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No somos ciudadanos

Vivimos en un eterno comienzo y carecemos del pensamiento de la modernidad, cruzamos mal el rayado de las calles en las esquinas y se dice que no tenemos pensamiento abstracto, es decir, no sabemos calcular el peso o el volumen de un objeto en el espacio. Tratamos de entrar al ascensor sin percatarnos que ya hay dos gordos macizos que con su peso colman la carga estipulada y cumplen en cierta manera el número establecido de usuarios. Nos empeñamos en ocupar el puesto del automóvil estacionado antes de que termine la maniobra para salir de él.

Gustavo Coronel tiene razón cuando afirma que todavía no somos ciudadanos sino habitantes. Enfrentamos problemas a la hora de definir la ciudadanía y poco ayudan los medios de comunicación y mucho menos los políticos; tampoco sabemos manejar actitudes o actividades para ejercer nuestros derechos políticos y personales. Lamentablemente, el país venezolano es esencialmente minero, encontramos la pepita de oro, el petróleo y vivimos al día; contaminamos las aguas y nuestra idiosincracia es también la del minero, lo que explica la fragilidad de nuestra memoria y la tenacidad con la que destruimos la naturaleza con total impunidad. Somos el hombre de la mina que gasta en la noche del bar sus afanes del día. A nuestro modo, también somos garimpeiros de nosotros mismos.¡El ahorro, decimos, es para los peorros! Pareciera que el país, bajo la democracia y bajo el propio socialismo bolivariano, se comporta como un campamento a la intemperie. Cabrujas lo definía como un hotel de paso. Los estudiantes escalan un grado superior sin rendir exámenes porque así lo dispuso arbitrariamente Hugo Chávez, y sin saber leer llegan a la universidad y hay maestros de escuela incapaces de interpretar un artículo mío. El Liceo privado que funcionaba en la esquina de mi casa tuvo que cerrar porque no podía pagar al personal y la profesora de literatura exigía a sus alumnos que resumieran en ocho líneas cada capítulo de Cien años de soledad. Los muchachos saquearon a Google, que los maestros llaman «el rincón del vago» y cumplieron la absurda tarea glorificando a la estúpida profesora.      

Dispersamos nuestra exigua renta petrolera en la banalidad y la superficialidad de la cultura del espectáculo y leemos poco. ¡Pero hay algo peor! Creo haberlo escrito alguna vez: el régimen militar pretende que el soldado sea mi celoso vigilante y guardián, que sean las fuerzas armadas las que me cuiden y me libren de todo mal y peligro pero dejándome inerme ante la violencia y perversidad del propio gobierno.Vuelvo a decirlo: mi integridad física y mi ejercicio intelectual en manos de un soldado es lo peor que me puede pasar porque en la mentalidad del soldado no entran los libros y mucho menos las resonancias que el color ha dejado en el cuadro del artista plástico o la sensibilidad musical que produce regocijo en el alma. Además, el hombre de armas no está ejercitado para persuadir, argumentar, disuadir, dialogar, sino todo lo contrario. Está formado para recibir órdenes y acatarlas sin cuestionar sus alcance éticos e inmediatos. ¡Vive para la guerra! Ataca, dispara, repele. Jamás escuchará ni aceptará mi voz, mi palabra civil. Simplemente rechaza lo que soy, es decir, el resultado de haber afinado a lo largo de mi vida mi propia sensibilidad.Soy lo que él considera vagamente un «ciudadano», es decir,  un civil. Por consiguiente, ¡un enemigo! Si la orden que recibe es la de negarme no vacilará en atropellarme. Si recibe el mensaje del Comandante advirtiendo que soy un oligarca, un fascista,un traidor a la patria y asesino en ciernes del Presidente de la República a quien intento inocularle un cáncer (un procedimiento hasta hoy ignorado por el Anderson Cancer Center de Houston) mi vida valdría para él lo mismo que vale para el delincuente que quiere robarme los zapatos o el celular.

El venezolano en la hora actual no vive, o vive mal; desconcertado entre un dólar que oscila de manera absurda y no atina a ser considerado como la moneda de todos los días y unos soberanos que para nada alcanzan en el mercado que amanece igualmente inalcanzable. En los barrios hay gente que muere de hambre y en la oscuridad de la perversión hay muertes y estragos físicos a causa de las torturas. Podemos desaparecer y aparecer días mas tarde como si nos hubiésemos defenestrado, como si nos hubiésemos convertido en fotogramas de una película de acción violencia que pronto se olvidará.

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