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No quieren, no saben, no pueden

Muchos voceros del oficialismo –no todos, pero los más conspicuos sí, andan declarando y procediendo como si las votaciones parlamentarias del 6D no hubiesen ocurrido, y como si la gran mayoría del país no los hubiese castigado con el voto. Pretenden que la hegemonía que jefean siga haciendo lo que le de la gana, y hacen saber que no tienen la más mínima intención de aceptar contrapesos institucionales por parte de la nueva Asamblea Nacional que se instalará a comienzos de enero.

El más vociferante es el más responsabilizado de la derrota por su propia gente: Nicolás Maduro. Pero Diosdado Cabello, no faltaba más, intenta no quedarse atrás en los alardes de autosuficiencia y supremacismo. Otros han sido algo más discretos, y por supuesto toda esa vocinglería y todo ese proceder deben verse en el contexto de la lucha endógena que, sin duda, debe estar más que nunca al rojo vivo.

En estos días post-electorales, la rabia y la frustración de Maduro y los suyos, les impide darse cuenta de que no fue que recibieron una bofetada. No. Lo que recibieron fue una patada. Y sin embargo se esfuerzan por ignorar la realidad. Es decir, rechazarla, lo que equivale a rechazar la voluntad política de castigo y cambio de la gran mayoría de los venezolanos. Voluntad que se fue acuerpando por obra de la mega-crisis que agobia a la nación, y por la esperanza en superarla. Pero nada, para Maduro, Cabello y otros, nada ha pasado que valga la pena reconocer…

Mala cosa esa, porque con tal actitud conducen irremediablemente al país a un conflicto de poderes de pronostico reservado. La abrumadora presencia de la oposición en la Asamblea recién electa, no cayó del cielo ni sobrevino por osmosis. Esa super-mayoría es el resultado de la decisión política del grueso de los electores, de todas partes del país. Y en esta ocasión, a diferencia de otras precedentes, existe la convicción de que esa decisión se hará respetar. La voluntad popular no será burlada, una vez más.

La nueva Asamblea sabe muy bien que tiene amplios poderes constitucionales, y de seguro que estará dispuesta a ejercerlos, en cumplimiento, claro está, de esos mandatos que la Constitución y el pueblo venezolano le ha conferido. Si Maduro y Cabello no aceptan tal situación, entonces se colocan todavía más a contravía del sistema constitucional. Pasa, eso también, que la hegemonía no reconoce otro poder más que el suyo propio, no sólo por su carácter despótico, sino sobre todo por su afán depredador.

Todo contrapeso de poder es un límite de poder. Y los jefes de la hegemonía no quieren límites a su poder de latrocinio sobre los recursos del país. Pero se les acabó la manguangua, a menos que busquen anular a la próxima Asamblea, y la única manera de hacerlo es arrollando a la Constitución, y colocándose abiertamente en el campo de la dictadura frontal, ya sin disimulos ni disfraces.

¿Lo intentarán? La respuesta es que sí. ¿Se saldrán con la suya? La respuesta es que no. El país entendería esa posición como el del que ni lava ni presta la batea. Y con la mega-crisis agravándose, la indignación social se haría sentir. Y con toda razón y toda legitimidad. Los capitostes de la hegemonía, al menos los más decisivos, no quieren, o no pueden, o no saben darse cuenta que se ha producido un cambio sustancial en la voluntad política de la nación.

No quieren darse cuenta porque ello implica aceptar su estrepitoso fracaso. No saben darse cuenta, porque consideran que el poder es un derecho adquirido de carácter perpetuo. No pueden darse cuenta, porque piensan que al hacerlo, perderían la impunidad que les ampara. Pero de continuar así, el ímpetu de las aspiraciones democráticas se impondrá a los que se proponen seguir desconociendo la soberanía del pueblo venezolano.

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