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Obama, Panamá y la destrucción de la Patria Grande

1. Misión estratégica de Obama en Panamá

El gran ganador del circo de la Cumbre de Panamá fue Obama. Los gobiernos latinoamericanos no supieron aprovechar la delicada situación dialéctica de fuerza-debilidad, en que se presentó el Jefe de la Casa Blanca. Con la economía creciendo, apoyo por el seguro social y avances en posibles acuerdos con Irán, Cuba y las FARC, Obama se encuentra en el cenit del poder de su segundo mandato. Necesitaba capitalizar esta coyuntura para sí, para ganarle a los republicanos la campaña presidencial y para reimponer la Doctrina Monroe en el patio trasero — debilitada por el bolivarianismo de Chávez y la crisis económica imperial (2007-2013). Esa era su misión estratégica en Panamá y nada ni nadie debía ponerla en peligro. Faltaba la escenificación coreográfica de la misión. Con fina astucia se escogió el centro de gravitación político-estético: el close up (primer plano) del apretón de mano con el Comandante Raúl Castro.

2. Maduro perturba la fiesta

Para aligerar la presión de los neofascistas nacionales (“neoconservadores”) y sionistas (Netanyahu) –encolerizados por los acercamientos con Irán y Cuba– Obama había hecho un trato con ellos: “Ustedes pueden destrozar al gobierno de Maduro, pero, en cambio, me dejan hacer el arreglo con Cuba.” Ese acuerdo se rompió, cuando Venezuela fue declarada una amenaza para Estados Unidos; es decir, cuando se hizo público, que la Casa Blanca había autorizada la destrucción del gobierno Maduro. Maduro montó en cólera y amenazó a convertir al imperialismo yanqui y su Jefe en el tema central de Panamá. Pero encontró poco apoyo en las “hermanas repúblicas”. Sólo Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Argentina estaban potencialmente dispuestos a apoyar la línea de Maduro.

3. Obama manda los “bombeiros brasileiros”

Una vez que Maduro solicitó (según el Departamento de Estado) el envío de un alto diplomático gringo antes del inicio de la Cumbre, Obama decidió mandar a los probados “bombeiros brasileiros”, para salvar la telenovela en Panamá. Despachó al ex embajador ante Brasil, Thomas Shannon, quién le hizo una oferta que Maduro no pudo resistir: un encuentro privado con Big Brother Obama y algunos comentarios pseudo-apologéticos de funcionarios gringos menores, entre ellos, en palabras de Maduro, “mi amigo Ben Rhodes, el camarada Rhodes”, Asesor Adjunto de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. Ya con el ego acariciado, Maduro recibe una llamada de la Presidenta de Brasil, quien le suplica aceptar su papel de comparsa cortesano en la coreografía imperial. No way José, de decir “no” a Dilma y Maduro se integra a la telenovela. Descarga su ira en el barrio El Chorrillo, que confunde con “El Zorrillo”; no entrega las diez millones de firmas contra Obama y tampoco logra una condena de Obama, planeada para el documento final. Mientras tanto, la Assistant Secretary of State gringa, Roberta Jacobson, confirma con alegría y arrogancia imperial ante CNN que, of course, la Orden Ejecutiva contra Venezuela no se revoca. Es decir, Maduro se tiene que ir.

4. Raúl, Fidel y el “hombre honesto”

Es casi imposible tratar con Raúl Castro sin llegar a admirarlo y apreciarlo. Mientras Fidel es un monte de referencia, que intimida sin quererlo, Raúl es una planicie que invita a marchar colectivamente. Su sencillez, sentido de humor y ética revolucionaria lo convierten en una persona excepcional, semejante al “Pepe” Mujica. Cuando este tipo de personas muy humanas se convierten en presidentes, su pasión a veces les hace desbordar la fría razón del Estado; diciendo, como Raúl en Panamá, que el Presidente Obama es “un hombre honesto”, que “pienso que su forma de ser obedece a ese origen humilde”.
La verdad de Obama, por supuesto, es otra. Obama es un frío jugador del ajedrez mundial, en el cual sacrifica cientos de miles de vidas en beneficio del Gran Capital estadounidense, como en Irak, Siria, Colombia, Yemen y Ucrania, donde está jugando con el holocausto nuclear mundial. Inició su política exterior hacia la Patria Grande con el golpe militar en Honduras, que paró en seco la expansión del bolivarismo de Hugo Chávez en Centroamérica. Para la destrucción de los últimos vestigios bolivarianos en América Latina tiene un libreto muy claro: revolución o, mejor dicho, Subversión de Color (SC) y sometimiento absoluto bajo la Doctrina Monroe. Aplicando los estándares del Tribunal de Nuremberg, Obama es un criminal de guerra.

