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O nos respetamos, o nos destruimos

El 15 de diciembre de 1999, el pueblo venezolano aprobó mediante Referendo Consultivo la Constitución Nacional, convocado por Hugo Chávez, la cual nos rige actualmente. Sin embargo, a casi 20 años de su promulgación, si hacemos un balance del cumplimiento de su contenido, los resultados son desoladores, debido a la violación sistemática de su articulado. 

Este texto nació 52 años después que la Asamblea Nacional Constituyente, presidida por el ilustre poeta y político socialdemócrata Andrés Eloy Blanco, concibiera la Constitución de 1947, como un «pacto social» para dirigir los destinos del país.

Ese momento estelar de julio de 1947 fue propicio para que Andrés Eloy Blanco implorara con delicada firmeza y sutil contundencia el fiel cumplimiento y el debido respeto de la Constitución recién sancionada, por parte de todos los venezolanos, sin excepción de ningún tipo. Su elocuencia impregnó ese vital acontecimiento histórico de nuestra nación:

«En el primer minuto del 5 de julio nació la nueva Constitución de Venezuela. Están calientes sus pañales, calientes de convencida lucha, calientes de acción de pensamiento y de pasión. Pasión, acción y pensamiento realizan los designios de los hombres cuando la acción está al servicio del pensamiento y la pasión se inspira en el pensamiento de servicio.

Aquí está, en estas páginas, el objeto primordial de la Revolución. Yo lo saludo y lo juro, como soberano de mi derecho; yo la saludo y la juro, como señora de mi conducta ciudadana. No la ofrecemos al mundo como obra perfecta, pero es hermosa, hermosa como su hermana primogénita. Nació del sufragio universal, contiene las más avanzadas providencias en legislación del trabajo, contiene lo más nuevo en la defensa social; entre sus hojas, con cuatro pétalos abiertos, está la flor de las cuatro libertades. Tiene un regazo para el niño de Venezuela…»

«…Es hermosa como la democracia. La democracia está de pie en la encrucijada de las más trágicas codicias. Por eso, como las hermosas mujeres, tiene sus dientes y sus uñas para los sátiros de la voluntad de dominio. Pero ella sola no lo es todo. Cuando una Asamblea hace una Constitución, hace el espejo de un pueblo. Cuando se hace el espejo de un pueblo, tiene que haber un buen pueblo para mirarse en él. Cuando se hace una Constitución, se hace un código de moral, pero no se hace una moral; cuando se hace una Constitución se hace una norma de conducta; cuando se hace una Constitución, se hace una ley de buen gobierno, pero no se hace un buen gobierno. Es el uso de ella, es el empleo de las facultades que ella confiere, es el timón bien llevado, es la proa siempre puesta a la justicia, lo que de ella va a infundir la grave responsabilidad en la conducta de los gobernantes. Ella es la Constitución. Pero todo lo que se haga de acuerdo a sus mandamientos y atribuciones, ha de ser un acto constitucional. 

«…Allí está el texto derramado de los labios eternos del pueblo… y se va a meter por las rutas de la patria; va a tocar las puertas del campesino, el obrero, el industrial, el estudiante, el doctor, el niño, la mujer, el pudiente y el menesteroso van a vivir en su respeto, y el soldado va a ofrecerle sus armas y su sangre y sus pies, juntos en guardia, hechos de caminos de América y calzados de justicia».

En esta hora aciaga que vive Venezuela, ya basta de tanta irracionalidad, de egoísmo y de poner por encima de los intereses patrios, las necesidades y ansias personales.

Andrés Eloy Blanco fue certero y visionario en pensamiento, palabra y acción. Un personaje de nuestro terruño que nos honra, enaltece y sin lugar a dudas, es un modelo a seguir.  Su discurso sigue vigente más que nunca, en virtud de que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela demanda total justicia y pleno obedecimiento por parte de la ciudadanía.

Lamentablemente, el articulado de la Constitución Nacional ha sido burlado, ignorado y pisoteado. Se ha convertido en un simple «objeto» que en numerosas ocasiones es adaptado para satisfacer a conveniencia los requerimientos de particulares.

Por tal motivo, los venezolanos debemos exigir el riguroso cumplimiento de la carta fundamental, no sólo a quienes encabezan el alto poder gubernamental sino también a ciertos grupos opositores, porque en mayor o menor medida han contravenido su mandato.

La ética el respeto y el verdadero amor por Venezuela deben ser los denominadores comunes de quienes habitamos este noble territorio. Debe privar con carácter de urgencia la independencia de los poderes públicos y detener cuanto antes el perverso juego político donde convergen en paralelo dos presidentes, dos cámaras legislativas y dos tribunales de justicia.

Es hora de salvar a Venezuela. No más distracciones ni dilaciones. Retomemos las vías democráticas. Hagamos país y no maletas.

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