Opinión Internacional

Adiós a la camisa de fuerza

Tímidos toldos de colores brotan de la nada. Se estrenan sombrillas bajo las cuales abundan los batidos de frutas y los chicharrones de cerdo. Los portales de algunas viviendas se convierten en improvisadas cafeterías con llamativas ofertas. Todo eso y más crece por estos días en las calles de mi ciudad, a raíz de las nuevas flexibilizaciones para el trabajo por cuenta propia.

Algunos de mis vecinos hacen proyectos para abrir un taller de reparación de zapatos o un local donde componer heladeras, mientras avenidas y plazas se metamorfosean con el empuje de la iniciativa privada. Sin embargo, también están los que esperan cautelosos, hasta comprobar si realmente esta vez las reformas en el plano económico son definitivas y no van a echarse atrás como ocurrió en los años noventa.

Si dependiera solamente de la voluntad política de los gobernantes, no se estaría viviendo este despertar de la inventiva ciudadana. Basta recordar la Ofensiva Revolucionaria de 1968, durante la cual se les expropió hasta el cajón con betunes y cepillos a los limpiabotas de aquel entonces. Sin embargo, la crisis de liquidez y productividad que vive ahora el país ha obligado a las autoridades a tomar medidas de emergencia, entre ellas, la amplitud hasta 178 del número de licencias para labores independientes.

Ya habíamos experimentado un renacer similar, con posterioridad a la explosión social de agosto de 1994, conocida como el Maleconazo. Después de aquella jornada, en que la inconformidad y la frustración hicieron a miles de habaneros lanzarse hacia la avenida del litoral con palos, gritos y piedras, algo cambió en nuestras vidas.

En poco tiempo, la faz de las ciudades y los pueblos empezó a modificarse. El soplo fresco del empuje individual barría con años de monopolio estatal.

Después llegó un nuevo apoyo financiero desde el extranjero, que esta vez no provenía del Kremlin, sino de Caracas. Un abrazo con olor a petróleo que insufló nuevas fuerzas al ya deteriorado aparato gubernamental y prolongó la vida de un sistema agonizante.

Contando con un pilar económico de tal magnitud, el Estado cubano perdió interés en esos empresarios locales que pagaban impuestos y estaban ganando demasiada autonomía monetaria e ideológica. Vino entonces el momento de cerrarles el grifo, congelando la expedición de nuevas licencias, aumentando los gravámenes y creando mayores restricciones, cada una de ellas más desatinada que la anterior.

Como ya había ocurrido con el subsidio soviético, nuestros gobernantes dilapidaron una buena parte de los recursos venezolanos en campañas y eventos de corte político. Apuntalaron con esos petrodólares la ya fatigada fidelidad ideológica, mientras la industria azucarera caía en su peor momento desde principios del siglo pasado, la minería enfrentaba los bajos precios del mercado mundial y los servicios se ahogaban en el desvío de recursos y la falta de calidad.

Cuando vinieron a sacar cuentas, las deudas con otros países eran enormes y los números rojos de nuestras finanzas presagiaban el colapso del propio sistema. Fue hora de volver a pensar en los olvidados empresarios nacionales, que ya una vez habían podido evitar el naufragio de la isla. Raúl Castro en persona anunció la ampliación del número de licencias por cuenta propia, mencionó por primera vez la palabra «irreversible» para estas reformas y confesó que el falso igualitarismo nos había llevado hasta aquí. La camisa de fuerza que atenazaba la iniciativa parecía aflojarse.

Los resultados son evidentes. En apenas unos meses hemos recuperado sabores perdidos, recetas añoradas, comodidades escondidas; más de 70 mil cubanos han sacado nuevas licencias de trabajo independiente.

A pesar de la cautela de muchos, de los impuestos todavía excesivos y de la ausencia de un mercado mayorista, los pequeños comerciantes han comenzado a levantar cabeza. Se los ve montar sus timbiriches, colocar vistosos carteles anunciando las mercancías, redistribuir sus viviendas para crear una cafetería o un taller. La mayoría tiene la convicción de que esta vez han llegado para quedarse, porque el sistema que tanto los asfixió ya ha perdido la capacidad de competir con ellos.

(*) Nacida en La Habana en 1975. Desde 2007 escribe en el blog Generación Y, al que el Gobierno cubano le aplicó un filtro informático para que no pueda ser visto en los sitios públicos de internet en Cuba. Ganó los premios de periodismo Ortega y Gasset y Maria Moors Cabot, y la revista Time la ha incluido entre las cien personas más influyentes del mundo en la categoría «Héroes y pioneros».

Este artículo fue publicado en Ámbito Financiero y en Buenos Aireas Herald

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