5. El destructor del Bolivarianismo

El roll back (proceso de destrucción) de lo que queda del New Deal Bolivariano de Hugo Chávez en América Latina, está muy avanzado. En Venezuela opera sobre la Subversión de Color (SC) que en diciembre derrotará electoralmente a la troika, para en 2016 solicitar nuevas elecciones o un referendo revocatorio. Trágicamente, el más grande aliado de Washington en esta operación es la misma troika gobernante, cuya creciente militarización del Estado hace recordar los últimos momentos de la Unidad Popular y del gobierno polaco socialista de Jaruzelski. Como en Chile y Polonia, la represión no impedirá el colapso.
En Argentina se aplicó la Subversión de Color vía el caso Nisman y el intento de impeachment (destitución constitucional). Ante la firme reacción de Cristina Kirchner, Washington prioriza ahora, sin abandonar la subversión, la usurpación del poder mediante las elecciones de octubre, por el despreciable cipayo Macri. En Brasil se usa el mismo esquema: presión de la calle y oligarquía con intento de impeachment. Ante la escasa capacidad hegemónica de Dilma, los cuatro años restantes serán una eternidad.

6. La Patria Grande: fragmentada y sin pensadores

Desde el punto de vista del Bolivarianismo, la clase política subcontinental se queda fracturada en cuatro subconjuntos: la Bolivariana con Ecuador, Argentina, Nicaragua, Venezuela y Bolivia; la Monroeista del Pacífico, encabezada por Colombia; Brazil débil, sin rumbo claro y atentista; y, finalmente, el heroico baluarte del Socialismo del Siglo XX, Cuba, que ha entrado a la transición postsocialista hacia la economía de mercado. Después de la muerte de Fidel y Raúl y a 90 millas de Miami, esto sólo puede significar la entrada al capitalismo del Siglo 21. Trágicamente, los dos grandes proyectos latinoamericanos del Socialismo del Siglo 20 se han acabado: Cuba y las FARC son víctimas de la caída de la URSS y del cambio cualitativo monolítico de la economía global.

En el campo de la batalla de las ideas, América Latina sólo tiene tres grandes pensadores estratégicos progresistas: Fidel, Correa y García Linera. Fidel ha sido el intelectual orgánico máximo de la Revolución Latinoamericana, sólo comparable a Bolívar. Ahora, por razones obvias, ya no actúa como razón pública estratégica de Nuestra América. Correa y García Linera, a su vez, no asumen el papel de vanguardia anticapitalista, por temor a las repercusiones políticas. Por eso no hacen más que coquetear con el Socialismo del Siglo 21, sin intento serio alguno de implementarlo.

7. Las leyes de gravitación económica-política

Desde la caída del Socialismo del Siglo 20 (URSS), no importa con qué intencionalidad se hace una revolución: sea islámica, bolivariana, indígena o socialista del Siglo 20. El sistema mundial las atrapa sobre la lógica de un caos determinístico, con un solo atractor: la economía capitalista de mercado, organizada por corporaciones transnacionales en global value chains (cadenas globales de producción de valor). Sin alternativa a esta crematística omnipresente no hay liberación nacional, ni popular, ni de la especie. De ahí la tragedia de que ninguno de los grandes pensadores de la Patria Grande haya asumido la tarea de avanzar la Civilización post-capitalista del Siglo 21: el Socialismo del Siglo 21.

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