de la Guerra Fría.

La causa de los golpes es también la incapacidad de los gobernantes en reconocer la realidad.

En 1964, Brasil estaba dividido entre izquierda y derecha sin diálogo, cada lado con sus intereses económicos e ideológicos por encima del interés mayor de Brasil.

Cincuenta años después, atravesamos un momento parecido: con ventajas, fin de la Guerra Fría y despolitización de las fuerzas armadas, y con desventajas, rabia popular ante la corrupción y sentimiento de traición post-electoral, además de que el Fla-Flu [Flamengo-Fluminense] partidista está menos preparado ideológicamente.

La disputa entre gobierno y oposición impide otra vez un entendimiento político a favor del futuro de Brasil. Esta vez, felizmente, los golpistas son raros, pero también son raros quienes se dan cuenta de los perjuicios que hay en la interrupción del mandato de la presidente y los que perciben los perjuicios que derivarán de la continuidad por más de tres años y medio del gobierno sin credibilidad, con un equipo frágil políticamente y una base dividida, unida por intereses menores por cargos.

Los próximos meses están entre las consecuencias arriesgadas de la interrupción del mandato de un presidente (el segundo de los cuatros elegidos electos directamente después de la redemocratización) o las consecuencias previsible de la continuidad del actual gobierno. La única alternativa tranquilizadora para los próximos años es una concertación negociada de los demócratas comprometidos con: estabilidad política y monetaria, con crecimiento económico y con avance socia y respeto ecológico.

Todavía hay tiempo para evitar la tragedia y el desastre, pero esa idea parece ingenuidad ante nuestra incapacidad como líderes nacionales. En este momento, la culpa es de todos nosotros, porque no estamos a la altura del desafío histórico del momento. Y si no hallamos una salida negociada, el pueblo en la calle convocará, por encima de la Constitución general anticipada, con destitución de todos.

Si no somos golpistas- por-acción, estamos siendo golpistas-por –omisión, perdidos y en disputas sin el sentimiento de interés nacional y de largo plazo.

Traducción de Carlos Armando Figueredo

*Cristovam Buarque es profesor emérito de la UNB y senador por el PDT-DF

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