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Nueva mayoría

Los votantes han otorgado un respaldo incuestionable al partido Republicano en las elecciones legislativas de EE UU. Los conservadores —que lograron también importantes victorias en las elecciones a gobernador de Estados clave— tendrán mayoría en ambas cámaras del Congreso durante los dos años que le quedan al presidente demócrata. Barack Obama ha visto coincidir estos comicios con su peor momento de popularidad, y su partido ha sufrido las consecuencias de plantear las elecciones como un referéndum sobre el presidente.
El revés presidencial, aunque parezca una paradoja, puede convertirse en una oportunidad para el sistema. El resultado coloca las cosas en una situación frecuente en la historia de EE UU, en la que el ocupante de la Casa Blanca debe gobernar con unas cámaras controladas por sus adversarios. Los tres predecesores de Obama —George W. Bush, Bill Clinton y George Bush—, ya pasaron por ello en algún momento de sus mandatos y se vieron obligados a facilitar el consenso entre Ejecutivo y Legislativo.

Las palabras del hasta ayer líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, no deberían ser una mera fórmula retórica (aunque hay implícito un dardo contra Obama): “El mensaje de los votantes está claro: quieren que trabajemos juntos”. El ultraconservador Tea Party —que no ha salido reforzado de la marea roja republicana— no puede ser el escollo para acabar con un bloqueo legislativo cuyas consecuencias son nacionales y globales.

El sector mayoritario del Partido Repúblicano tiene que tender puentes hacia la Casa Blanca, demostrar capacidad de gobierno y superar la actitud negativa mantenida hasta ahora; y Obama debe revisar su agenda y adoptar iniciativas con el mayor grado de consenso posible.

En todo caso —y este es un mensaje básico de un electorado enfadado por no disfrutar de la recuperación económica e inquieto por las incertidumbres en política exterior— EE UU no puede permitirse que el final del mandato de Obama esté dominado por la parálisis política.

Los comicios preparan el escenario para las presidenciales de 2016. La campaña le ha servido a la demócrata Hillary Clinton para definir más su perfil (aunque varios candidatos que recibieron su apoyo han fracasado) que ahora jugará a distanciarse de un Congreso monocolor. Entre los republicanos, un amplio abanico de precandidatos reclaman su papel en el éxito conservador de los comicios.

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